Un rey demonio en México

La retirada

El crepúsculo era apenas perceptible entre las espesas nubes de polvo y ceniza, llamas carmesí devoraban la ciudad de Culiacán, desde el centro hasta los barrios más alejados, pocos vecindarios quedaban intactos, impactados tanto por los proyectiles de artillería como por los diversos haces de luz que viajaban desde las profundidades de las nubes de escombros contra la infantería, la cual, luchaba desesperadamente alrededor de la ciudad.
En el centro de la ciudad, un rayo de luz se extendía completamente recto desde el suelo hacia el cielo, traspasando las nubes y perdiéndose en la negrura del firmamento

Los cielos hacia tiempo que pertenecían a las monstruosas criaturas del tamaño de una avioneta similares a dragones, las cuales acosaban a las aeronaves mexicanas hasta derribarlas, las armas de la infantería trazaban sus caminos mientras intentaban repeler el vuelo de las criaturas, pero sus gruesas escamas color violeta repelian las balas como placas de metal.

Sobre los dragones montaban jinetes espectrales, cubiertos de una armadura completa con fajos de frascos circulares, que tenían un boscoso líquido en su interior, sus siluetas ciertamente no parecían humanas, pues de debajo de sus brazos, un segundo par emergía, sosteniendo escudo y lanza de un tamaño considerable.

En tierra la infantería, policía local y guardia nacional se replegaba cada vez más ante el avance insesante de grandes moles de carne, ogros y demonios con el aspecto de gorilas deformes que empuñaban escudos y mazos cubrían a grupos de duendes verdes armados con espadas y lanzas, a su formación también se unieron demonios de baja estatura pero con alas que los hacían sumamente rápidos, criaturas como leones con cabezas esqueléticas de vacas y en la parte posterior monjes envueltos en túnicas que impedían ver siquiera un milímetro de su piel, los cuales arrojaban magia como rayos y estalactitas de hielo.

La aviación de combate más moderna de México logró mantener a raya a las criaturas aéreas, al menos en su avance hacia la base de mando militar en el lugar, el aeropuerto, punto donde más y más tropas desembarcaban listas para ser arrojadas a la batalla.

Las calles del centro estaban repletas de cadáveres, civiles, soldados y demonios por igual regados por todas las calles, en algunos lugares las criaturas más sádicas habían usado las rejas de algunas casas para empalar personas, cada árbol de la ciudad estaba llena de niños y mujeres colgados, las iglesias ahora apilaban cadáveres que eran devorados enérgicamente por las criaturas de la noche, sangre y fuego consumían la ciudad sin que nadie pudiera parar la invasión obscura.

Mientras tanto en la avenida principal hacia el aeropuerto una unidad aguantaba luchando contra una pequeña horda de esqueletos, éstas criaturas eran muy ágiles y rápidas, aunque era fácil derribarlas.

Jose, uno de los soldados terminó vaciando hasta su último cargador y finalmente el ataque cesó, con un conteo de 53 objetivos abatidos y 4 heridos, la defensa había sido exitosa.

-como estamos?!-

La voz que se alzó sobre las demás era juvenil, pero firme, pues no era otra que la del padre de la unidad, el capitán torres, de 29 años, un hombre descrito por sus hombres como “confiable" un padre para los más jóvenes y un hermano para los mayores, cosa rara en oficiales y que lo había colocado como un elemento muy querido por su gente; en cualquier caso los 12 miembros de la unidad lo respetaban como a nadie, incluyendo a José.

-tenemos 4 heridos, Carlos, Iván, jafeth y Héctor...además de que se nos acaba el parque...-

El que respondió fue Ignacio, la mano derecha del capitán. Con 35 años se podía conciderar la voz de la experiencia y aunque nadie sabía porqué no subía de rango era algo que a nadie le importaba.

-orale...moisés!...sigues arriba?-

-si mi capitán!-

Moisés era el más joven, apenas había cumplido 21, por lo cual, el capitán intentaba alejarlo constantemente del peligro, aunque su actitud intrépida y despreocupada lo llevaba a meterse constantemente en problemas.