Con paso sigiloso, Egle guió a su amante hasta la estancia donde la diosa de la noche, Nix la primigenia, reposaba cuando su hija Hémera traía el día consigo al mundo.
-Debes esconderte -susurró en su oído.-En el baúl a los pies del lecho, donde guardará el manto en cuanto haya reposado sus pies cansados.
-¿No va acaso en un carro, la diosa? -se burló él.
-No te rías de los primigenios, Boriastér -amonestó la Hespéride.-No sabes qué consecuencias podría traer.
-¿Peores consecuencias que robarle un trozo de su Mélan himatión?-rio.
-Calla. Eos ya debe estar en camino y Hémera la seguirá. Nix vendrá entonces. Espera hasta que la oigas roncar tres veces, pues así es como se sabe que se ha abandonado al sueño profundo. Entonces podrás salir. Pero procura no emitir sonido alguno. Si te atrapara…
-Nada ocurrirá.-La abrazó y la besó con suavidad.-Vendré a buscarte antes de que Selene muestre su rostro por completo.
-No. No vendrás. No volveremos a vernos. Esto es una despedida.
-¿Por qué?¿Tanto te aflige mi cometido?¿Es por tu participación en el robo?
-El Destino es como debe ser.-Acarició su rostro.-Ten cuidado.
Egle lo besó por última vez y se fue corriendo como cervatillo, sin que uno solo de sus pasos resonara más que el vuelo de una libélula. Boriastér aún la observó un momento antes de hacer lo que ella le había dicho.
Con sumo cuidado, entró en la estancia y se escondió en el baúl en que debía hacerlo. Hizo un gesto con la mano y murmuró unas palabras, como si se convenciera a sí mismo de algo, creando así una ilusión que lo ocultó de los ojos divinos. Solo para más seguridad, se cubrió con los quitones de la diosa y esperó pacientemente su llegada.
Fue precedida por una oscuridad aún mayor, solo rota por un pequeño brillo plateado, que titilaba a través de las rendijas del baúl. Boriastér se tapó la boca con la mano para ahogar aún más su respiración, ya de por sí tranquila y entrecerró los ojos, para evitar que brillaran a la luz de las estrellas que de Nix emanaba, cuando la primigenia lo abrió para depositar dentro su manto, cuidadosamente doblado. Boriastér escuchó con atención. Oyó caer las vestiduras de la diosa con un delicado roce. Luego el lecho crujir con suavidad. Un ronquido. Dos. Tres.
Sacó su daga a tientas. La oscuridad del manto se derramaba por los bordes, inundándolo todo a su alrededor. Palpó ante él y tocó una tela suave y gruesa, de tacto aterciopelado. Notó, pues nada podía ver, unas volutas que se enroscaban en sus dedos, jugueteando entre ellos.
Con unos cortes rápidos, se hizo con un trozo pequeño, no mayor que el tamaño de su mano y lo guardó en un bolsillo interior que había cosido en su túnica. Levantó la tapa con sigilo y salió del baúl pero en cuanto hubo dado dos pasos, una voz femenina, grave y aterciopelada como el manto que acababa de profanar, con mil ecos en su tono, lo detuvo.
-¿Quién eres? ¿Qué haces en mi estancia? No seas absurdo -añadió, al ver que él pretendía taparse con el trozo de manto que había cortado.-Esos poderes me pertenecen por completo, no puedes esconderte a mí bajo mi propio himatión.
Boriastér se dio entonces la vuelta y enfrentó a la diosa alada que lo observaba con sus negrísimos ojos, seria.
-Lamento mi atrevimiento, señora de la Noche. Solo un pedazo de oscuridad precisaba para que las penas de los míos sean más ligeras.
-¿Cómo te llamas?
-Como Boriastér soy conocido en estas tierras y este tiempo -contestó.
-Boriastér -dijo ella, paladeando el nombre, antes de echarse a reír. Su risa sonó como los cantos de aves nocturnas.-Tienes suerte pues mi humor te es propicio hoy. Más curiosidad me causa el cómo has conseguido entrar aquí que ira o ya estarías cautivo en las profundas simas del Tártaro.
-Mi sola pericia me ha traído hasta aquí -dijo, ocultando la identidad de su cómplice.-Y con ese solo objetivo que ya os he dicho.
-Mentiroso -la diosa rio de nuevo.-Pero ¿qué importa? No siempre Nix tiene la suerte de ganar a su hermana y cree mis palabras cuando te digo que cualquier otro día no habrías salido de aquí con vida.-Lo miró con seriedad.-Ve, Pequeña Hoja -bromeó.-Ve con el viento del Norte y llévate ese pequeño trozo de manto. Sabe que algún día me cobraré este favor que ahora te hago.¡Hipnos!-llamó.
Se oyeron unos pasos y saliendo directamente desde la oscuridad, apareció un joven completamente desnudo, con alas en la espalda.
-Dime, Madre.
Nix la primigenia hizo un gesto con la mano hacia el ladrón.
-Esta Pequeña Hoja tiene mi favor hoy -le brillaron los ojos como poseídos por mil estrellas.-Llévatelo sin dañarlo.
El joven, sin decir palabra, se acercó a él y le rozó la frente con una amapola.
-Gracias -se oyó decir Boriastér antes de caer en un sueño profundo.
-Ellauf -decía una voz familiar.-Ellauf.
El álfr despertó al fin, al ser sacudido por los hombros. Miró al que le hablaba y el reconocimiento acudió a sus ojos.
-Mohan…
-¿Has tenido éxito? -preguntó.-No apareciste donde quedamos y te he buscado sin cesar alrededor de la morada de Nix, sin éxito. ¿Ocurrió algo? -su voz sonaba preocupada.
-¿Sin éxito? -dijo como toda respuesta.-¿No me has encontrado? -se burló.
-No cerca de la morada -espetó.-Sino al pie del Atlas.
-¿Al pie?-miró alrededor confundido.-Hipnos ha debido traerme. Nix me descubrió -le sonrió y le alargó la mano-pero no sé por qué, me dio su favor y me permitió traerme el pedazo de manto.
-Eso es… -tiró de él para levantarlo y sonrió a su vez.-Bueno. Supongo. ¿No te pidió nada a cambio?
-No, que recuerde…-frunció el ceño un momento.-Da igual. Aquí está.
Sacó el pequeño retal de su túnica y lo puso sobre sus hombros, estirando los bordes con las manos. Las volutas de oscuridad se fueron arremolinando alrededor de su figura. Pasó el brazo sobre el hombro de Mohan y la capa se hizo aún más grande hasta cubrirlos a los dos.
-Podremos hacer una capa para cada álfr exiliado -dijo Mohan con una sonrisa aún más amplia.
Ellauf asintió.
-Vámonos.-Dijo comenzando a andar sin soltarlo.-Haremos, como dices, una para cada uno y buscaremos un hilo de plata de luna con que coser los bordes, para contener la noche y los poderes de Nix con ella -comentó precavido.-Seremos como la diosa, los dueños de la noche. Al menos de parte de ella -sonrió.
Mohan respondió a su gesto, notando ambos el corazón más liviano. Las pequeñas luces apagadas que ornaban la capa comenzaron a brillar entonces, delatando su presencia.
Ambos marcharon con paso ligero, luciendo sobre ellos la noche estrellada.