1) Las lágrimas de la gorgona

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Lentamente se arrodilló la joven de ojos escarlata, vivaces pese a la ceguera que los carcomía, frente a la temida gorgona, cuyo corazón latía con gran rapidez y ferocidad dentro su ósea jaula.

—¿Por qué? ¿Por qué te rehúsas a huir de estas áridas tierras aun cuando te suplico que lo hagas? ¿Acaso no eres capaz de comprender que tu vida peligra a mi lado?

Susurró la gorgona con labios temblorosos y frío sudor cayendo por su seca piel. Su voz era suave, casi inaudible, y en ella reinaba una gran confusión mezclada con un ápice de preocupación.

—Que peligre pues, porque yo no deseo abandonar este lugar.

Ante esa respuesta, el monstruo ctónico avanzó hacia la humana sin prisa pero sin pausa hasta estar a meros centímetros de ella. Al sentir la presencia del otro ser tan cerca suya, la joven levantó su cabeza y abrió sus ojos ciegos, rezando en silencio a todas las deidades existentes que estuviera mirando a los ojos de la gorgona y no a la nada.

—En la aldea de la que provengo, la gente no hacía más que reírse y aprovecharse de mí por ser incapaz de ver. Tú, sin embargo, al encontrarme tendida en el suelo, malherida por haberme lanzado al vacío pues no podía seguir viviendo con mi alma... Me salvaste.

Con suma delicadeza, la gorgona posó sus manos sobre las enrojecidas mejillas de la humana mientras sollozaba suavemente.

—Gracias a ti sigo aquí, gracias a ti tengo un nuevo propósito en esta vida... Me salvaste y me cuidaste cuando podrías haberme dejado morir perfectamente. Durante este tiempo en el que he estado a tu lado, nuevos sentimientos han aflorado en mí y es por eso por lo que no deseo irme de aquí... Pues me he enamorado de ti, Diana.

—Akko...

Al escuchar su antiguo nombre, nombre el cual le había sido arrebatado junto a su humanidad al ser castigada injustamente por las diosas Afrodita y Atenea, las lágrimas que había estado reteniendo lograron escapar, fluyendo libres cuáles ríos por sus mejillas hasta llegar a su mentón, de donde cayeron cuáles cataratas hasta los ojos de la humana.

La oscuridad que reinaba en esos vivaces ojos de color escarlata se disipó rápidamente, como si un haz de luz la hubiera atravesado, erradicándola totalmente a su paso.

Akko inevitablemente sonrió, feliz de poder ver tras haber vivido en suma oscuridad desde el día en el que nació. Los azules ojos de Diana, tan azules como las profundidades del océano o los zafiros más perfectos, se abrieron de par en par al ver cómo Akko cerró la distancia entre sus labios en un abrir y cerrar de ojos.

E inevitablemente lloró a la vez que besaba a Diana con gran afecto y devoción, sumida en una alegría inexplicable, pues su amada fue lo primero que pudo ver después de veintidós largos años de inexpugnable ceguera.

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2019 ⏰

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