Segunda parte de A Little death.
Contiene smut
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¿Los días siguientes? Abrumadores.
Louis, ese muchacho tan divertido y ruidoso se había apagado de un día para el otro. Y nadie sabía por qué. Excepto él por supuesto. Él sabía que la razón de tan angustioso malestar emocional no era un hecho, sino una persona.
Ahora se concentra en abrir la puerta de casa y maldice en cuanto la llave se le resbala de las manos y cae al suelo. La recoge y forcejea con la cerradura defectuosa y logra abrirse para hacia el pequeño vestíbulo. Arroja la mochila pesadamente sobre un pequeño sillón de piel sintética que hay antes de entrar a la sala y se encamina hacia la escalera.
-¿Louis, cariño? – escucha desde la cocina.
Aprieta los ojos unos segundos y baja el pie izquierdo del peldaño de madera. Esa voz tan dulce y suave es de su madre Jay, quien le sonríe en cuanto lo ve entrar al comedor. Ella se acomoda el desalineado moño que lleva en la cabeza y lo envuelve en un abrazo tan cálido que Louis siente que logra descongelar, sólo un poco, el hielo que tiene alrededor de su corazón. Inhala su aroma; perfume de moras y una pisca de canela, seguramente de tanta labor en la cocina.
-¿Cómo estuvo tu día?
Terrible, pensó.
-Normal. Supongo.
Ella intenta mantener su sonrisa, pero no lo consigue del todo, ya que ésta se pierde en una mueca torcida.
-Está bien, pequeño. Siéntate, ya voy a servir…
-En realidad, no tengo mucha hambre hoy.
-Pero he cocinado tu platillo favorito, Lou. ¡Hice pasta a la boloñesa!
-Yo…
-Por favor, cariño. – lo interrumpió con un suspiro - Quiero aprovechar mi día libre contigo, ¿Sí? A veces siento que te desconozco. Sé que no paso mucho tiempo en casa desde que tuve que convertirme en el sustento de ambos, pero… sólo dame una oportunidad.
Louis la miró a los ojos, aunque se decidió a ablandar un poco el gesto para no parecer tan cruel con alguien que no lo merecía. Sus problemas eran suyos, por lo tanto, nadie tenía que sufrirlos. Nadie más que él, claro.
No dijo nada, sino que apartó una silla de la mesa y se dejó caer pesadamente en ella. Jay sonrió a medias y colocó una porción considerable de pasta frente a él.
-¿Sabes? Esto me recuerda mucho cuando eras pequeño. – dejó escapar una risita. – Amabas esta comida. Recuerdo que siempre la pedías, todo el tiempo.
-Y tú siempre la hacías para mí. Lo recuerdo.
-Sí… Eran lindos momentos esos, ¿No? Cuando vivíamos en Duncaster.
La charla no fue tan efusiva como Jay hubiera querido, pero aun así agradeció que su hijo decidiera, a pesar de todo, compartir un modesto almuerzo con ella. En cuanto ambos terminaron, se encargó de ordenar la mesa y Louis, compadeciéndose de su pobre madre, se ofreció a lavar la vajilla.
-¿Te gustaría ir por un helado más tarde? – le preguntó ella con una sonrisa tímida.
-Lo olvidaste, ¿Cierto?
-¿Qué cosa?
-Evelyn, a las seis treinta.
-¡Oh, claro! – recordó inmediatamente. – Hoy es jueves. Disculpa, sin un calendario laboral me siento un tanto perdida en esto de las fechas. – rió. Aunque a Louis continuaba sin darle gracia. – Entonces esta tarde te acompañaré a…