Parte única

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La crisis. Siempre ha sido la crisis.

Suponía que iba a ser el agua, la escasez del agua pero no; la crisis se trataba de la carne.

La sobrepoblación del planeta, tan simple como eso. Demasiadas bocas que alimentar.

Y ya sabemos que según el mercado liberal cuando hay poca oferta y mucha demanda, los precios se disparan. Tendría que vender un órgano para poder comprar carne picada en estos momentos. Tenía pensado hacerlo.

La gente comenzó a alterarse sin carne. Se ponían nerviosos, agresivos, de mal humor. Incluso a mí me estaba afectando; necesitaba un poco de carne asada en mi intestino.

El mundo siguió girando —obviamente los seres humanos nos adaptamos—, pero a un ritmo ralentizado. Todos estaban mal.

Excepto mi vecino, Ricardo. Era un gordito bonachón con cara de buda y unos anteojos redondos de marco fino. Siempre andaba de pantalones deportivos —porque eran cómodos decía él, yo sospecho que no le entraban otros—. Y ese día tenía una remera de Pokemon porque sospecho estaba nostálgico extrañando esos días en que pesaba menos de 150kg. De todos modos, era una persona muy simpática y me caía bien.

Estaba sentado en la pequeña escalera de la entrada de mi casa, comiendo una manzana mientras intentaba imaginarme que era una triple hamburguesa con queso, cuando lo veo caminando por la vereda del frente muy sonriente. Levanté mi mano a modo de saludo y rápidamente se cruzó para hablar conmigo.

Ese gordito iba muy contento por la vida y yo sé porque, no me iba a andar con vueltas:

—Si sigues así te convertirás en un conejo—. Bromeó. A mí no me hizo gracia. Rápidamente me paré, con las dos manos lo tomé por el cuello de la camiseta y lo miré fijo a los ojos:

— ¿Dónde compraste la carne gordo?

—No..., No sé de qué me estás hablando—. Había comenzado a sudar. Le di una cachetada. Yo no andaba con juegos, me moría por un poco de carne. Como todos.

—Tonterías, sí que compraste carne. Un gordito como tú no anda feliz por la vida sin carne ni siquiera meditando con tu hermano gemelo buda veinte horas por día. ¿DÓNDE COMPRASTE LA CARNE?

Creo que Ricardo se asustó tanto que se hizo en los pantalones. El olor llegó hasta mis narices. De todos modos no iba a preguntarle si realmente se hizo o no. Solo me importaba una cosa.

— ¡Está bien! ¡Está bien! Ya suéltame, te lo diré. Pero entremos, nadie más debe saber.

Al instante en que lo solté me tomo él por el cuello de la remera y me empujó como un toro contra la escalera de mi casa. Si sabía que poseía tanta fuerza bajo esa capa de piel de foca no lo hubiera violentado tanto para obtener respuesta. Sin embargo la violencia funcionó.

El gordo se agitó por ese esfuerzo repentino, así que le llevó cerca de dos minutos reponerse al esfuerzo.

Una vez recuperado el aire me inquirió así:

—Debes prometer que no le dirás a nadie, Kevin. Promételo.

—Tan importante es saber quien vende c...

—¡PROMÉTELO!—.Gimió el Ricardo. Vi que la vena de su cuello comenzaba a marcarse a causa de los nervios así que decidí ser lo más amable posible.

—Está bien, lo prometo.

—Como sabes —Comenzó diciendo—, por mi contextura física te habrás dado cuenta de que antes de que esto comenzara, a la crisis me refiero, era normal en mi devorarme al menos una hamburguesa por día. —Qué raro, pensé. Yo creía que al menos eran dos o tres—. Y con esto de la crisis era imposible que sobreviviera, que me mantuviera en mis cabales. —Ante mi silencio siguió hablando—. Llegué al extremo de pensar en un suicidio Kevin, te lo juro. No podía vivir sin un poco de carne.

El misterio de la carne (un cuento para vegetalgunos)Where stories live. Discover now