— Tienes que decirnos la verdad, —dijo ahora en un tono bastante serio— ayúdanos. Te podremos ayudar.
Yo dudaba, no sabía qué hacer. Tenía sesenta años. Hace casi cuarenta, pasaba todo esto. ¿Cómo se han enterado? ¿Por qué tardaron tanto? Tenía mis emociones mezcladas. Tal vez era un poco vieja, pero tonta no era. Los recuerdos en mi cabeza se proyectaban como una película. O como uno de esos discos rayados que repiten una y otra vez la misma canción. Si decía la verdad, pasaría todo; me iría a casa, con mis gatos, a disfrutar de los dólares que me darían por confesar. Ó, podría dejar su alma y sus cómplices en libertad. Al amor de toda mi vida; mi luz, mi alma, mi todo. Era una de las personas que más amaba. Él no seguiría conmigo. Eso era más que claro, pues yo le había contado todo a la persona equivocada.
A veces pienso... Las cosas mínimas pueden afectar. En estos días no se puede confiar en nadie.
Decidí largar todo, finalmente. Si lo liberan, ¿quién sabe? Tal vez seguirá haciendo estas cosas con otras jóvenes de cuando tenía mi edad. ¡Ó hasta menos! Ya estaba un poco chiflado ese viejo con sólo cinco años más que yo. No era tanta la diferencia, pero se puede decir que era una clase de pedofilo.
Luché tres años para su libertad y todas las veces que lo visitaba con nuestros hijos, él miraba a Emma de una forma desagradable. Aunque lo amo, lo admito.
Si... Tú estás leyendo esto... No importa dónde estás... Te pido, que por favor me perdones. Así como tantas veces, te he perdonado a ti...
Espero que entiendas, el mensaje...
Con amor;
Tu esposa, Alice Payne.
22/4/2035
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RomanceSíndrome de Estocolmo: Involuntariamente te enamoras de tu secuestrador; confundiendo la violencia con el afecto.