Temporada 1.

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Capítulo 1.

“Su larga carrera como policía le había enseñado que no había asesinos, sino personas que cometían asesinatos”.  Henning Mankell.

    En el turno de la noche los colegas policías se reunían para charlar de sus jornadas laborales unas que otras pesadas a la vez que reían de bromas y de conversaciones sollozas que se escuchaban como murmullos en los bastos pasillos del departamento de homicidios de la gran ciudad de New York, a partir de las 6pm de la tarde se reunían detectives y agentes policiales a hablar de sus extraordinarios y poco confidenciales casos de pandillas, asesinos en serie y famosos narcotraficantes que ya hasta el sol de hoy nadie recuerda ni habla de ellos, simplemente eran noticia que en su momento no carecía de popularidad para que otros países supieran de ellos, siempre la prensa y los demás medios de comunicación de esta ciudad hacían el trabajo sucio de darles publicidad y propaganda barata para que ellos siguieran tomando fama pero en una singular celda miserable y bien merecida, mientras los agentes de operaciones y asuntos internos conversaban con los agentes policiales de un famoso caso que les habían sacado muchos dolores de cabeza y a la vez muchas vueltas de un lado a otro con sus respectivas tazas de café en mi escritorio me encontraba revisando algunos casos extraoficiales que habían decidido dar de baja por sus pocos resultados en investigación, poca colaboración de información por parte de los testigos presentes y por alguna extraña razón falta de pruebas o casi nada de evidencias del caso, me retorcí en la silla poniendo en la mesa de este viejo escritorio ya usado por otro policías el expediente con dicha información del caso, para no darles de que hablar a los demás detectives incline mi cabeza en la forma de que mi brazo junto con mi mano ocultara mi frente, así pensarían algunos que estaba leyendo un libro pero en realidad lo que el caso James O´malley tenía de interesante se fue convirtiendo en escabroso y poco tranquilizador.

    “James O´malley, casado, con dos hijos, médico y cirujano cardiovascular del hospital clínico Arthur Humboldt Medical, de 39 años de edad, caucásico, ojos marrones oscuros, cabello rizado de rostro bajo y delgado.”

Hasta este punto la información que presentaban acerca del sujeto no era nada anormal, era otro resumen igual al de muchos otros más.

    “Informe del forense: 

Causa de muerte: Estrangulamiento, dosis letal de cianuro y cocaína liquida

Motivo de su muerte:

Venganza de una pandilla al no soportar que el doctor O´malley se negara a operar a un anciano en fase terminal de vida”.

Una sensación incómodamente desagradable en mis sienes hizo que diera otro retorcijón haciendo que la silla se tambaleara un poco, solté la carpeta del caso y la deje en la mesa junto con otros papeles llenos de notas unas debajo de otras, me frote los ojos en señal de que algo en el expediente no tenía sentido algo no tenía coherencia relevante pero aun así no podía echarme para atrás, mi necesidad de saber el porqué de la cocaína liquida en su cuerpo y a la vez el del cianuro se implantaban en mi cabeza dándome preguntas y más preguntas, quite mis manos de mis ojos y eche un vistazo al reloj colocado frente a una pared cerca de una ventanilla que daba vista a un centro comercial muy visitado por transeúntes de toda la gran manzana, eran las 10 de la noche y aun sentía como el tiempo en vez de ir rápido se iba poniendo más lento a cada pasar de los minutos, pero, ya que estaba el capitán del departamento de homicidios en su oficina trabajando y poniendo casos en los escritorios de los demás detectives era el momento justo para comentarle sobre el curioso caso de James O ´malley y de darle respuesta a las miles preguntas que ya tenía formulado, con la carpeta del caso del doctor O´malley me levante de mi silla tambaleante y con cierto frio en mi manos ya que estábamos cerca de la temporada de invierno, puse derechos mis pies y camine por el largo pasillo viendo a los demás detectives investigar sus respectivos casos y policías atendiendo llamadas y haciendo informes, en mi camino a la oficina del capitán Scott un policía un tanto novato que había llegado hace un par de semanas al departamento llamo mi rotunda atención, aquel joven de una edad no pasable de 25 años de edad tenía en su escritorio una fotografía estilo cuadro del doctor muerto James O´malley acompañado de su esposa y sus dos hijos, una sensación que no podía explicar atrapo mi cuerpo haciendo que mis manos de repente temblaran tanto que sería difícil poder controlarlas, pero, estando rodeados de colegas de distintas especializaciones no podía dejar que supieran lo que yo estaba sintiendo o pensando en aquel momento así fue como el joven que en su escritorio estaba redactando un informe giro su rostro en unos pocos segundos a ver el mío cubierto de gestos confusos y poco entendibles pero, aun así sintiendo su mirada como una flecha de fuego a punto de estallar en la mía decidí darle un gesto de confianza y una sonrisa poco tranquilizadora de que no sospechaba de el en ningún sentido ni aparente aspecto, el solo me devolvió una sonrisa de trabajo de aparentemente colegas y un gesto cortes entendible sin lleno de dudas ni confusiones como el mío cuando compartimos mirada, decidí encerrar mis pensamientos sospechosos en mi inconsciente y devolverme al mundo real así que enderece mis pies y frote con mi mano mi rostro y continúe mi camino hacia la oficina del capitán dejando atrás al joven policía continuando con su informe pero teniendo en la mente aquello que vi, negué con la cabeza tratando de liberarme de eso.—solo es una coincidencia, no puedo sospechar de el por eso.—pensé ya estando a unos pocos pasos de la oficina, al llegar me detuve y tranquilice mis manos frotándolas una con la otra, pasé una de mis manos una última vez por mi rostro y toque dando tres suaves golpes en la puerta de madera gruesa, una voz desde el interior  sobresalía de esta.—¡Adelante! Sin pensarlo dos veces abrí la manecilla de la puerta con suavidad dejando que el capitán me viera desde su escritorio con su típico y cotidiano cigarrillo a un lado estrecho de su boca aplastado por sus labios, con su gesto de asombro por no esperar a alguien como yo en su oficina, así que decidí apresurarme a cerrar la puerta con señal pacífica sin decir nada corporalmente y con la carpeta en mis manos el capitán Scott dejando salir una sonrisa de sus secos labios hizo su pregunta, famosa en el departamento porque ya todos la conocían perfectamente.

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