first and last

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La pensión Avenida está regentada por una mujer que va camino de los ochenta años, a quien todo el mundo le llama Seola, y por su hijo. Ofrecen buenos precios, limpieza y discreción. Se paga por adelantado e ignoran esa absurda norma, tan de moda en los hoteles modernos, de abandonar el establecimiento antes de las doce del mediodía. Los clientes se pueden quedar hasta la una, hasta las dos o hasta las tres. A Seola le da igual, siempre que se respeten las instalaciones y no armen escándalo. El edificio es antiguo, tal vez de los años treinta, Entrar en cualquiera de esos cuartos es viajar en el tiempo. El papel de las paredes está lleno de marcas, algunas imperceptibles, que murmuran secretos de otras vidas. Los edredones tienen estampados que vuelven a estar de moda casi dos décadas después, y el suelo es de moqueta. No ofrecen cenas ni comidas. Sólo desayunos. Zumo de naranja natural, cafés, tostadas con mantequilla casera y mermeladas de diferentes sabores, croissants, galletas, algo de fruta y cereales. Austero, mas suficiente. Aquello no era un hotel de cuatro estrellas. Es un modesto hotel donde las camas chirrían y las cisternas pierden agua. Un negocio familiar en decadencia, con los días contados.

A Soonyoung le pone nervioso la mirada lasciva que el hijo de Seola les echa desde el otro lado del mostrador cada vez que cruza con Minghao la puerta del hostal. Por las noches siempre está él. No son horas para una mujer de la edad de Seola. Ese es el trato: el hijo atiende la recepción por las noches y ella por el día. Hay muchas parejas que aparecen de madrugada, sin previo aviso. La pensión Avenida siempre tiene las puertas abiertas.

—¿El cuarto de siempre? —les pregunta el hombre, buscando la llave con el número cinco.

No espera ninguna respuesta. Aquellos dos clientes llevan meses yendo allí y conoce sus preferencias. Esa es parte de su trabajo, observar a la clientela y adelantarse a sus peticiones. Sabe que les gusta ese cuarto porque la ventana da a un patio donde hay un jardín bastante cuidado. Su madre tiene mano para las plantas. Formuló la pregunta porque hace días que el único momento en que escucha su voz es cuando asume con monosílabos las órdenes de su madre. La quiere, ¿cómo no la va a querer? Pere a veces su sola presencia consigue cansarlo. Puede sentir su aliento caliente en la nuca. Ejerce sobre él un control excesivo y ya tiene una edad para que mamá se pase la vida vigilando cada paso que da. A veces piensa que estaría mejor sin ella. Otras se siente miserable por el simple hecho de valorar esa posibilidad.

—Que pasen una buena noche —les desea entre dientes, sujetando la llave con dos dedos.

Soonyoung y Minghao están seguros de que detrás de esas palabras no hay ni un poquito de amabilidad, sino un reproche encubierto. El recepcionista los condena por aquello que va a suceder en la cama del cuarto número cinco. Eso piensan, pero están equivocados. En realidad, ese hombre los envidia porque son libres. Por lo menos, durante las horas que comparten allí dentro, en el cuarto número cinco. Y eso es mucho más de lo que él tiene.

Soonyoung le quita la llave de la mano sin darle las gracias y comienzan a andar hacia las escaleras.

—Tenemos que dejar de venir aquí —le dice en voz baja a Minghao, caminando por el pasillo de la primera planta.

—¿Cuántas veces tuvimos esta misma conversación? En cuanto crucemos la puerta de nuestro cuarto, el recepcionista será lo último en lo que pensemos.

—Igual antes de cruzarla —contesta Soonyoung, acurrucándolo contra la pared.

Pega su cuerpo al de él y comienza a dibujarle pequeños círculos en el labio inferior. Mete la punta del índice en la boca hasta rozarle la lengua. Nada más haber humedecido el dedo con su saliva, se pregunta como puede ser tan indecente por ignorarlo en público. Cómo se atreve a cometer tan herejía cuando lo que de verdad quiere es estar con él en ese universo tan especial que comparten. Es de las pocas cosas en su vida que son de verdad. Tan de verdad que duele. Inspira con la cabeza muy cerca de su pelo, llenándose de él, y luego aguanta la respiración por unos segundos. No quiere soltarlo por nada del mundo. Siempre está presente el miedo a que sea la última vez. Como si la relación pendiese de un hilo finísimo, condenado a romper. Le gustaría decir tantas cosas... Mas, ¿cómo dar con las palabras adecuadas? Verdad, amor, miedo. Los sustantivos se le escapan de entre los dedos y no consigue retener ninguno.

inconsistencia. soonhao os. ¡!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora