En un mundo donde la magia va y viene, donde la energía más pura del universo es utilizada tanto por los mortales como por los inmortales, donde tantas cosas sólo posibles en nuestros sueños, son posibles... Entonces... ¿Qué podría tener de interesante una simple leyenda? No era sobre criaturas fantásticas, tampoco sobre poderosos hechiceros o brujos ni sobre lugares ocultos del conocimiento de la mayoría. Sin embargo, a veces la gente ignora una magia mucho más poderosa que la que es capaz de sanar heridas o causar maleficios. La magia de la mente, la magia de las conexiones de los sentimientos, de las acciones, de las almas... Magia que controla nuestro mundo, mucho más que la blanca o la negra, ésta es gris...
O eso es lo que estaba intentando entender Lucile, mientras observaba el cielo nocturno por la ventana. "Lucile, ya es hora de que te acuestes." Dijo su padre, el cual acababa de irrumpir en la habitación sin avisar, haciendo que Lucile de un salto. "¡Papá, no hagas eso, estaba concentrado y me asustaste!" Contestó Lucile volteando con la mano en el pecho. Su padre lo observó confuso, pues había entrado con toda la tranquilidad del mundo. "Da igual, tienes que acostarte." Contestó haciendo caso omiso a las palabras de Lucile. "No puedo dormir..." Dijo Lucile desanimado, volviendo a mirar a la ventana. "¿Pasó algo?" Preguntó entonces su padre, acercándose a su hijo. "Sí... Lo que dijo mamá hoy... En realidad no entendí nada." Explicó Lucile mirando las estrellas y buscándoles formas. "¿Hablas sobre lo que dijo sobre la mente? A veces es un poco complicado de entender con palabras." Dijo su padre mientras miraba también la ventana, tratando de encontrar qué le llamaba tanto la atención a su hijo. "¿Estás mirando las estrellas?" Le preguntó a Lucile, mientras se asomaba por la ventana para comprobar la temperatura nocturna. "Son bonitas, ¿Verdad que sí?" Preguntó Lucile, ahora sonriendo por poder hablar de ello con su padre, a lo cual él asintió pensativo. "¿Qué te parece si hacemos un trato? Preguntó entonces, mirando al niño, el cual volteó a verle curioso. "Si te acuestas ahora, te contaré un cuento sobre las estrellas." Dijo el hombre sonriendo.
Lucile sonrió entusiasmado y se metió de un salto en su cama. Su padre, por su parte, tomó la silla del escritorio del joven y la acercó a la cama, para luego tomar asiento y comenzar su relato. El silencio entonces los encontró a ambos, interrumpido tan solo por el sonido de las olas marinas. "Sucede que... Existió una vez una dama vestida de azul... Su cabello era rojizo como las manzanas y sus ojos eran la viva imagen de un atardecer..." Comenzó a relatar el hombre con una voz calmada y tranquila. "Pero aquellos ojos... Estaban enamorados del cielo y las estrellas..." Decía mientras admiraba el cielo nocturno desde su lugar. Lucile lo admiraba mientras imaginaba a aquella mujer, sintiéndose identificado por la descripción que dio su padre. "Sí... Aquella mujer amaba a las estrellas más que a nada..." Prosiguió su padre, reconstruyendo lentamente la historia en su mente. "Era fácil de imaginar pues... Había tenido una vida dura... Su pasado era negro como la noche... Su presente y su futuro eran inciertos, pero brillaban con el misterio de las estrellas..." Contaba pensativo. "La dama de azul siempre había sido positiva, sin embargo... Había noches tan oscuras que ni la estrella más brillante pudiera iluminar..." Explicó mientras Lucile miraba el techo con decoraciones de estrellas, tratando de imaginar las aventuras de aquella dama. "Y una de esas noches... Nuevamente llegó..." Dijo el hombre haciendo una pausa, reflexionando sobre experiencias pasadas.
Lucile miró nuevamente a su padre. "¿Y qué le pasó?" Preguntó tranquilo, pero lleno de curiosidad. "La dama había contemplado por años el cielo, y recordó entonces a su fiel compañero, el mar...." Respondió su padre, concentrándose en el relato una vez más. "El mar es el espejo natural del cielo, incluso en las noches más oscuras... Era lo más cercano que la dama tenía a sus preciadas estrellas... Por lo que un día decidió que finalmente se les uniría..." Contestó mirando a su hijo, el cual también lo observaba atentamente "La dama no quería aceptar aquello como una rendición... Pero perdida se encontraba ante inmensa oscuridad..." Dijo apoyando su cabeza sobre su mano. "Pero sin embargo... Por más negra que parezca la noche... Siempre habrá una luz esperándonos..." Agregó haciendo una pausa, reflexionando sobre sus propias palabras. "¿Y entonces?" Preguntó el pequeño. "Entonces... La dama caminó lentamente hacia las profundidades del mar, dejando todo atrás... Quiso que la magia de un triste final la elevara hacia las estrellas... Sin embargo..." Contestó el hombre antes de hacer otra pausa, buscando las palabras adecuadas. "Algo mágico y misterioso sucedió, pues en el fondo del mar... Las estrellas que tanto admiraba la estaban esperando." Dijo finalmente, sentándose erguido. "Pero la dama había cerrado sus ojos... Sólo esperaba el final, dejándose llevar por la melancolía, dejándose arrastrar por las olas... Y sin embargo... Las estrellas no la abandonaron..." Dijo entonces, preparándose para cerrar su historia. "La luz estelar rodeó a la joven dama de azul y, con la magia más blanca que alguna vez existió... La elevaron cuidadosamente hasta la superficie. La dama abrió sus ojos sorprendida y su corazón dio un salto al ver a sus fieles compañeras a su lado. Ahora ella estaba segura... Al ver a las estrellas elevarse hacia el cielo... Estaba segura de que nunca estaría sola, incluso en la noche más oscura... Siempre habría una estrella brillando por ella." Dijo con una sonrisa.
"Woow... ¿Esa persona de verdad existe?" Preguntó Lucile, el cual estaba encantado con aquella historia. "Quien sabe... Hay muchas teorías que rodean esta leyenda, sin embargo, ninguna a podido ser comprobada..." Contestó su padre, invocando así al misterio y al silencio que nuevamente era interrumpido por las tranquilas olas nocturnas. "Ahora duérmete, ¿sí?" Agregó levantándose y dándole un beso de buenas noches a Lucile en la frente. "Está bien." Contestó Lucile, viendo como su padre ponía la silla en su lugar y le sonreía antes de cerrar la ventana y la persiana, para luego retirarse, cerrando también la puerta.
Lucile se quedó contemplando el techo de su habitación un rato, recreando toda la historia en su mente. La dama, las estrellas, la magia... Toda esa emoción lo llevó a, cuidadosamente, levantarse y subir nuevamente la persiana de su ventana para apreciar así las estrellas una última vez. Fue entonces cuando su mirada se encontró con una joven cuyo vestido azul y melena pelirroja se mecían con el viento, mientras contemplaba las olas...
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La dama de las estrellas
Short StoryUn padre le cuenta a su hijo una leyenda sobre la magia oculta en las estrellas.