Tejiendo momentos

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Abrió sus ojos de par en par ante el mínimo contacto de su piel con los rayos de sol que se colaban por su ventana. Una alegría inmensa la inundó por completo y hacía que se remolinara en su cama por ello ¡Es que tanta felicidad no cabía en ella!

Y con esa felicidad que irradiaba se levantó con las fuerzas del mundo para comenzar su día.

No podía parar de sonreir ni de moverse, cada paso que daba en su habitación lo acompañaba de una chistosa danza; bailaba de felicidad y daba saltitos por aquí y por allá. Mientras danzaba agarraba su cepillo de peinar y deshacía los nudos que pudo haberse hecho mientras dormía. Y cantaba una melodía mientras lo hacía.

Al terminar de cepillar su cabello, tomó una toalla y se encerró en el baño. Ahí, los cantos fueron incluso más fuertes y ruidosos. Sus papás, acostumbrados a los conciertos de su hija, probablemente sólo reían y se preguntaban el motivo de su felicidad.

Un fuerte portazo había anunciado que ya había terminado de bañarse y con una sonrisa fue hacia su ropero donde, al abrirlo sus ojos se iluminaron. Sabía que debía prepararse con la ropa más bonita que tenía puesto que hoy era el gran día.

Esta noche tendría una cena con Uchiha Sasuke.

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Un sonoro bostezo hizo eco en su solitaria habitación.

Automáticamente comenzó a tallarse el rostro con la mano para poder despertar. Sus ojos querían acostumbrarse a la luz que ahora llenaba su habitación. Pero al parecer no quería despertar aún. Jalando sus cobijas se volvió a tapar por completo. Tener una cama para el solo y muy cómoda hacían que quisiera estar acostado y disfrutar más de su descanso.

Acomodó su cabeza varias veces en la almohada buscando el mejor descanso posible (tal cual un gato...) y pronto volvía a caer dormido.

Se permitió volver a dormir, más de una hora. Su mente divagaba en el día anterior y toda la deliciosa comida que tenía en su refrigerador. Un quejido salió de la boca del pelinegro al revolverse en la cama y sentirse hambriento. Luego de una pequeña sonrisa abrió los ojos.

Al despertarse se relamió los labios y se despertó por completo.
Con pasos lentos pero certeros se dirigía a su destino: la cocina. Entrando en ella se percató de algo curioso. La cocina estaba igual que cuando vino la primera vez a su casa pero después de cocinar con la pelinegra ayer había adquirido un tinte distinto. Pudo sentir aquella fría casa más cálida y pronto, sintió que la cocina se hizo su lugar favorito.

Y ahí se encontraba el pelinegro sentado en la mesa haciendo que su alborotado cabello se meciera con cada bocado que daba a su alimento. Y había algo en el aire que lo hacía sentir distinto. No se sentía solo. Con cada bocado que daba recordaba a su familia pero también... se había percatado del peculiar aroma que inundaba a la cocina. Un aroma que no le incomodó y de quien sabía a quién pertenecía.

A Hyuuga Hinata.

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Su día había comenzado muy temprano. Pero era lo común en el distrito Hyuuga, muy pocas veces se podía disponer de un día completamente libre para todo habitante pero también, con los tiempos restaurados y la paz reinando en las naciones no había pendientes que fueran de máxima prioridad.

Los más pequeños habían corrido hacia los dojos para practicar sus estilos de combate y mirarlos hacía que Hinata sintiera una enorme esperanza en el futuro. Ella seguía siendo la heredera al Clan. Su padre no le negó ese derecho que, desde que había nacido, lo había tenido. Hyuuga Hiashi se había dado cuenta de la gran valentía, coraje y fuerza que su hija mayor representaba. Había protegido a sus seres amados, a la aldea y al clan en la guerra ninja a pesar de lo que alguna vez todos los del consejo Hyuuga habían dicho de ella. Nunca se podría perdonar por completo todo lo que alguna vez le hizo sentir a su hija. No podía imaginar la fuerza que poseía Hinata para haber soportado el desprecio de todos en su clan. Pero tampoco se imaginó en lo que su hija se convertiría: en tan hermosa y fuerte shinobi.

Siguiendo las instruccionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora