Arándanos

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El hombre se embarcó  en la lucha contra la misma realidad. En una batalla en la que jamás saldrá victorioso, sin embargo, será obstinado  hasta el último suspiro, para romper esa aparente fina cuerda. Hará cualquier cosa por cumplirlo, incluso si eso implica dañarse a sí mismo; creará, inventará , matará, explicará, pensará, se cuestionará... Pero, lo que el hombre no advirtió, es que la clave para ganar esa batalla siempre ha estado justo ahí, en frente de sus ojos, ciegos por el egoísmo.



Ya eran las siete y treinta y dos, y Frederick Lauper estaba como de costumbre saboreando la tostada de mermelada de arándano, a la cual le encontraba un sabor diferente a lo normal. Quizás era por la inminente graduación, pero él, en lo único que lograba concentrar su atención era en su ajetreada madre que lo llamaba por teléfono para comprobar si su hijito lo tenía todo en orden. Desde la cocina el perro podía escuchar todo tipo de preguntas, las cuales iban seguidas de un "si" o un "no" en tono desganado, a veces un "vale, vale". 

Después de colgar el teléfono encendió su vieja tele, que a pesar de todo el dinero invertido en ella, a duras penas lograba mantenerse encendida. Frunció el ceño en un principio al ver que no se encendía (vuelvo a recalcar que es increíble que esa tele siga funcionando) y se levantó a darle un golpe, pero el canal de noticias apareció en la pantalla en el camino, así que volvió a sentarse.  -¡Oh vaya!- exclamó sorprendido. Estaban emitiendo noticias sobre los nuevos planes para llevar a cabo el programa espacial Hades.

No entendió muy bien el propósito final de la misión. Recordó en ese momento que Hades era el nombre que le dieron los griegos al dios del infra mundo. Se preguntó automáticamente porque la misión tenía aquel dios como nombre. Tenía bastante prisa así que no le dio mucha importancia. Mientras tanto terminó de desayunar y se vistió bastante elegante; configuró el reloj, que como era de mala marca cada noche se borraban todos los datos; cerró todas las ventanas y comprobó que todas las luces estuvieran apagadas. Por último fue a despedirse del perro, Max.                                                                                                                                                                                                 -Pórtate bien, que enseguida vuelvo. Aquí tienes tu comida para hoy. ¿Me vigilarás la casa?-. El perro de color canela parecía asentir con la lengua. Frederick le acarició la cabeza por última vez y se marchó. Cerró la puerta con llave y fue a paso rápido a la parada del tren, a dos manzanas de su apartamento, que era una planta baja, el cual se  ganaba trabajando cuatro horas después de la universidad, en un taller de coches a seis euros la hora. El perro abandonó su posición y procedió a acurrucarse  en su cama azul. 

Era un día sin nubes, y el sol empezaba alzarse en el horizonte. Los coches y las bicicletas empezaban a circular por la calle. Había un prominente olor a lluvia del día anterior que no duraría más de una hora ya que en cuanto el sol golpea el suelo todo vuelve a su estado natural. Aceleró el paso al ver que eran ya las ocho menos diez y el tren llegaba en aproximadamente dos minutos. La graduación era a las once y no quería llegar tarde por nada del mundo; además que al ser el alumno más joven era el que todo el mundo echaba en falta, y no quería que eso pasara. La estación era básicamente un andén con bancos y un techo para el resguardo de la lluvia. Por lo tanto los bancos estaban secos, así que se sentó. En el banco de al lado había una chica, aparentemente de su edad, y en el andén de enfrente un viejo con bastón durmiendo con un chihuahua a su lado. A pesar de que Frederick afirmaba lo contrario, no le gustaba la soledad. Se sentía más reconfortante el que hubiera personas en su misma situación o entorno. Miró a la chica, que permanecía mirando al frente, atónita. Le pareció un bello perfil. Aparto rápidamente la vista ya que advirtió que ella se había dado cuenta; así que bajo la cabeza de nuevo y esta vez miró al chihuahua, que tenía los ojos entrecerrados, lo que daba a parecer que tenía frío. 

El tren llegó desde la derecha y ambos, Frederick y la chica se levantaron. Pensó entonces en si le había dicho a su madre antes que solo podían entrar dos personas por graduado a la sala. Lo más seguro era que no así se lamentó entonces por no haberse levantado antes para así cuando su madre llamara estuviera más activo. El tren frenó y las puertas se abrieron. Entraron al vagón y ambos se acomodaron. El silencio reinó durante unos segundos y las puertas volvieron a cerrase. La locomotora inició la marcha, lo cuál hizo despertar al viejo.

ExistenciaWhere stories live. Discover now