De navidad, amor y quizás algo de magia

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En lo alto somos intocables.

Entonces, ¿por qué las estrellas quieren caer?


Gira y melodía toca las constelaciones que se deslizan en su propia luz.

Al tocar las formas delicadas en la estructura que ha creado Papá reconozco que es un maravilloso regalo. Lo ha replicado de los humanos y dice que recibe el nombre de «carrusel».

En este, mi corcel preferido tiene rosas rosadas y pelaje blanco, lo he llamado Ráfaga y es el más veloz de todos. Sin embargo, a medida que damos vueltas solo puedo ver luces y estrellas lejanas, las nubes a veces traspasan a Ráfaga y la noche sigue siendo demasiado fría.

De alguna forma mis ojos terminan bajando en las coloridas casitas bajo nosotros, donde criaturitas curiosas parecen celebrar algo, veo cómo arrojan flores enormes de luz y chispa a los cielos. Ráfaga ni siquiera se inmuta, es demasiado valiente para hacer algo como eso. Yo, en cambio, salto.

Es interesante que puedan crear cosas que hasta seres como yo consideren bonitas, Papá dice que nosotros no debemos involucrarnos con los humanos.
Pero hay algo ahí, una cálida aura que parece emanar de cada una de esas personitas, que no podemos replicar por más cosas hermosas que podamos crear.

Papá dice que soy muy joven para entender, no obstante, es mi cumpleaños mil dieciséis y poco importa si doy un pequeño vistazo.

Puedo percibir que Ráfaga está en contra, de cualquier forma es muy tarde, cuando salto de su lomo solo abro mis brazos y me permito caer silenciosa.

Para ellos no seré vista como nada más que una estrella fugaz.

El cielo lo sabe mejor.

Adapto mi imagen a la suya, y no tardo mucho en integrarme a las multitudes de humanos. Son todos tan curiosos; algunos tienen cuadros de luz que absorben su atención mientras caminan, otros hacen ruidos bastante fuertes con sus bocas. También hay humanos que tienen extremidades de metal, tan largas que tienen que alzarlas, cosa que quizás les duela porque hacen muecas extrañas frente al pequeño cuadro de luz.

Algunos tratan de llamar mi atención y me invitan a entrar en sus casitas llenas de gente, quieren que vea las cosas que cuelgan de sus paredes. Me llaman «cliente» y yo les digo que se equivocan, mi nombre no es «cliente».

Mientras veo el bonito exterior de sus casitas con luces de colores atrapadas en pequeñas cápsulas y múltiples figuras de un hombre de barba blanca y traje rojo, un pequeño humano rechoncho y con bigote raro se acerca a mí con la nariz roja y ojos acuosos. Tiene un olor penetrante, que de inmediato me desagrada.

—Oiga, señorita —qué mala costumbre tienen los humanos de nombrar a los otros como querían—. Señoriiiiita.

Este humano en particular es insistente y molesto.

—Mi nombre es Juníper —le digo—, no «señorita».

—¿Por qué no mejor viene conmigo a celebrar? ¡Vamos a beber! Porque es navidad.

Lo observo sin entender muy bien su balbuceo, cuando intenta tocarme retrocedo, ¿debería evaporarlo o sería eso demasiado? A veces Papá dice que hago las cosas sin pensar en las consecuencias. Meditando sobre ello, un brazo unido al cuerpo de otro humano interviene antes de que decida si perdonar o no al bigotón.

El recién llegado es más joven que el que intentó llamarme y su mirada no luce vidriosa, sus ojos son claros y marrones como las nueces. Huele a algo dulce, y decido que me agrada más que el otro humano.

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⏰ Última actualización: Jan 07, 2020 ⏰

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