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Choi Jongho no era alguien de muchos amigos, de hecho, no tenía ninguno. Sus días constaban de idas y vueltas, subidas y bajadas. A veces se sentía bien, a veces no. Algunos días estaba feliz y motivado, otros días sólo quería desaparecer.

Vacío. De eso se trataba su vida.

Su familia era demasiado normal, tanto que se tornaba absurdo. Sus padres vivían trabajando, estando ausentes los siete días de la semana, pues eran dueños de una pequeña empresa; su hermano mayor vivía de sus padres; y él sólo vivía.

No le faltaba nada, no necesitaba nada. Tenía un techo sobre su cabeza, comida en su mesa y una familia estable. Podía estudiar, hacer amigos, tener un romance.

Podía hacer lo que quisiera en los límites de lo legal y lo saludable, pero de todas formas era un chico triste. Quizá era por eso que no tenía amigos y mucho menos un romance.

La gente no le agradaba. Todos los chicos de su edad eran demasiado alegres y excesivamente hiperactivos. A su alrededor siempre había ruido, personas gritando y riendo, parejas besuqueándose, gente escuchando música con el volumen al máximo.

Él, por su parte, no estaba acostumbrado a ninguna de esas cosas. El ruido de cualquier tipo le irritaba, pues su mente siempre estaba tranquila, como si no tuviera nada en lo que valiera la pena pensar.

Hasta que llegó él.

El chico se había vuelto popular inmediatamente después de poner un pie dentro de la escuela. Su rostro y su aparentemente increíble personalidad le aseguraron un puesto en la mesa del centro en la cafetería, donde se sentaban aquellos que estaban "en lo alto de la escala social".

En un principio lo había odiado, lo admitía. Él no lo había visto, pero toda la escuela hablaba de Kang Yeosang, lo guapo que era y lo dulce que se comportaba con todos. Jongho, mientras todo su entorno enloquecía, detestaba la idea de que hubiera aparecido un chico nuevo a pretender ser la gran cosa.

En ese momento, habría apostado todo lo que tenía a que el mayor sería uno más del montón, con una bonita sonrisa y palabras filosas. Poco después supo que hubiera perdido esa apuesta.

Si bien no se equivocaba con lo primero (pues Yeosang poseía la sonrisa más hermosa que él había visto en toda su vida), pronto percibió su verdadero ser.

Cuando lo conoció, es decir, la primera vez que tuvo el placer de verlo con sus propios ojos (porque poder observar al mayor era eso, un placer inmesurable), lo supo de inmediato, pues algo dentro suyo le había advertido: Yeosang era por completo diferente a lo que él esperaba.

Había llamado su atención desde que sus ojos chocaron con los suyos; oscuros pero brillantes, así eran. Ojos idénticos a los de todos los demás, negros, rasgados y enmarcados por largas pestañas lacias.

Objetivamente, los ojos de Yeosang no tenían nada en especial, pero Jongho había visto algo en ellos. Y, aunque sólo habían mantenido contacto visual durante menos de cinco segundos, había sido más que suficiente para que pudiera descifrar al meyor.

Kang Yeosang era muchas risas pero pocas palabras. Jongho lo había encontrado en conversaciones con otras personas, con una sonrisa en sus labios y aparentando estar allí. Contestaba si se dirigían a él, pero parecía no pensar lo que decía, sino que simplemente soltaba lo que llegaba a su cabeza.

Nadie se daba cuenta (y Jongho no entendía por qué), pero mientras su cuerpo se hallaba ahí con ellos, los ojos de Yeosang estaban perdidos en algún otro sitio. A veces parecía realmente concentrado en los demás, escuchando sus anécdotas o chismes, haciendo algunos comentarios y enfocando su vista en ellos, pero era más bien una actuación.

Sad boy ➵JongSang.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora