#29 Que pulcra

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El sol de la mañana azotaba con fuerza sobre la camioneta, que siendo puro metal traspasaba sin esfuerzo el calor.
No me quejaba tanto, ya que estaba viajando en un sueño, pues, la camioneta era una volqui amarilla, con olas pintadas a los lados y asientos cómodos dignos de alguien como yo.

El escenario no era tan decepcionante como creí que sería, ciertamente.

—Creo que por aquí hay un puesto de limonadas, aún nos queda algo de camino por recorrer —nuestra respuesta fue instantánea, puesto que todas nuestras cabezas dieron un giro doloroso y observaron al dueño de esa voz.

—Hace un tiempo no nos divertimos de esta forma —Cameron alzó la voz por entre los gritos y risas de los demás, mientras todos asentían, sintiéndome algo excluida ya que no estaba... Dentro de su grupo, en general.

¿A veces no les sucede que por más que tratan de ver el lado positivo de un grupo de amistad, es casi imposible?
Bueno, pues a mí sí que me ha pasado.
Aveces me siento excluida de muchas cosas, y quisiera culpar a alguien, pero, se que también yo me lo he buscado con mi frialdad.

Inevitablemente, recordé que hace tan solo... Bueno, recordar la fecha exacta ha de ser inútil.
Recuerdo cuando me dió la noticia de que, desde ese momento sería parte de una fraternidad de puros putos y descontrolados adolescentes.

No diré que no la he pasado bien, porque estaría mintiendo. A pesar de que algunas veces pueden ser un grano justo en el culo, también puede ser reconfortante saber que al menos alguien está ahí para mí, aunque sea solo a lo lejos.
Había algunos momentos donde simplemente deseaba encajar, deseaba quitar esa barrera que yo misma había impuesto y tener un abrazo de la persona que deseaba.

—¿Qué tenía el desayuno? —la voz susurrante de Steven me sacó de mis pensamientos, para darme cuenta de que los demás me observaban con los ojos llenos de curiosidad y preocupación.

—No le eche nada fuera de lo normal —respondió Jayden, susurrando de la misma manera como si así no pudiera escucharlos.

—¿Está mal ponerme sentimental? —rodé los ojos con molestia y me recosté del asiento cruzando los brazos, queriendo escupirles en la cara por arruinar el momento.

—No lo está, pero es raro que estés sentimental de por sí —añadió Jake, observándome mientras se bajaba de la camioneta. —Hoy es un día especial, de todos modos.

—¿Día especial? —me baje detrás de el, con el ceño levemente fruncido por todo el misterio.

—¡Hoy regresa nuestro último integrante! —Dylan no tardó en hacer aparición a mi lado, gritándome justo en el tímpano.

—Ah, creo que me habían dicho algo sobre eso —caminé siguiendo a Jake, que se dirigía a lo que suponía era el puesto de limonadas.

—Matthew regresa hoy —Keegan se bajaba del auto con su típico estilo de playboy.
Idiota.

Empecé a hacer memoria tratando de recordar quién era Matthew, hasta que por fin se me prendió el foco y recordé levemente una conversación de hace algunas semanas.
Si la mente no me falla, se supone que Matthew estaba en una gira buscando una universidad de su gusto, pues según lo que me contaron, había tomado el examen para salir del instituto antes.

—¡Limonada de toronja rosada! —la chica del puesto gritó indirectamente mi nombre, por lo que fui a tomar la limonada dejando el pago.

—Invita las limonadas y no las paga —susurré en un notable quejido, pero aguantando la lengua ya que realmente valía la pena.

—Hey Megan, ¿Te atreverías a surfear?

Voltee a ver al formulante de la pregunta, alzando mi ceja.

—¿Tengo cara de surfista profesional? —caminé a la camioneta, tomando mi bolsa mientras rebuscaba mis gafas de sol.

—No, por eso te retó —Keegan interrumpió mi búsqueda sonriendo ladino. —Vamos, no me digas que le tienes miedo al agua —se acercó a mi rostro.

Lo miraba de arriba a abajo sin entender que mosco le había picado.
Ya sabía lo que sucedería, mi mente me diría que no aceptara tales idioteces, pero mi orgullo podría conmigo, etc.

—Tendrán que pagar mi hospitalización —saqué mis gafas y miré de reojo la playa, vacía para el horrible calor que hacía estos últimos días.
Por suerte, la playa quedaba tan cerca de ese puesto de limonadas que se podía ir caminando, pero, fui inteligente y espere a que los chicos se estacionaran más cerca.

—Bien, hagamos esto —ya estaba parada frente al agua, observando las inmensas olas cuya fuerza podría arrastrarte hasta el fondo si no eras lo suficientemente cauteloso.
Sabía que con el agua no se jugaba, y esperaba que no sucediera nada que no pudiera controlar.

Lo siguiente fue algo que me dió una satisfacción personal muy agradable, pues, terminaba de quitarme la remera y el pantalón, sintiendo como algunos que otros me observaban de cabeza a pies.

—Caminen, las olas no son eternas —tomé la tabla de surf que se me había asignado, y empecé a caminar haciendo le procedimiento necesario.
De un momento a otro, estaba nadando hacia una inmensa ola que se alzaba ante pequeñeces como nosotros.

Me consolaba que si moría, al menos sería con estilo.
Y siendo observada por alguien, eso sí era algo triste.

Me tomó más tiempo de lo que pensé encontrar el equilibrio en esa tabla de surf, mientras el agua luchaba para hacerme caer a toda costa.

Estaba bien.
Me sentía bien.
Me sentía contenta.
Y no sabía si eso estaba bien, o estaba mal, pero sinceramente no me importaba.
No quería que me importara.

Varios minutos más tarde, ya estaba en la orilla tratando de quitarme el agua con la empapada toalla, sentandome debajo de la sombrilla para no tomar un cáncer con el sol que hacía.

—Me impresionaste —una voz que para mí era desconocida, me sorprendió detrás de mí.

Voltee a ver a lo que era, o lo que suponía que era, el último integrante que faltaba de aquella odiosa fraternidad.

—Tú debes ser Matthew, me gustaría decir que estoy encantada de conocerte, pero sería una mentira.

—Que pulcra —ignoré esto último para encaminarme a la camioneta, puesto que no me había dado cuenta de todo el rato que ya habíamos pasado allí.
Aunque mis tripas estaban listas para avisarme.

Sabría que ahora tendría que luchar con un idiota más, pero realmente no me importaba, o quería que no lo hiciera, sinceramente.

¡Una Pelirroja, 8 Chicos! ✓ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora