Volvía a ser un día aburrido, la escuela se encontraba como siempre. Los mismos rostros, el mismo aire cubierto con aromas a perfume y el aroma a café que se desprendía de la cafetería. Lucrecia estaba mostrándole un par de canciones a Thomas mientras yo por otra parte, continuaba mis bocetos. Estábamos en el mismo banco de siempre, el día estaba gris, las nubes negras parecían nacer desde lo profundo del cielo.
En un momento, el sonido del timbre nos alertó. Lucrecia tomo mi mano izquierda diciéndome que me apurase. Cuando nos disponíamos a entrar, con Thomas a la cabeza, una voz me llamo. Al no haber mucha gente en el patio cubierto de la institución, pude escuchar con claridad mi nombre.
-Nina, puedo hablar unos momentos contigo?
Era Sara. Portaba la misma mirada que siempre, no como la de aquel momento mientras me recriminaba el beso con Lucrecia, o mientras Laura la apresaba con sus brazos, sino, una mirada que denotaba mucha furia, ira contenida. En este tiempo que había pasado, comenzaba a comprender que aquellas dos no se diferenciaban mucho. A pesar de odiarse de la forma en que lo hacían, ambas portaban mascaras. La profesora intentaba hacerle creer a todos allí, que era la dama gentil y siempre sonriente a la que nada le afecta demasiado, y mi hermana por otra parte, disfrutaba haciéndole creer al mundo la muchacha buena y amorosa que en su sonrisa todos veían. Por sorprendente que resultase, yo reconocía a la perfección todos aquellos pensamientos oscuros y sombríos que ocultaban.
Luego de unas miradas con mis amigos, me puse en marcha hacia donde la docente me llevaba. Al entrar en la sala de profesores, en donde había varias maestras escribiendo y uno que otro preceptor completando informes en las computadoras. Pase por la habitación hasta llegar a una sala que se extendía por el fondo del lugar. Había una mesa larga de madera, varias sillas negras a su alrededor, más un tv colgado en la pared y un par de proyectores en el lado derecho. Se sentía el aroma a limpio, podía ver a través de las ventanas, como la luz grisácea bañaba el lugar. Sara aún estaba de pie, me miraba a través de una capa de frialdad que ya conocía. Mientras revisaba unas cosas de un cuadernillo marrón y de tapa dura que sostenía en sus manos, me hablo.
-Espérame aquí, tengo que llenar un informe rápido junto a otra docente. No me tardo.
Mientras se alejaba, al cerrar la puerta y dejarme totalmente sola en aquel lugar, saque mis auriculares del bolsillo, los conecte a mi teléfono y comenzó a sonar Gorillatz de fondo. A medida que la voz del cantante, más la guitarra algo por demás de sutil, comenzaban a rondar por mi mente, recordaba cuan poco le gustaba a Laura esa clase de música. Las cosas con ellas no eran de la mejores, su madre comenzaba a notarlo también. Cada vez se encontraba menos en casa, y si su hermana andaba por allí, era solo para meterse de lleno entre sus carpetas o su celular. A veces solía reír ante la llegada de un mensaje o mientras hablaba por teléfono con alguien. Su amiga Lucía, iba a casa demasiado seguido. Mamá siempre insistía en invitarla a comer, o llevarla junto con Laura a su casa. La chica era simpática, poseía un rostro algo pequeño y un cabello tan rubio, que casi se percibían mechones blancos en él. Tenía flequillo y una silueta demasiado femenina. Siempre utilizaba ropas de colores llamativos, me gustaban sus borsegos negros.
Cuando las observaba en el colegio, ella siempre parecía estar contándole cosas a Laura. Poseía una cierta costumbre, de tocar esos cabellos que solían caer sobre la frente de mi hermana. Mi sorpresa, era el que ella no la alejara al ver que lo hacía, cuando sabía bien cuanto le molestaba eso a Laura. Quizás si había cambiado, quizás ya no sería más la de antes. Cuando la pillaba mirándome, podía sentir que sabía sobre mi beso con Lucrecia. Entendía que le molestaba, cuando mi amiga miraba la sonrisa que ella le dirigía o sus elogios, yo solo podía sentir cada vez más su rechazo.
El sonido de la puerta cerrándose, me aparto de mis pensamientos. Al mirar hacia adelante, una figura se encontraba de pie frente a mí. Era una muchacha que me resultaba conocida, tenía un rostro pequeño. Era algo pequeña de estatura. La camisa de su uniforme se encontraba fuera de la falda, no tenía puesta la corbata negra que distingue a la institución, con el logo al final, ni tampoco una campera que no llamara la atención. Ya que era una chaqueta bordo que poseía tachas en los hombros y un dragón dorado dibujado en el lado izquierdo. Mientras continuaba haciendo de cuenta que yo no estaba allí, unos libros cayeron de su mochila, que por cierto, estaba abierta y parecía haber sido pisada por una manada de elefantes. Luego de un gesto amargo y maldiciendo en voz baja, se dispuso a guardar los cuadernos. Al hacer aquello, pude notar unas cicatrices que se extendían por debajo de la falda que, en aquella posición, se le había levantado un poco. No parecía preocuparle, con lo que me dijo luego, me lo dio a entender.
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Malditas
Science FictionLa crueldad puede abarcar demasiadas máscaras, algunas poseen el poder de dejarnos mudos, atónitos y perplejos. No sólo por quien encontramos detrás de ellas, sino, por el extraordinario don de quienes las crean. Laura y Nina poseen muchas, ellas sa...