Samsara:

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Ameya llegó un día soleado y prometedor de primavera al Santuario. Estaba emocionada, entrenaría nada y nada menos que con el Santo de Virgo, Shaka, el hombre más cercano a Dios. Ella era la Amazona Plateada de Loto y había llegado de India para competir en la posibilidad de suceder a Shaka la senda de los guardianes de la sexta Casa.


Junto a ella había varios candidatos a ese propósito, alguno de los cuales habían viajado con ella. Llegaron a las cabañas reservadas a los alumnos. Aunque ya eran Santos, se alojaron ahí para estar más cerca del campo de entrenamiento.

Cuando los alumnos fueron presentados a su maestro, Shaka se sobresaltó a verla. Era la esencia de la pureza y la ternura en persona. Delicada y frágil como un pétalo de flor de cerezo. Ameya había escuchado del legendario Shaka de Virgo. Y cuando sus ojos oscuros se cruzaron con esa paz celestial de su mirada, sintió algo totalmente nuevo y extraño en ella.

El Santo Dorado invitó a sus alumnos a sentarse alrededor suyo y comenzó explicando:

-En el Budismo, las vidas se suceden una tras otras mediante el Samsara, el ciclo de nacimiento, vida, muerte y reencarnación y siendo asumido como un hecho irrefutable de la naturaleza. Así sucede con nuestra constelación, cuya esencia muere y reencarna a medida que se suceden sus representantes. Cuando ella muera en mí y mediante el Ritual de la Virgen, reencarnará en uno de ustedes dando inicio a un nuevo Samsara-

Ameya asintió. Al igual que sus compañeros había sido criada en el Budismo y tenía conciencia de los ciclos del karma y de lo que podía suceder con el alma según como uno actuara.

Al terminar la clase, Shaka saludó educadamente a sus discípulos. Ameya salió del Templo totalmente fascinada por ese enigmático rubio, olvidando por un momento que era su nuevo maestro. También olvidaba que había dejado su saari y el frío viento del atardecer le hicieron recordar eso. Volteó a la entrada del recinto, y entró de nuevo en él. En la sala principal donde había sido la clase no había nadie, y ya los sahumerios se habían consumido. Se agachó para recoger su saari y al incorporarse chocó con alguien. Levantó la vista confundida y al ver de quien se trataba se sobresaltó. Estaba cara a cara y muy cerca a Shaka. Sus rostros y sus cuerpos estaban apenas un par de centímetros. Este la miró, nervioso y algo excitado, pero no sin poder disimular ese estado.

-¿Necesitas algo?- le preguntó de manera cortante pero educada.

Ameya movía sus labios, balbuceando palabras sueltas e inentendibles.

-Ehm, no Maestro. Solo olvidé mi saari. Disculpe-

Dicho esto volteó hacia la salida y procediendo a salir. En su movimiento, su largo cabello había rozado el rostro de Shaka quien quedó embriagado por su delicado aroma, que combinaba perfectamente con el de su piel. Por su parte Ameya salió apresurada de la Sexta Casa, temblando de la emoción. Las misteriosas ruedas del Karma, habían empezado a girar.

Varios meses después:

Shaka había llegado a un estado en el cual nunca pensaría que mostraría esa parte recóndita en él. Nadie sospechaba que el hombre más espiritual, el más despegado de las preocupaciones terrenales, sentía inclinación al pecado y a la pasión. Esa tarde, mientras meditaba con sus alumnos en el jardín de su templo, no podía concentrarse del todo en su tarea y ella lo notaba y se sabía deseada por ese ser mitad celestial mitad humano. Por eso hizo tiempo, esperando que sus compañeros se retiraran de la sexta casa, arguyendo ir a la fuente a refrescarse. Estaba en eso cuando sintió que Shaka los reunía y les anunciaba algo. Minutos después sintió ese cosmos anhelante a su espalda. Ameya volteó hacia él y se quedó helada en la fuente. Aquello era demasiado para ella. Shaka se encontraba frente a ella a un par de metros, vestido con una túnica de un solo hombro y un saari que se ajustaba a la perfección a su talle, marcando perfectamente su trabajado pecho.

-Hiciste bien en quedarte sola. Tengo una noticia para ti.-
La muchacha tragó saliva, intrigada. Shaka prosiguió.

-Has sido elegida para sucederme en la Armadura de Virgo. Acabo de avisarles a tus compañeros-
Ameya sonrió, pero ese gesto se borró enseguida al ver que su maestro seguía serio y empezaba acercarse a ella.

-Pero debes saber que primero debes cumplir con el ritual de la Virgen.-

Dicho esto, la rodeó por la cintura, gesto que hizo sobresaltar a la Amazona. Ella había oído hablar de ese ritual en la primera clase que dio Shaka, pero él no explicó de qué se trataba. Había escuchado hablar sobre él también en otras oportunidades, pero tan solo cosas sueltas, no se imaginaba del todo de qué podría tratarse. El hindú siguió hablando:

-Todo aquel que aspire a seguir el camino de la Virgen Dorada, debe ofrendarle esa virtud y cuando hereda eso de un maestro, es él quien recibe esa ofrenda.-

Acto seguido, buscó con su mano la abertura de la túnica de su discípula, la cual entre asustada, nerviosa y excitada se dejó hacer. Shaka sonrió al notar que sus dedos encontraban una traba en ese interior.

-Sí, lo eres- retiró sus dedos delicadamente y la sujetó entre sus brazos- Tan virgen y adorable, como nuestra constelación lo pide.-

Acto seguido se inclinó sobre ella y atrapó sus labios con los suyos. La muchacha se sentía incapaz de hacer nada, solo de corresponderle. El hindú la tenía atrapada entre sus fuertes y albinos brazos y realmente disfrutaba besándola y apretando su tembloroso cuerpo contra el suyo. Presionó sus labios con su lengua y la muchacha totalmente rendida en una tormenta de sensaciones le permitió esa invasión en su boca. Así rendida y prendida de sus labios la alzó en vilo, adentrándose en el templo. Llegaron hasta la recámara principal, donde una flor de loto coronaba los cojines donde Shaka solía meditar. Allí la bajó para que ella se parara estando de espaldas a él, comenzó a besarle la parte izquierda del cuello hasta el hombro tomándola delicadamente del lado del frente y derecho de esa parte.

Ameya cerró los ojos y hecho la cabeza hacia atrás, presa de las sensaciones que su maestro le provocaba. Este le soltó los broches de la túnica y dejó que esta cayera en el marmolado piso, dejando a su dueña vestida solamente con una delicada tanga de encaje blanco. La muchacha volteó hacia el rubio, quien volvió a tomarla entre sus brazos y a besarla apasionadamente. Recorrió ese esbelto cuerpo con sus manos, temblando del tremendo deseo que sentía. Las manos de la Amazona se posaron sobre sus cremosos hombros, dudosas sobre si hacer lo mismo que él había hecho con su túnica. El hindú las animó a imitarlo, tomándolas y empujándolas hacia ese propósito. Ameya obedeció por inercia, descubriendo así el formado cuerpo del rubio solamente cubierto ahora por un bóxer negro.

Un cuerpo perfecto y hecho tanto para la santidad como para el pecado que olía afrodisíacamente a incienso y mirra e invitaba a condenarse en los placeres de la carne. Guiada por la misma inercia, Ameya deslizó sus temblorosas manos sobre ese trabajado abdomen, mientras el rubio seguía besándola en el cuello. Allí estaban apretándose uno contra otro, desesperados y ansiosos. Shaka abrazó a su ahora amante, tan fuerte, que la alzó unos centímetros del suelo por unos minutos. Cuando volvió a dejarla en la superficie, tomó su mano y la condujo delicadamente hacia los cojines, debajo de la flor de loto que adornaba la pared. El aire olía a las mismas esencias prohibidas que expedía su tersa piel y el ambiente en penumbras llamaba a despojarse de todo tipo de raciocinio. Shaka se sentó en el cómodo y mullido sitio que habiendo servido para meditar ahora sería el atar receptor de la ofrenda que la virgen sacrificaría en su ritual de iniciación.

Le tendió la mano a Ameya para que se sentara a su lado, a lo cual la joven obedeció nerviosamente, sabiendo que no habría retorno luego de eso. Ambos se recostaron entre almohadones sobre la mullida y aterciopelada alfombra. El rubio se posicionó sobre ella, abriendo sus piernas y presionándolas contra las suyas para tomar posesión de ese cuerpo. Las hebras doradas, que parecían hechas de seda y oro caían sobre el cuello y los hombros de la nerviosa Amazona. Ahí se encontraban, besándose, hundiéndose en medios de las caricias y los cojines. Shaka deslizaba libremente sus manos por aquella piel tostada y suave, jugaba con cada rincón de la misma usando sus labios y su lengua. Recorrió el moreno cuello de esa manera mientras Ameya se retorcía y gemía de placer, totalmente perdida en esas sensaciones.

El rubio siguió luego por sus pechos, que fueron atendidos un largo rato, especialmente los pezones, con los cuales el Santo Dorado jugó largamente, haciendo enloquecer aún más a su alumna. Luego, se perdió entre las cálidas arenas de su delicada y apenas perceptible panza hasta llegar a esa sensible zona, que fue rápidamente liberada del blanco encaje. Cuando la inquieta lengua invadió el lugar Ameya lanzó un grito de desgarrador placer y clavó sus uñas en los albinos hombros, lo cual hizo que Shaka presionara fuertemente sus muslos con sus manos y le imprimiera fuerza a sus acciones. El hindú jugaba de la manera que quería en esa parte tan íntima. A estas alturas, la muchacha se retorcía entre las finas sedas, las cuales aferraba desesperadamente, arqueándose constantemente y ahogándose en gemidos. Después de unos minutos varios tonos más fuertes en sus gemidos le indicó a Shaka que estaba al borde de concluir esa excitación, por lo cual abandonó esa tarea, muy a su pesar. Ameya respondió a esa acción con un leve quejido, que fue acallado por los labios del hindú.

-Aún no es el momento de concluir el ritual- le dijo con esa calmada voz que le cautivó desde un primer momento.

La chica, totalmente fuera de sí por esto último que había pasado, empujó a su amante para dejarlo boca arriba y posicionarse encima de él, arrancándole el bóxer. Lo cubrió de besos desesperadamente, mientras descendía por ese abismo tántrico, sorteando el trabajado pecho y eso abdominales con sus dedos, lengua y labios. Cuando llegó al fin del camino, se dedicó a atender esa delicada y adolorida zona suave pero firmemente. Shaka cerró fuertemente sus ojos y mientras mordía con fuerza sus labios arqueó su espalda y echó su cabeza atrás disfrutando del gesto de su alumna para con él. Habiendo pasado unos minutos, Ameya fue interrumpida por el hindú quien la recostó debajo de él y le susurró algo al oído. Ella en respuesta, asintió con la cabeza y tembló de pies a cabeza. Él besó con dulzura a su ahora amante, mientras separaba con suavidad sus muslos. Cuando su hombría entró en su cuerpo, la chica se retorció mitad del dolor, mitad del placer.

El hindú detuvo sus movimientos para que ella se acostumbrara a la intromisión mientras le secaba las lágrimas del dolor con tiernas caricias. Cuando notó que su alumna dejaba de sufrir, empezó a moverse lentamente causando sensaciones totalmente nuevas en su compañera. Ella comenzaba a disfrutar y aferrándose a su espalda empezó a imitarlo torpemente en sus movimientos provocando que su compañero empezara a subir el volumen de sus gemidos. Éste sonrió de satisfacción y placer al ver la buena disposición de la muchacha. Al correr los minutos los movimientos se aceleraban y algo se quebró dentro de Ameya cuando Shaka rompió esa barrera que momentos antes había detenido a sus dedos. Un gritó se escapó de los labios de la Amazona quién volvió a lagrimear. La ofrenda había sido depositada en el altar, faltaba concluir con el ritual. Shaka abrazó cariñosamente su amante, mostrando esa faceta cariñosa que se ocultaba tras su apariencia fría. Habiéndole dado el consuelo necesario para calmar ese dolor, atrapó el delicado cuerpo entre sus brazos, apretándolo contra el suyo mientras aceleraba sus movimientos y la besaba apasionadamente. Ameya se aferró a él hundiéndose juntos en ese frenesí que culminó en una muerte placentera y dando lugar rápidamente a una renacimiento espiritual. El Samsara en el cual la Virgen reencarnaría en un nuevo representante había concluido. Shaka se incorporó apenas sobre su alumna y la observó, ambos estaban totalmente sudados y exhaustos. Se miraron tímidamente y besaron mientras los cirios y el incienso ardían en sus últimos estertores y por último se abrazaron fuertemente, dejando que el sueño se los llevara por unas horas.

2 meses después:

El Templo de Virgo lucía orgulloso a su nueva regente. La bellísima Ameya vestía con honor su nuevo manto dorado. Miraba el atardecer, el oriente, a donde había partido su antecesor a buscar a orillas del Ganges nuevas respuestas en su viaje. Sostenía entre sus manos el rosario que le había llegado, junto a su Armadura, su Templo y su misión. Nostálgica lo deslizó por su rostro, olía a él, a incienso y mirra, espiritualidad y pecado, pero sobre todo, olía a esa habitación, esos cojines y esas sedas bajo la flor de loto en el día que ella ofrendó su virginidad e inició otro Samsara.

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