Un corazón roto.

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Creyó escuchar algo quebrándose. Ah sí, fue su corazón. 

-¡No!

El grito fue desgarrador, se alegró de que no hubiese nadie más en casa o sus padres se habrían preocupado. A Matilda no le habría importado asustar con sus gritos. El capítulo se había terminado. Todo estaba mal. 

Adrien y Marinette no se habían quedado juntos. Estaban más separados que nunca. 

Matilda había tenido fe, había confiado en que los escritores le darían un buen cierre a la temporada. Pero no, tan solo la habían dejado con un sabor amargo en la boca, y muchas ganas de llorar. 

Hizo la computadora a un lado y se levantó de su cama. Ya no quería nada. No quería esperar a la cuarta temporada, no quería ver a los fans del Adrigami y el Lukanette publicar lo mucho que les alegraba el final del capítulo. Quería que las cosas fueran diferentes. 

Se rió de sí misma, se sentía ridícula por darle tanta importancia a una serie y aun así, se limpió una lágrima. Es que era su serie, la que aprendió a mirar cuando estaba triste o enojada, la que al final del día le hacía reír y le daba esperanza en que las cosas siempre podían mejorar. Que el día siempre acaba terminando con la maldad, aunque aquello fuese momentáneo. 

Suspirando, se dirigió al primer piso de su casa. Comida, eso necesitaba. Comer helado y pensar en qué sería de ella ahora que tenía que esperar un año para la cuarta temporada. Ya ni siquiera podría ver de nuevo los capítulos antiguos y revivir buenos momentos, si ellos no estaban juntos, no tenía sentido. 

-¿Por qué me pasa esto a mí?-se preguntó. 

No quería encender su computadora de nuevo, entrar a los grupos de Facebook y contactarse con sus amigos fans de la serie. No quería volver a leer que el Adrinette estaba muerto. Quería cambiar las cosas, quería su final feliz, quería... 

Quería no haber rodado por la escaleras. 

Había estado tan distraída que no se dio cuenta de donde pisaba. Cayó aparatosamente. Soltó una risita nerviosa que se vio ahogada por un gemido de dolor. Jugueteó con la pulsera del miraculous de la tortuga que le había llegado de la tienda online de Zag apenas una semana atrás. Cerró los ojos y esperó a que el dolor en su espalda menguara un poco. 

Le dolía, le dolía. 

Deseaba seguir así, quieta; sin embargo, sabía que tenía que levantarse. No había sido para tanto después de todo. No se había golpeado nada importante, su cabeza estaba bien. Estaba bien. 

-¡Mi Dios! 

Abrió los ojos y esa no era su casa. El brillo del sol la cegó durante un momento. El sol brillaba muy distinto en ese lugar tan extraño. Nunca había visto un sitio semejante. El gras vede debajo debajo de su cuerpo, una pileta a sus espaladas. Ese parque no podía existir. O sí. 

Se le quitó el dolor, se puso de pie de un salto. 

Ese lugar sí existía, ella lo conocía. Era París. Un París extraño y surrealista, imposible que existiera en el mundo real. A lo lejos veía la Torre Eiffel, que no era la Torre Eiffel de verdad. Un lugar así de brillante no existía en su mundo, pero sí en el mundo de Miraculous: las aventuras de Ladybug. 

Se dejó caer al suelo, aterrada. 

-Hey, ¿estás bien? 

-¡No puede ser! No puede ser. 

Esos ojos verdes no podían ser reales, ni el pelo rubio. El chico que le extendía la mano no podía ser real. 

-¿Necesitas ayuda? 

Reconoció el anillo ahí. Todo estaba en su lugar, como lo dibujaban los artistas de la serie. Adrien Agreste le estaba ofreciendo su mano. Al ver que ella no reaccionaba, el muchacho se puso de cuclillas, a su altura. 

-¿Te sientes mal?-le preguntó-¿Cómo te llamas? Eh, ven conmigo. No puedes quedarte aquí en el suelo. 

Él la había visto caer, aturdida. Vio como sus piernas le fallaban y se había preocupado. Era algo típico de un héroe. Esta vez, cuando él se puso de pie y le dio su mano para ayudarla, la aceptó. 

-Me llamo Matilda-atinó a decir. 

No sabía que estaba pasando, no sabía cómo había llegado hasta ahí ni cómo volvería a casa. Una idea rápida cruzó por su cabeza, si estaba ahí, quizás podía hacer una diferencia. Encontrar la manera de que las cosas cambiaran, a su gusto. Ella podía cambiar las reglas del juego. Lo pensó por un segundo y esbozó una sonrisa cansada. Entonces, todavía presa del pánico, rompió a llorar. 

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⏰ Last updated: Oct 18, 2019 ⏰

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