La mano de Fiona se sentía cálida contra la mía.
-Cuéntame más historias de Escarlata -exclamó emocionada.
-De acuerdo-Carraspeé-.Bien, como te dije esto fue hace cosa de dos años, en 1975.
»Escarlata me habló de un caso en el que estaba trabajando, el destripador de Güell. Había un asesino que, durante la noche, merodeaba por el parque Güell matando, descuartizando y destripando a cualquier persona que hubiera por allí, que eran, en su mayoría, prostitutas y contrabandistas.
»El caso había llegado a un punto muerto, no se podía encontrar al asesino debido a que no había ninguna relación entre las víctimas, así que decidieron poner a una patrulla vigilando todo el parque Güell durante todas las noches. Pero la gente seguía siendo brutalmente asesinada.
»Escarlata Glaio y yo fuimos al parque Güell, y descubrimos que las extremidades del último cadáver estaban colocadas de manera que cada una formaba una punta de una estrella de cinco puntas, con la cabeza de aquel hombre coronando el macabro símbolo.
»Nos costó semanas sin dormir y mucho café descubrir que, en el centro de la estrella, justo en el centro, había un robusto árbol. Con cuidado me acerqué a él y golpeé suavemente la corteza del árbol, la cuál se suponía que no debía sonar, pero lo hizo. Sonó un ruido hueco y metálico.
»En mi cabeza, como si alguien hubiese accionado una palanca, todas las piezas del puzzle concordaron. Pasé las manos por el árbol hasta que encontré una pequeña puerta, la cuál abrí. No mediría más de cincuenta centímetros de ancho y sesenta de alto, y, lo más que alcanzaba a ver, era una escalera.
»Escarlata y yo intercambiamos una breve mirada y, linterna en mano y Teufel agarrado a mi espalda, comenzamos a descender la escalera. De repente, un nauseabundo hedor nos golpeó brutalmente, tanto que casi vomito sobre los caros tacones escarlata de mi compañera.
»Entonces, dije lo obvio:-Esto debe dar al alcantarillado.
»Continuamos bajando hasta que mis pies, cubiertos con unas gruesas botas negras, chocaron contra las aguas fecales. Apunté con la linterna a todas partes, lo que provocó que decenas de ratas salieran corriendo y chillando.
-¡Puaj!-exclamo Fiona.
-Eso mismo dije yo-Sonreí.
»Escarlata, Teufel y yo avanzamos por el túnel en dirección este, a ver si nos conducía hasta el destripador de Güell.
»Tras lo que calculé que sería una hora, llegamos a la desembocadura de la alcantarilla, desde la cual se tenía una bonita vista del Mediterráneo, y de un cielo completamente gris.
»Había otra escalera, estrecha y oxidada. Agarré la linterna con la boca, coloqué a Teufel en mi espalda, y comencé a subir la escalera, con mi compañera detrás.
»Con algo de esfuerzo, conseguí levantar la lámina de metal que tapaba la salida, y la intensa luz me cegó por un momento.
»Cuando mis ojos se aclimataron a la luz, me di cuenta de que no había levantado una lámina de metal, sino un azulejo; un pulcro azulejo blanco de un hospital.
»Ayudé a Escarlata a subir, y comenzamos a andar por los pasillos del hospital, hasta que llegamos a la morgue.
-¿Qué es la morgue?-preguntó Fiona.
-Es el sitio de un hospital donde guardan los cadáveres.
»Abrí la puerta verdosa con cuidado, y entonces vi una imagen que me ha perseguido durante años en mis peores pesadillas; era una mujer, de no más de veinte años, en cuclillas sobre un cadáver al que le faltaban la cabeza y las extremidades, abierto desde lo que debería ser la garganta hasta el vientre, y devorando el corazón ya parado de aquel pobre hombre.
»La linterna escapó de entre mis dedos, cayendo al suelo y provocando un sonido que retumbó por la sala. La mujer se dio la vuelta, emitió un gruñido y, como si fuese medio felino, medio persona se lanzó hacia mí, en el momento en el Escarlata sacó su revólver y le propinó un disparo entre ojo y ojo, lo que hizo que la mujer felino cayera al suelo con un golpe sordo.
»Y así es como Escarlata Glaio y yo acabamos con el destripador de Güell, o mejor dicho, la caníbal de Güell.
