Capítulo 31

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Si no estuviera ebrio, quizás no hubiera dormido de tanto pensar en la situación. Caí muerto en la cama después de que Moon-jae desapareció tras la puerta de su apartamento. No desperté hasta que dieron las diez de la mañana al día siguiente. Dormí muchas más horas de lo acostumbrado, pero lo agradecí porque finalmente obtuve un buen descanso y solo una pizca de resaca.

Me metí a la ducha de agua hirviente, me quedé ahí por poco más de media hora. Medité sobre mi presente, ese que era exitoso allá afuera pero también un desastre dentro del edificio. Pude haber llamado a Jonah, decirle que buscara un nuevo sitio para mí y desaparecer para siempre de aquellos apartamentos desgastados y alejados, pero no quise.

Todavía tenía pendientes importantes con el vecino.

Pensar en los días previos a su reaparición, esos que le hicieron volver en pésimas condiciones, me inquietó mucho. ¿A dónde había ido? ¿Con quién? ¿Por qué? No tenía ni la más remota idea, ni siquiera una pista que pudiera acercarme a las razones.

Esos pinchazos me parecieron lo más inquietante de todo. Eran más que la última vez, en ambos brazos. Moon-jae había tenido una sobredosis en el pasillo del piso nueve antes de ser ayudado y atendido por un par de conocidos suyos de los que nunca me habló.

La anciana sabía quién era. Lo conocía tanto, que sabía sobre su tatuaje y cómo dar conmigo pese a que jamás nos cruzamos. ¿Quién era esa mujer y por qué parecía saber más sobre Moon-jae que yo?

Tenía que saber qué estaba pasando.

Me vestí, salí al balcón y aguardé a que también apareciera. Sus cortinas permanecieron cerradas, su bonsái intacto. Mi poca paciencia hizo que comenzara a llamarle, igual que cuando lo encontré inconsciente horas después de haber discutido.

Pude escuchar movimiento en el interior. No solo estaba ahí, sino que también se hallaba despierto. Me ignoraba.

Salí a tocar a su puerta directamente luego de que me cerciorara de que no iba a responder a mis llamados por el balcón. Volví a decir su nombre, a pedirle que saliera porque necesitaba saber si se encontraba bien. Continuó fingiendo que yo no existía a pesar del escándalo que estaba montándome en el pasillo.

—Moon-jae, por favor —dejé de tocar cuando me cansé de alzar el brazo—, estoy preocupado por ti.

Tenía que convencerlo de salir, de permitirme verlo tan siquiera por un segundo.

Luego de analizar algunas opciones que no le molestasen ni a él ni a los vecinos, opté por sentarme en el suelo, de espaldas a su puerta. En algún punto Moon debía salir y yo esperaría hasta entonces. Pero antes tenía que escucharme.

—No sé dónde estuviste todo este tiempo, pero sé lo que hiciste —comencé—. No quiero juzgarte por eso, solo quiero saber si estás bien.

Se prolongó el silencio. Miré hacia la pared de enfrente, recargué la cabeza en la puerta de madera, cerré los ojos, suspiré. No se movió de dondequiera que estuviese. Tal vez sí me estaba escuchando.

—¿Dónde estuviste? —pregunté, sabiendo que no contestaría a esa interrogante hasta que nos viéramos en persona—. Esa anciana en serio estaba triste.

Oí pasos cerca, pero no abrió. Pensé en qué más decir. No quería lastimarlo con la dureza de mis palabras ni decirle lo mal que me sentí por su culpa. Quizás no era momento para reclamos, pero eran lo único que tenía en la punta de la lengua. El enojo, la tristeza y la decepción eran tres cosas que no podía dejar de lado ante situaciones así.

Me impacienté.

—¿Por qué nunca puedes medirte? —solté, con voz temblorosa y los puños bien cerrados a los costados.

El balcón vecino [BL-GRATIS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora