Mochila

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Pasan los días, no puedo evitar solo ver los barrotes que rodean cada habitación en la que entro, sentir el peso de grilletes sujetos a mis tobillos. Dia tras dia, estas ventanas opacan la luz del sol, tanto que mis ojos se acostumbraron a esta monocromía. Levantarme atado a una rutina y a un personaje que no soy. Modificando mi persona a través de los gustos actuales o la forma de vestir, ya no lo aguanto.

Y yo, lo único que sé hacer es pensar en cómo era el sol, que tanto brillaba sobre mi cabeza, siento que la última vez que lo vi fue hace muchos años, cuando no hacía falta pensar en que me podía hacer feliz y mi sonrisa brotaba de la forma más sincera, de tener que ocultar mi forma de ser bajo una máscara de chistes estúpidos y actuaciones ridículas.

El único color que veía en mi rutina era el de una vieja mochila de campamento, desgastada y vieja, pero con mucho espacio, donde guardo la ropa que no entra en el ropero. el simple hecho de verla me da paz y la esperanza de algun dia levantarla y marcharme, pero no puedo, pase tanto tiempo fingiendo que ya no se quien soy. Tal vez algunos sueños no llegan a ser nada más que eso, sueños.

No sé por qué escribí esto, no sé si es tristeza, odio o, quizás, mi forma de matar mi intento de persona y así, volver a ser. Tal vez, el simple hecho de levantarla me hace sentir un cambio y el sentir de que a pesar de que está cargada, su peso aligera mis pasos. Generandome un sentimiento tan irreal pero a la vez tan… no sé, triste, creo, apretando tanto mi pecho decidí que lo mejor era quitarla y dejarla donde estaba.   

Pasaron algunos días, sentí que necesitaba esa sensación, tal vez no me atraía solo esa sensación, tal vez lo que sentí que no era tristeza. Cansado de mi carga  diaria, decidí probarla de nuevo. Lo que sentí fue inmenso, lágrimas de lo más caliente brotaban de mis ojos, dejando cosquilleos en mis cachetes junto a una ligera sensación de nostalgia.

Tan libre, sin ninguna carga, mi pecho dolía pero no me molestaba. De pronto escuché unos pasos acercándose mi cuarto, me la quité  tan rápido como pude arrojándola a la esquina y dejándola descansar.

Mis días grises de pronto oscurecieron, mi monótona vida me dejaba deseando volver a casa y levantarla de su esquina, las exigencia de los demás acortaban la distancia entre mis grilletes haciéndome imposible continuar. Sin poder sostener el peso de mi propio cuerpo, mi pecho era aplastado y mis palabras no salían, pensé que tal vez ya era uno más, ya no hacía falta fingir y tal vez ya me había tragado mi mentira. Agobiado volví a mi cuarto la mire por última vez. A pesar de lograr integrarme, no sentí ninguna satisfacción y con fuerza patee la mochila. Me senté y la levante.

Al ponermela de vuelta sentí, sentí un cosquilleo por mi cuerpo, un calor que abrazaba mi espalda y una necesidad de moverme me llevó hasta el portón de mi casa. Luego de salir, empecé a caminar sin rumbo costeando las vías del tren.

Era una noche de invierno, pero el hormigueo de mi cuerpo no me dejaba sentir el frío. Comenzó a llover y con cada gota el paisaje iba retomando su color. Las estrellas eran hermosas, tanto como las que solo se pueden ver estando alejado de la ciudad. Cerca de las vías se encontraba un viejo bajo nivel, en donde pasé el resto de la noche.

Al acostarme no podía dejar de pensar, estaba en el auge de mi adolescencia pero era la primera vez que experimentaba tantos sentimientos juntos y tantos que todavía no había experimentado. 

Sentir la libertad al principio era aterrador. ¿Quién podría ser? ¿Cómo me podía esconder? Fueron cosas que no pude responder, pero tampoco necesitaba una respuesta vacia. 

Cada paso de esa noche fueron inolvidables, pude apreciar una belleza indescriptible en la oscuridad de esta mísera ciudad. 

Preparándome para dormir revise mi mochila por primera vez, había ropa que hace años no encontraba, juguetes que creí perdidos y llaves en el fondo, no recuerdo haberlas guardado pero al verlas detalladamente me di cuenta de que cada una tenía la misma forma de la cerradura de mis grilletes. 

Tras todo este tiempo, el peso atado a mí cuerpo fue un castigo proporcionado por mi propia cobardía, por miedo al futuro y nostalgia sobre el pasado me ate a un presente al que intente formarlo a base de un falso ideal, atribuyéndome y dejando que depositen cargas sobre mí.

Ya no importaba cuántas llaves hubiese, sino que pude darme cuenta de que mi libertad estuvo siempre al alcance de mi mano y la supe aprovechar. En paz al fin pude descansar.

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