Atada

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Sofía era aún muy joven cuando un hombre adinerado pidió su mano en matrimonio.

En un inicio tanto el rey Roland como la reina Miranda se negaron. Sin embargo, eso solo trajo desdichas para su reino.
Un hechizo cayó sobre Encantia trayendo consigo, la hambruna y la escasez. Provocando que poco a poco, ésto comenzara a infestar todo el país, como si se tratara de una plaga.

Sofía no podía soportar ver a su pueblo sufrir, aunque su felicidad dependiera de su decisión.

Los ojos de Sofía se cerraron cuando el padre preguntó si aceptaba casarse con aquel hombre, que aunque le doblaba la edad, era el único camino para salvar a su familia y su preciado pueblo.

~Acepto. Dijo con el corazón roto.

Aquel hombre sonrió con malicia y tomó los hombros de la joven para darle un húmedo beso.
Sofía sentía ganas de vomitar, le causaba asco tener que ser tocada por ese sujeto.
Además lo despreciaba por haberla tomado de una forma tan vil, sin dejarle escapatoria.
El maleficio se había esparcido por Encantia y ella no permitiria que la muerte destruyera a su pueblo natal.

Con dolor observó como todos sus sueños de niñez comenzaban a escaparse, sus anhelos, propósitos y metas, ya no serían cumplidos.

Todos sus amigos y compañeros, se graduarian en dos meses, pero ella no podría hacerlo. Tendría que convertirse en una esposa dedicada al hogar.

La noche de bodas no fue para nada como lo había imaginado, ni siquiera había sentido placer ante sus caricias.
Solamente él disfrutaba de su cuerpo, sin notar el sufrimiento y dolor que le había causado.

Al terminar, su marido observó con orgullo aquellas manchas carmesí sobre las sábanas. Sofía nunca había sido de ningún otro hombre, ni había tenido un amor albergado en su corazón. Tan solo era una adolescente con deseos de cumplir un cuento de hadas.

Cuando sus ojos se abrieron a la mañana siguiente, el sentimiento de odio se instauró en su alma, se sentía sucia y deshonrada.

Los días siguientes se mantuvieron igual. A pesar de estar rodeada de joyas y halagos, se sentía como un pájaro enjaulado. Deseosa de salir y descubrir su futuro.

A menudo soñaba con ser salvada, con tener un amor lleno de pasión y sentimientos mutuos, pero nadie iría por ella. Ningún hombre le había demostrado sus sentimientos y ciertamente ninguno se atrevería a luchar contra su marido, porque eso solo le traería desdicha y escasez a su mundo.

La vida continuó, Sofía se convirtió en una esposa resignada a su destino. Ya tenía 3 hijos, a los cuales amaba a pesar de no ser deseados en un inicio y con los que podía sentirse libre de vez en cuando.
Rápidamente los tres crecieron y se fueron.
Cuando la última hija se casó. Sofía entró a la habitación de su esposo.

Aquel hombre sostenía una copa de vino y festejaba con fervor un día más de su miserable vida.
La joven observó su cara arrugada y sus facciones duras. El odio que albergaba hacia él se hacía cada vez más grande.
Así que, sin pensarlo, tomó una daga y se la clavó en el corazón.
Para ese momento, ya no existía compasión en su alma.
Lo único en lo que podía pensar era en ¡Recuperar su libertad, vivir su vida y por primera vez ser feliz!

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