En la radio suena música lounge. “Tan temprano y ya está lleno de plastas”, suelto al aire y me sorprendo al comprobar que mis palabras se desvanecen en lugar de viajar directamente a la mente del conductor de delante. A ver si de una vez alguien consigue llevarse el millón de dólares que ofrecen por demostrar que existe algo parecido a la telepatía. Bueno, el premio no es sólo para eso, sino para quien demuestre cualquier fenómeno paranormal, la telekinesia también estaría bien. Pego un volantazo y ya en el bulevar veo a lo lejos un coche de bomberos. Ahora sí que tengo el pulso acelerado, a medida que me voy acercando y veo que es nuestro edificio. La cabeza me da vueltas, paro y un policía se me acerca:
—Señorita, no puede estacionarse usted ahí.
“¿Señorita? ¿No ve este capullo que casi tengo cincuenta?” En lugar de ponerme a discutir, que es lo que me pide el cuerpo, esbozo una sonrisa y le pregunto sobre el incendio. Parece que ha sido en el restaurante asiático que queda justo debajo de mi despacho.
—Sí, ya está apagado, pero no se puede acceder al parking del edificio ni, por supuesto, a las oficinas hasta que se establezca que todo está seguro.
Dejo el coche aparcado en la siguiente manzana y me quedo pensando qué hacer. Releo el mensaje en el móvil: “Silencio es amigo que no traiciona. Confucio.” Emociones y pensamientos revoloteando a mi alrededor se van convirtiendo en fractales coloreadas, como una experiencia extra corpórea, el sonido de la radio me llega distorsionado desde las profundidades. Me concentro en mi respiración que siento en el estómago; en conciencia plena voy observando cómo se hace de nuevo más pausada, notando que mis músculos por fin se relajan. El vacío se adueña de mi mente y me siento en paz.
Dudo sobre si llamar a mi jefe, pero a estas horas estará medio dormido. “Mal momento.” Opto por ir al gimnasio. Mecánicamente me monto en la elíptica y programo 45 minutos, mientras la CNN vomita sangre y ruinas del conflicto eterno en oriente medio. El ejercicio va consumiendo todos mis recursos, mi mente se ralentiza y puedo empezar a trazar un plan de acción. Me anima pensar que ese ha sido siempre mi fuerte, enfrentarme a lo imprevisto e idear planes exitosos, por eso me dieron el puesto.
Hago mentalmente una lista de acciones: hablar con Max, recoger mi pasaporte de casa, hacer una maleta con lo mínimo, el portátil, mi móvil. Pienso que mi teléfono puede estar comprometido, el pulso se dispara de nuevo. Llevo sólo quince minutos corriendo, necesito ordenar mis ideas. Voy a la cafetería del gimnasio y pido algo para escribir mientras me tomo una tostada de pan de centeno y zumo de zanahoria con remolacha. Cuidarse es lo primero.
Tengo que hablar con Max, pero quizá esté todavía con su entrenador personal. Dudo si ir directamente a la oficina de mi marido, las recepcionistas llegan dentro de una hora y no quiero despertar sospechas en el vigilante, una visita tan temprano es poco corriente. Decido mandarle un mensaje neutro por si me han instalado spyware, “TQM”. No me responde, todavía estará en el vestuario.
Suena un pitido. ¡Por fin!
“Wapa <3 <3”. “Qtal el gym?”
“Mi oficina se ha quemado”.
Me sobresalto cuando suena el teléfono por los altavoces del coche:
—¿Estás bien?
—Sí, sí, claro. No sé muy bien cuándo ha sido. Como no podía entrar, he ido al gimnasio y ahora me voy a casa para trabajar desde allí —miento.
—Bueno, guapa, pues ya me irás contando.
—Y tú, ¿sigues en el gimnasio? ¿Qué plan tienes hoy? —A ver si consigo enterarme a qué hora llega a la ofi.

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Un cuento chino
Historia CortaUna amenaza por SMS, la oficina en llamas; posiblemente una tríada china esté detrás de todo esto...