Capítulo Único

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—Sasuke-kun... —empezó Ino—, él debe ser de un tipo de afecto muy frío, ¿no es así, Sakura?

El anillo de matrimonio en la mano de Ino, por aquellos tiempos, era un terrible recordatorio de que Sasuke estaba lejos. Incluso alguien como la cerda había logrado engancharse a un hombre antes de que Sakura cometiera semejante "hazaña", y el día de su propia unión con Sasuke Uchiha parecía la cosa más distante del mundo. Mientras tanto, la de cabellera rosa se enfrentaba a la mayor agonía: tener que escuchar a esa rubia parlotear sobre las responsabilidades maritales, sobre lo feliz que era estando con su esposo, y lo encantador que era Sai ahora que estaban casados, aunque seguía enseñándole cosas al respecto. Tenía que sentarse a escuchar las pláticas que mantenía junto a Hinata Uzumaki cuando se reunían para el té, dejándola de lado sin darse cuenta, pero ella sonreía, al menos hasta que la rubia desgraciada sacaba a la luz el tema del infame moreno, dueño de sus suspiros e ilusiones.

Pero, por supuesto, ellas no tenían idea. La memoria de Sakura era, de hecho, un tesoro nacional bien resguardado por su dueña. Siendo Sasuke Uchiha el arrepentido ninja que viajaba por el mundo, y ella paciente esperando a un novio que no sabría si volvería, eventualmente se había convertido en objeto de lástima de las mujeres de su edad, que comenzaban una vida de plenitud sentimental con los hombres que las amaban, pero Sakura no tenía prometido eso. En su lugar, Sakura tenía agendado un día en el año, en el que él pondría todos sus esfuerzos para hacerle saber cuánto la quería. Aun cuando él era frío, distante y oscuro, sin importar se vieran en otras ocasiones, incluso si no pudiera presentarse ese día, Sasuke se aseguraba de que Sakura supiera que la quería más que a nadie, que era el único rayo de luz en su ensombrecida vida, que era la esperanza de felicidad que le quedaba, que la quería desde quién sabe cuánto y que seguiría siendo así. Por alguna razón, ella no necesitaba un anillo en ese entonces. Solo necesitaba que fuera esa "vez" del año...

Cuando abril empezó, ella no mostró señal de alarma o desesperación. Podía entender a la perfección que estuviera ocupado, o retrasado. Lo extraño era no recibir algún mensaje de parte suya, pero mantuvo la calma. Usualmente ella recibía una tarjeta de felicitación para su cumple años, y su visita podría haber sucedido para ese entonces, o ser próxima. El problema se presentó en mayo, pues nada sucedió hasta entonces. No tenía su felicitación, anuncios de una próxima visita, o su presencia misma. Estaba completamente sola, sin recibir noticias de él, así que acudió a Naruto, quien no supo darle razón tampoco, al igual que el Hokage. Por otro lado, ella tenía un compromiso, así que no debía intentar contactarlo ni ir en su búsqueda. Al final Sasuke siempre daba señales de vida, y ella debía estar en casa para recibirlo. Se lo repitió desesperadamente cada día que pasaba, pero se volvió evidente que algo le estaba sucediendo: excepto por su trabajo, se mostraba distraída y algo alterada, se excitaba a la primera mención de ese morocho, pero también se volvía víctima de la depresión en el momento en el que descubría que era en vano. No tenía ni un asomo de él.

—Sakura.

Probablemente se habría muerto si agosto empezaba sin verlo. Lo pensó mucho, que se volvería loca si en el octavo mes del año no tenía noticias de él, y acomodó las fotos que tenía—en las que él aparecía— para ponerlas sobre la mesa de té y observarlas, convenciéndose de que él se presentaría. Se lo repitió hasta quedarse dormida, apoyada en esa mesita, con la ventana abierta y la ropa de casa puesta. Por eso, a las tres de la mañana, su nombre parecía susurrado por un sueño más que por la realidad, antes de que unos dedos fríos le empujaran el cabello de regreso a su sitio, para descubrir aquella frente y esos ojos ocultos. Tenía la cabeza sobre los brazos, las fotos frente a su cuerpo, la mitad de su ser sobre la mesita, y las piernas dobladas hacia un costado: se veía incómoda. No parecía tener frío, a pesar de que la noche era fresca, pero tampoco lucía como si estuviera descansando en paz. Al unir todos los factores, él decidió que no importaba cuánto disfrutara mirar sus largas pestañas en ese rostro casi infantil que ella tenía cuando dormía, y se atrevió a pensar en sí mismo más que en su descanso. Pudo ser un buen hombre y moverla sin despertarla, pero entonces no tendrían mucho tiempo y, por lo que podía ver—con las fotos—, ella terminaría muy molesta si él no la despertaba ahora.

Una vez al añoWhere stories live. Discover now