Luna del lobo rojo

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La sopa está fría. Generalmente la comida que se prepara en la Academia no está al nivel de que lloremos por ella a cada bocado que le damos, pero hay un punto entre que desprenda ese vapor digno de un plato caliente y entre masticar un trozo de pollo que parece que lleva muerto más días de la cuenta.

Si mis compañeros de mesa opinan igual, no lo hacen ver. Aunque cosas peores hemos comido. No sabes lo que es una mala cena hasta que pruebas los platos de Hubert. Es como si su amargo sentido del humor se desplazase a todo lo que cocina.

Caspar me está hablando mientras comemos, aunque estoy más interesado en mirar a un punto por encima de su hombro un poco embobado. Sea lo que sea, habla con mucho entusiasmo. Como si se hubiesen invertido las tornas y la clase de Edelgard hubiese ganado la batalla de los Leones y las Águilas y no la nuestra.El sonido de una silla moviéndose me devuelve a la realidad en un instante. Me da igual la persona que se acaba de levantar con el plato semi lleno y que se aleja del comedor con paso decidido.

Mejor dicho, me habría dado igual si no hubiese sido Félix quien se había ido de la sala tan de repente. Cualquiera que le conociese un poco diría que es normal viniendo de él. Una persona seria que prefiere un combate de espadas que pasar la tarde junto a cualquiera bella joven que aceptase su compañía. Pero Félix y yo somos más que amigos. Nos conocemos tanto como si fuésemos hermanos. Es por eso por lo que sé que está ocultando algo, y la causa por la que me levanto como un resorte de mi asiento.

Me despido de un confundido Caspar y sin acordarme de que apenas he tocado mi plato de sopa fría, me alejo en busca de mi amigo.

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Cruzo una puerta tras otra con la naturalidad de quien pasa por cada una día tras día. Sólo que esta vez no me dirijo al campo de entrenamiento a practicar con la espada, sino que sigo avanzando hasta llegar a una pequeña salida del monasterio de Seyros, prácticamente pegada a la catedral. Simplemente me siento debajo de una ventana con el plato en el suelo, me acomodo y espero.

No ha pasado ni un minuto cuando empiezo a escuchar maullidos provenientes de un recoveco en el que se cruzan dos paredes y veo cuatro gatos acercándose lentamente hacia mí. O mejor dicho, hacia la sopa de la que, poco a poco, comienzan a beber a medida que van llegando.

— ¿Quién diría que el valiente Félix, ese guerrero de piedra, le ha cogido cariño a cuatro gatos callejeros? — Sylvain se acerca con una tranquilidad impropia en él y con la cara pícara de quien pilla infraganti a alguien cometiendo algo vergonzoso.

— ¿Qué quieres, Sylvain? ¿Tanto te aburría Caspar como para dejar la mesa y venir a espiarme?— El alto pelirrojo se cruza de brazos, como si eso le diese más seguridad de la que tiene en realidad.

— Al principio pensé que te vería junto a alguna chica. Es un buen sitio para escapadas, demasiado lejos para que cualquiera que entre al monasterio escuche algo. Lo recordaré por si acaso.

— Me encontrarás junto a una chica el mismo día en el que Mercedes diga un improperio. O a menos de que seas una de ellas. — Si ese comentario le descoloca, no lo hace ver, aunque sonríe como si lanzarnos puyas fuese un simple juego.

— Por lo que veo, ya tienes suficiente trabajo. ¿De dónde han salido esos gatos? — Ha cambiado de tema rápidamente, porque sabe, porque sabemos que si seguimos con ese tema llegaremos a otra cosa.

Sylvain se acerca y se sienta a mi lado. Ambos miramos a los gatos, que beben del caldo como si no hubiesen probado bocado desde hace varios días. A pesar del pequeño tamaño, han podido sobrevivir todo este tiempo sin ningún padre, y con el tiempo que ha estado haciendo últimamente me sorprende que hayan aguantado. Aunque eso no volverá a ser un problema. Yo mismo me encargaré de que no vuelvan a estar solos.

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⏰ Última actualización: Nov 03, 2019 ⏰

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