Un día, un hombre conoce a una mujer, charlan acerca de sus estudios, de sus trabajos, sus gustos, experiencias, y un día coinciden en que es bueno verse. Se ven, pero por casualidad, nada estuvo planeado. Recuerdo que Borges decía que todo encuentro casual es una cita, y ellos tuvieron una cita. ¿Un café? ¿una merienda? No, aquella vez decidieron tomar una cerveza, aunque a ella no le gustara. Charlaron de cosas insignificantes, se rieron, se miraron. Sus miradas fueron cómplices del agrado que significa verse.
Él pensó que era una buena chica, quizás interesante, aunque a él pocas cosas le impresionaban. A ella, por su parte, le gusta el color de ojos del hombre, su forma de hablar, su pelo y la barba de vago que él llevaba con total orgullo. Ella pensaba que en su mirada había un misterio, algo que ocultaba; quizás sus más íntimos secretos, mentiras, o simplemente, su pasado. Ella, por su lado, era una persona sensible, -o eso me parecía- muy inteligente, diría que más astuta que inteligente... dura consigo misma; solía tener monólogos donde se recriminaba los errores de su pasado que hasta la fecha, no ha podido perdonarse. Creo que es una romántica con límites.
La cita transcurría con miradas a los ojos, mientras cada uno hacía su mejor esfuerzo para que la conversación fluyera. El hombre no quería mentirle a esta mujer como lo ha hizo con otras citas, pero pensaba que la mentira genera cierta comodidad mental y que no está mal mentir un poco. Ella pretendió mentirle, contarle historias que no sucedido, pero tampoco se animó. Ella creía que la mentira arruina cualquier relación interpersonal. Entonces, como si lo hubiera dialogado, ambos decidieron no mentirse.
Él evitaba silencios incómodos, y trataba de hilar cada conversación con anécdotas, chistes, cuentos, historias escuchadas, y desembocaba en Benedetti, le relató con total timidez algunos versos, y aunque se declara un tipo con mala memoria, hizo su mejor esfuerzo. Pensó que no estaba bueno llegar al límite del empalago, él solo quería impresionar con un par de versos flojos. La mujer lo miró con ternura, pero recordó que la incredulidad le dominaba en ciertas ocasiones, y entonces evitó que él siguiera hablando de Mario, y cambió el tema de conversación. Pensó que fue grosera, y el hombre se percató de ello; se detuvo, alzó su pinta y tomó gruesos sorbos de su Ipa, quizás para bajar la amargura. La mujer se percató de que él se percató, y creyó necesario mirarle con un poco de cortejo. Le pidió que se acercara, él se acercó y se besaron con timidez mientras hicieron monólogos sobre el beso, entonces dejaron que el gusto hiciera lo suyo. Se tomaron un par de litros de cerveza más y la noche terminó con intensos sabores de amor.
Este hombre y esta mujer permitieron que la complicidad de su atracción hiciera estragos en su interior durante días, se mantuvieron a la expectativa, él, quizás con más calma que ella.El hombre y la mujer, pactaron citas para mirarse, hablarse y besarse. Un día, ella decidió abrir su corazón, entonces, al sabor de unas copas de vino, le expresó al hombre que lo quería, que sentía que su corazón se emociona al verlo, pensarlo, tenerlo cerca. El hombre se quedó frío, porque no esperaba un knockout, no quería herirla con su frialdad, entonces la besó. Él es un tonto, sin duda, cree que los besos solucionan situaciones complicadas. Ella lo miró mientras esperaba una respuesta, pero no sabía que él es un tonto. La volvió a besar, pero ella exigió una respuesta. El respondió con timidez, dijo que también la quería, pero se había fallado; en realidad no la quería en ese instante. Se despidieron.
El hombre se marchó caminando con los bolsillos en sus manos, pensó en que se mintió, que le mintió. Ella, volvía a sonreír, pensó que era un buen momento para ser feliz, se tomó confianza, y no se recriminó hasta entonces los errores de su pasado, creía que era feliz.
El enamorado convive en un sinfín de ilusiones, evita la realidad y considera que todas las estrellas están bajo un mismo influjo para su bien. Suele perderse entre añoranzas y promesas.El hombre empezó a pensar en ella con constancia, se preguntaba si se estaba enamorando y pasó sus tardes leyendo a los expertos. Buscó respuestas en Séneca, pero no las encontró, le preguntó a R.L. Stevenson, quien le enseñó que el enamorarse es la única aventura ilógica, la sola cosa que nos sentimos tentados a creer sobrenatural, en nuestro trillado y sensato mundo. Se sintió confuso y no quería enfrentarse a emociones dominantes. Se agotaba de pensar y no sentir. Es un tipo que creía en el destino, entonces, un día decidió lanzar todas sus fichas, dejó fluir, empezó a sentir... El amor debería salir a recibir al amor con los brazos abiertos ¿no?
Pasaron algunas semanas y los amantes se veían con frecuencia, encontraron en ellos un buen complemento. Un día, a ella le incomodó la generosidad de sus sentimientos, lo hiperbólicas que se convirtieron sus palabras y caricias. Recordó que sus noches transcurrían mirando turbada a las estrellas con una leve sonrisa y creyó que ese espíritu no le era tan cómodo como pensaba. Ella es una cobarde, y él un tonto, sin duda.Ella estaba en aprietos. Ya no eran amantes, y volvieron a ser "ella" y "él", pero él no lo sabía. Entonces, ella aceptó pasar sus noches en guerra consigo misma mientras él pensaba que el destino le estaba jugando a favor. Sentía que algunos poemas de Heine estaban escritos para su momento y también se perdía mirando las estrellas.
Un día ella dejó de estar en guerra consigo misma, y su ser explotó, entonces pactó una cita con él. Pidieron una cerveza, él, como siempre, pidió una Ipa, y esperaba que ella expresara como de costumbre su gusto y cariño hacia él. Pero algo le parecía extraño, esa no era ella. Le dijo:
-Tenemos que hablar-,
y él, sintió un frío extraño, no entendía nada. Le dijo:
-Te escucho-
le dijo que todo terminaba, que se marchaba. El hombre en su orgullo, la miró con serenidad, no quería que su fragilidad fuera descubierta; no entendía nada y no dijo nada por los nudos en su garganta. Ella solo articulaba palabras en torno a una disculpa, mientras él pensaba en lo roto que se iba a sentir. Dejó de escucharla para organizar sus ideas, pero la miraba fijamente, como en su primera cita, pero sin rabia, sin agua en sus ojos, solo fijamente. Ella era circundante con las disculpas, pero él solo recordaba aquellas palabras de Borges que decían, que todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él. (...) Y mientras ella culminaba su discurso de frías y cortantes palabras, él recitaba en su mente y corazón: toda humillación una penitencia, todo fracaso una misteriosa victoria, toda muerte un suicidio. Aquellas palabras que Borges escribió en Deutsches Requiem.
Se despidió de ella, no le dio la mano, solo giró la palma de su mano levemente, como lo hacen los niños al despedirse; ella, por lo que vi, pretendía un abrazo de despedida, se sintió mal, pero él se negó. El hombre se fue caminando, con las manos en sus bolsillos, respirando profundo, y creyendo que el amor es como tomar una botella de vino, y el desamor, la resaca.
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UNA HISTORIA PARA ADOLESCENTES
RomanceUna historia de amor y de desamor entre él y ella.