Nunca te ha pasado que quieres volar lejos, pero tus alas no dan para tanto... que debes tomar decisiones difíciles, de esas que rompen el corazón, pero no sabes cómo hacerlo. Que quieres empezar de cero a sabiendas de que el marcador cuenta 1000, por tal motivos estoy aquí, mirando tras la ventana como cae la triste lluvia, cómo mi reflejo en el cristal se pierde ante el efecto de mi caliente respiración que lo empaña... por cierto, soy Annette y esta es mi historia, o bueno, parte de lo que debería ser.
Los lunes por la mañana suelo caminar hasta la calle Roosevelt, vivo en un vecindario de clase media, con lo cual no me refiero a que sea horrible, todo lo contrario, aquí he pasado toda mi vida y he construido grandes amistades, no me quejo, uno que otro vecino insoportable pero nada que no se solucione con encender el estero a todo volumen. A lo lejos y como es habitual se acercaba la señora Martinica, adorable, para todo una sonrisa de oreja a oreja, desprendiendo su desagradable olor a colonia barata, y como era costumbre me saludaba.- Hola, pequeña, como has crecido- la verdad siempre dice eso, o por lo menos desde que tengo uso de razón.
- Gracias - digo por cortesía, sin detenerme y así evitar iniciar una larga y aburrida conversación sobre mi madre, la inflación y todo eso.
- Que tengas buen día, Annette - y siguió su camino.
Respiré profundo, por un instante pensé que perdería tres horas de mi mañana, seguí mi recorrido y saludé a la señora Martha, gentil, siempre regando y cuidando su jardín, sentado, en una banca de madera, justo en la entrada de la casa, estaba Jorge, su esposo, un poco viejo para estar juntos, amargado y con nada de simpatía, suele quejarse por cualquier cosa como esa mañana, que se quejaba porque Martha tenia guantes de colores distintos, sonreí ante tal tontería.
Me olvidé de ellos y saque mis audífonos para escuchar música, para ese momento ya había llegado al final de la acera y debía cruzar la calle para retornar a casa, entonces lo hice sin mirar a los lados, suele ser poco transitada por vehículos así que me confié, continúe encendiendo mi reproductor, la batería estaba por agotarse, la música a todo volumen, sonreí y fue entonces cuando cambio mi vida para siempre, un auto impactó contra mí, sentí como salida disparada y caí de golpe sobre el pavimento, lo último que vi antes de cerrar mis ojos fue mi mp3 tirado junto a mí y unos pasos que se acercaban, perdí el conocimiento por completo.
Abrí los ojos, sentía una peso sobre mis parpados, no podía respirar con facilidad y sentía mi cuerpo adormecido, lo primero que note es que estaba en un hospital, todo de color blanco y el típico olor a yodo y alcohol, miré hacia un lado y había una ventana, a través de esta podían verse los edificios brillantes y la intensa noche, giré mi cabeza al lado contrario, y una ramo de flores estaba sobre una pequeña mesa se cabecera junto a la cama, un sofá con un abrigo, tal vez alguien estaba quedándose aquí conmigo, en ese instante se abrió la puerta y apareció una mujer de cabellos negros, de buena figura y piel morena, traía un vaso con agua en sus manos, el cual cayó de sus manos al verme y comenzó a llorar, salió corriendo mientras gritaba- Doctor, ha despertado, es un milagro- no entendía que pasaba, entonces las enfermeras entraron y comenzaron a revisarme hasta que apareció el doctor, un señor de tez negra y enorme estatura
-¿Puedes hablar?- Me preguntó, pero no pude contestarle con naturalidad, me costó emitir palabras, así que negué con la cabeza.
-Ya veo- y tomó nota, la mujer que me había visto despertar, estaba a su lado y no paraba de llorar, se acercó hasta mí y besó mi frente,
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Volver a nacer
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