⋅⋅◖Marlene McKinnon ◗⋅⋅

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❝Me enamoro con cada palabra, me destrozo con cada acción❞

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Me enamoro con cada palabra, me destrozo con cada acción


LA PRIMERA VEZ que Sirius Black vio a Marlene McKinnon sintió un fuerte sentimiento de rechazo. Tenía ya once años y sus padres lo habían llevado a él y a su hermano menor, Regulus, al Callejón Diagon en busca de sus materiales. Para Sirius ya no había nada allí que le llamara la atención, ni los libros que se movían solos o las curiosas mascotas a la venta, lo único que le atraía aun, solo quizás, era la heladería de Florean Fortescue, aunque su madre no le permitiría ningún tipo de alimento dulce después del almuerzo y antes de la cena. Pensó, con un dejo de alegría, que tal vez su tío Alphard podría llevarlo a él y a su hermano por un helado antes de que partiera para Hogwarts. No lo supo entonces, porque no era mas que un niño pequeño, pero su tío era lo mas cerca que estaría de conocer el afecto familiar. Quizás por eso Marlene McKinnon le cayó tan mal.

Fue en Flourish y Blotts, su madre fue la primera en avistar a la familia mientras Sirius hojeaba distraídamente un par de libros. Encontró algo curioso, El monstruoso libro de los monstruos, y una sonrisa maliciosa se formo en su rostro. Observó a Regulus, a un costado suyo, y ondeó en libro frente a él.

—Sirius —murmuró su hermano, mirando de reojo a sus padres—. No.

—Era todo lo que necesitabas decir —respondió él,  con diversión.

Paralelamente, y distantes de lo que susurraban sus hijos, Walburga Black frunció la nariz al ver al grupo familiar.

—Los McKinnon están ahí —le dijo a su marido, señalandolos con la mirada.

Orion Black, su padre, siempre sería un sujeto impotente hasta la médula. Con el semblante siempre calmo, incluso cuando actuaba de manera cruel o violenta. Observo a la familia con el mismo rechazo que su esposa.

—Maldito el día en que el viejo McKinnon pario tantos hijos —dijo su padre, seco—. Elissandra McKinnon ha conseguido un lugar como asistente Junior del ministro, y la pequeña rata insolente ya ha comenzado a ser una molestia. No deberían permitir a magos como ella entrar a lugares como el Ministerio.

Sirius alzó la mirada por encima del libro monstruoso y observó a la familia por primera vez. Años mas tarde compartiría mesa con ellos y unos cuantos chistes con el abuelo McKinnon, aquel que su padre despreciaba tanto. Pero ese día, con solo once años, Sirius no los conocía. Solo vio una familia consiguiendo los libros para el siguiente ciclo escolar. Una mujer adulta de cabello rubio y ojos como avellanas, increíblemente preciosa, estaba concentrada en encontrar algún que otro libro en medio de las estanterías mientras que detrás de ella, su marido intentaba divertir a sus hijos. Aster McKinnon era un hombre cercano a la edad de su padre, con el cabello castaño, los ojos del mismo color y una sonrisa divertida en los labios. A su lado estaba parado un chico adolescente que le debía sacar algunos años, idéntico a su padre, y a su costado izquierdo, de espaldas a Sirius, había una niña rubia. 

Aster McKinnon parecía estar diciéndole algo a sus hijos, un chiste tal vez, con la intención de hacerlos reír. Se veían unidos. De solo mirarlos cinco segundos Sirius había sido testigo de mas muestras de afecto que las que tuvo durante toda su vida. No fue hasta que el señor McKinnon estiró los brazos hasta su hija y comenzó a hacerle cosquillas, que logro verle el rostro a la menor.

Su padre la acunaba entre sus brazos, mientras sus dedos le cosquillaban el estómago para hacerla reír, sus carcajadas resonaban en toda la tienda, llamando la atención de mas de un mago. Tenia rostro de ángel. Su piel parecía hecha de porcelana, sus mejillas estaban sonrojadas de la risa, y su rostro estaba enmarcado por una larga cabellera de rizos rubios. 

Él aún no creía que las niñas podían ser bellas o atractivas. No sería hasta su tercer año que tendría un despertar por las chicas. Le gustaría besarles, tocar su cuerpo y dejarse embriagar por ellas. Pero ese momento, describiría él años mas tarde, fue el instante mas puro que sintió en su vida, porque no pensó en otra cosa mas que en lo bonito que se escuchaba su risa.

Finalmente la señora McKinnon extrajo el libro que buscaba de la estantería y le dio un golpe amistoso a su marido en la espalda para que dejase a su hija. Sirius observó con una mueca a dicha familia, mientras a su lado, sus padres seguían despotricando sobre ellos.

Que son traidores de la sangre, rabiaban sin parar, ¡Nos creen iguales que un muggle!

Él no sabía su nombre, pero eso no era un impedimento. En cuanto los padres de la niña se separaron de ella para pagar por los libros, Sirius cogió el Monstruoso libro de los monstruos.

Siriiuss —se quejo su hermano hermano, negando con la cabeza.

Años mas tarde, atrapado en las paredes de Grimmauld Place, huyendo de la ley mágica y con el pesar de sus amigos muertos sobre él, Sirius recordaría ese día. El momento en que abrió el libro de los monstruos en dirección a Marlene McKinnon, y este se encaminó hacia ella como si se tratase de un animal peligroso. 

Sin duda, para un abusón escolar, había cosas que desearía no haber hecho. Pero de esa primera broma a Marlene McKinnon nunca se arrepentiría.


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⏰ Última actualización: Apr 01, 2020 ⏰

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