<p class="MsoNormal">CAPÍTULO 1
Mi primer recuerdo no fue una imagen o un sonido, fue una sensación, el vacío. Era un sentimiento desconcertante, aterrador.
Desperté y un resplandor cegó mis ojos. Todo parecía blanco, brillante, no había sombras. Oía murmullos, un pitido constante, pasos. Poco a poco fui capaz de enfocar figuras, una lámpara, un televisor, una puerta. Sentí angustia y el pitido cada vez sonaba más y más rápido. Una persona apareció en la habitación, yo seguía su movimiento con los ojos. No era capaz de moverme, no podía hablar. Aquel visitante salió corriendo nada más mirarme. A los pocos minutos, una bandada de gente pobló aquel lugar desconocido.
- Soy el doctor Blanco. Tranquila, está en un hospital. Tuvo un accidente. Vamos a quitarle la intubación, será algo molesto, pero relájese, tardaremos poco. Ya hemos avisado a su familia.
Unas manos me taparon la vista. Ya no veía a aquel médico, solo cómo unos tubos parecían salir de mi interior. No comprendía nada. ¿Un accidente?
- Intente no hacer esfuerzos –dijo la misma voz-. Conteste parpadeando. Un sí, un parpadeo, un no, dos. ¿De acuerdo? – preguntó mientras yo afirmaba con los ojos-. ¿Es capaz de hablar?
No lo sabía. No lo había intentado. Tomé aire y un hilillo de voz salió de mi boca.
- Sí.
- Muy bien. Tranquila. Se salió de la carretera con su coche. Tenía varios huesos rotos, pero han sellado bastante bien. Lo que más nos preocupa es su estado mental. Ha estado en coma casi un mes. A simple vista, sus capacidades no se han visto mermadas, pero tenemos que hacerle varias preguntas para saber la gravedad de las secuelas. ¿Está de acuerdo?
- Sí –volví a decir con una tenue voz.
- ¿Sabe en qué mes estamos?
- No.
- ¿La estación del año?
- No –contesté mientras miraba a mi alrededor intentando conseguir alguna pista.
- ¿Cómo se llama?
Se hizo un silencio. Mi mente intentaba pensar un nombre, pero no era capaz de encontrar ninguno con el que me sintiera identificada. Cuanto más pensaba, más frustrada me sentía.
- Tranquila. ¿Sabe cuántos años tiene? –continuó.
- No.
Me realizó un sinfín de preguntas personales a las que yo no podía dar respuesta. El médico vio cómo me estaba agobiando y cambió el tipo de cuestiones. Me preguntó sobre los distintos colores que había en la habitación, sobre el mobiliario, el color de pelo de los que me rodeaban. Estas preguntas fueron fáciles de responder, pero aún, en mi cabeza, seguía sintiendo miedo porque no estaba segura de quién era.
Una alocada mujer entró en el cuarto. Parecía complacida de verme despierta. Me besó durante mucho tiempo. ¿Quién se creía esa señora para tratarme así? El doctor la apartó de mí, me estaba achuchando como si yo fuera un perrito que regalan en Navidad. Salieron ambos fuera, mientras el resto del personal me miraba, unos con cara de preocupación, otros con dulzura, pero ambos grupos me hacían sentir incómoda.
La mujer volvió. Esta vez su cara no reflejaba alegría, más bien tristeza. Andaba lamentándose por los rincones, ante mi impasible mirada.
- Helena, no te asustes. Todo saldrá bien –dijo el doctor-. Parece ser que, debido al traumatismo, tienes amnesia retrógrada. ¿Entiendes lo que te digo?