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Un día tranquilo, el sol brillaba con alegría, el viento fresco soplaba en la hermosa ciudad de París. Era un día perfecto para salir en familia, ir a jugar al parque, ir por un helado de André con tu pareja, o simplemente ir y disfrutar del día.

Y muy cerca de la Panadería de los Dupain-Cheng, se encontraba un guitarrista, de cabello azabache y puntas turquesa, ojos azules como el cielo brillante; recostado al pie de un árbol, dejando que la sombra y el viento fresco choquen con él. Acompañado siempre de su fiel guitarra, nota tras nota, acorde tras acorde.

Una dulce, tranquila, y hermosa tonada, la gente que pasaba ocasionalmente por donde se encontraba el azabache, se detenía unos minutos a escuchar la hermosa canción que entonaba su guitarra y apreciar el gran talento del chico. No faltaban las chicas a las que les parecía súper atractivo el muchacho, y tampoco faltaron las que intentaron coquetear con él, pero, el azabache sólo las rechazaba con amabilidad.

Los minutos pasaban, él seguía tocando con tranquilidad, dejando que sus sentidos sean uno con la naturaleza que le rodea en aquel pequeño parque. Por su mente sólo aparecía la imagen de una linda, algo torpe y quizás algo alocada azabache. Sin embargo, eso no era impedimento para que nuestro guitarrista sintiera algo muy fuerte por ella, ¿amor o simplemente cariño?

El chico aún no estaba seguro que lo que sentía por la joven diseñadora era amor, pero, lo que sí sabía era que la quería, y quería verla feliz, aún si eso implica quitarse del camino de ella y el modelo.

Con ese ligero sentimiento de tristeza se levantó de aquella sombra refrescante, guardando su guitarra en su estuche, camino con tranquilidad por el largo y ancho del parque, hasta que un pequeño llanto lo sacó de su trance. A paso rápido se dirigió al lugar de donde procedía aquel llanto, encontrándose con una pequeña, de al menos unos 6 años, tenía un raspón en su rodilla, y al lado de ella había una pequeña bicicleta tirada, tal parece se había caído. El azabache, se acercó a la niña y le extendió su mano.

-¿Qué hace una señorita tan linda llorando sola?- preguntó con una ligera sonrisa, la niña lo miró algo dudosa.

-Eh, no tengas miedo, no te haré daño, puedes confiar en mí- volvió a hablar, la niña pareció relajarse, sin embargo seguía sin acercarse al muchacho.

-¿Y tus papás?- preguntó una vez más, esperando al menos esta vez, obtener una respuesta.

-Fueron al quiosco, y yo me quedé jugando aquí con mi bicicleta, pero, me caí...- respondió finalmente, mirando el raspón que se había hecho luego de la caída que tuvo.

-Tengo un remedio perfecto para ese dolor- dijo señalando la herida de la pequeña y mirándola con una bella sonrisa.

Acto seguido, se quitó su estuche donde guarda su preciada guitarra, sacando a la misma, se posicionó en el suelo con las piernas cruzadas y colocando la guitarra en una posición que le resultara cómoda y eficiente.

—Espero que te guste— acto seguido comenzó a tocar con destreza y soltura aquel instrumento, muchos de los que pasaban se detenía un momento a presenciar aquel acto, cerrando sus ojos dejándose llevar por aquel sentimiento que le provocaba la música.

La niña había dejado de llorar, y fue entonces que aquella mirada triste, se volvió una alegre, acompañada de una tierna sonrisa, y fue así que el joven terminó aquella melodiosa tonada, recibiendo el aplauso de más de uno que se hallaban ahí presentes.

Y entre todos aquellos presentes, destacaba la niña, y una joven de cabello azabache.

—¡Wow! Luka, eso fue... ¡Impresionante!— habló aquella chica de cabello azabache y dos coletas.

Mi amor de medianoche «Lukanette»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora