La verdad que no tenía ganas de hacerlo, o mejor dicho, de que me lo hagan. De una u otra manera me encontraba ahí, subí ese escaloncito que me separaba notoriamente de los pocos transeúntes que caminaban por la avenida Congreso. Había salido corriendo de mi clase de pintura para llegar a hacer todo lo que tenía en el día. Una vez que estuve frente a la puerta de vidrio buscaba mi última salvación: el cartel de abierto-cerrado. No sé bien cómo llegué a depositar confianza en eso ya que era jueves a las tres de la tarde y las chances de que estuviera cerrado eran poquísimas. Se escuchaba un programa de televisión pésimamente doblado sobre unos tipos que buscaban un tesoro escondido.
En fin, me vio, guardó el celular, me abrió la puerta, me saludó sin un beso y me dijo: "Está abierta, pasá"; Tendría unos cincuenta y pico años, el pelo atado, delantal blanco y botox en ambas patas de gallo, frente, labios y zonas lacrimales; pasé, tomó el control remoto de una televisión vieja, chica y barata y bajó el volumen.
-Podés sentarte. Me interrumpió.
Me había tildado mirando uno de los tantos pósters decolorados y pasados de moda de modelos con cortes de pelo del momento. El chabón me miraba con sus ojos celestes que se habían vuelto casi blancos con el pasar del tiempo.
Una vez sentado en esas sillas de nave espacial retro, me preguntó: "¿Qué hacemos?". Lo que en realidad me estaba preguntando era: "¿Qué querés?". Sinceramente, no tenía -ni tengo- la más remota idea de cómo se haría lo que quiero -sino lo haría yo mismo-.
-Quiero que me quede largo, no tan corto, como lo tengo ahora pero un poco más, salvo acá.- Le explique señalando mi jopo que estaba a punto de volverse fallido.
Me respondió algo así como: "Bueno, bueno.", pero lo dijo tan para sí misma que tuve que deducir lo que decía.
Trataba siempre de no hacerlo, pero esta vez me fue imposible, pasé mis ojos por cada lugar de la decaída peluquería -o salón de belleza- e hice realmente un esfuerzo: El toldo roto y grafiteado que se llegaba a ver a través de la ventana sucia, el cartel desgastado por no decir borrado que decía: "Salón de Jessica", una fuente artificial rarísima como marina muy chica que emitía un ruido de arroyito artificial, el pequeño mostrador de la entrada donde se encontraba la caja y hasta el fondo oscuro del salón, un lugar lleno de máquinas viejas, secadores de pelo que ya no funcionaban más, cables y entre otras cosas que se alcanzaban a ver en aquella pared, dos dibujos de niños muy chicos, uno tenía una cara gigante sonriente color naranja y abajo escrito "hair" y otro tenía muchas manchas violetas y unos pequeños intentos de personas abajo a la izquierda. Sin embargo, terminé mirándome a mi mismo en el espejo.
Mientras tanto, Jessica -cuándo la policía llegó, me enteré que ella era la dueña del salón- me ponía un delantal de nylon blanco que en el medio tenía escrito "Pantene". Seleccionó unas tijeras, me humectó con un spray y comenzó a cortarme el pelo. Tomando mechas entre el dedo índice y el dedo medio iba cortando las puntas. El recorrido que hizo fue de atrás hacia el costado derecho -que daba a la puerta-. El sonido que emitían algunos cortes limpios de tijera un poco húmeda me pareció hermoso. Cuando me empezó a cortar el costado derecho me di cuenta de que se había pasado un poco y le dije: "Hasta ahí.". Ella me explicó algo que no entendí y mientras lo hacía dejó reposar su tijera de modo que la primera hoja estaba entre mi oreja y mi cabeza y la segunda -y la más filosa según la policía- del otro lado de mi oreja. Casi que me arrepentí de haber interrumpido su trabajo, aquella explicación me estaba matando.
A todo esto, se escucha la puerta abrirse y chilla de lo fuerte que es abierta. Un pibe de mi edad -o un par de años más-, sucio y con la ropa gastada pega un grito que me saca el oído: "¡Denme toda la guita!" sacando un chumbo y apuntándonos. Jessica pega otro asustadísima y quieta en su lugar solo hace dos cosas mientras grita: gira la cabeza hacia él muy despacio y al ver el arma grita aún más fuerte cerrando ambas manos del susto.
El sonido limpio de las hojas de la tijera se complementó con la sangre que salió disparada como si se tratara de una pistola de agua. A ese sonido le siguió el ruido de un pedazo de mi oreja cayendo al piso y ahí me sumé al grito de Jessica y grité como nunca lo había hecho en mi vida. El pibe, que estaba nerviosísimo, al ver la sangre que salía de mi oreja, acompañada por nuestros gritos desalmados, se shockeó e hizo un movimiento muy impulsivo cerrando sus ojos y agachándose un poco, sus brazos se fueron para arriba y haciendo algo parecido a lo que hizo Jessica disparó y tiró un la puta madre que me parió y con los ojos llorosos se metió el arma en el jogging y salió corriendo.
Quedamos Jessica y yo de vuelta solos, en el salón. Yo estaba llorando del dolor y ella logró ponerme un trapo tipo rejilla en la herida. Cuando llegó la policía me ayudaron a salir y llegué a ver el póster que había visto al entrar, el modelo de los ojos celestes, que tenía un tiro entre los ojos.
Estoy seguro que Jessica va a cambiar ese póster.
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Estoy seguro de que Jessica va a cambiar ese póster
Short StoryCuento breve. El narrador cree que el corte de pelo incompleto en la peluquería en decadencia de Jessica la hará cambiar uno de sus pósters.