En esa fría noche de noviembre fue cuando decidí acabar con él.
Él me quitó lo único que tenía y durante años lo soporté, pero ya no más.
No me interesaba ya lo que dijeran de mí, o lo que quisieran hacer conmigo después, la decisión estaba tomada.
Miré al cielo oscuro esperando ver una estrella y deseé que alguien me dijera que iba a hacer lo correcto. Después mi vista regresó a las verdes paredes del oscuro y complejo laberinto que solía recorrer de niña y emprendí camino al momento en que mi vida cambió.
Mientras caminaba hacia el inicio del laberinto los pocos recuerdos que tenía invadían mi mente:
Ruido...
Cierro los ojos con fuerza.
Sangre...
Tomo mi cabeza entre las manos.
Fuego...
Comienzo a temblar.
Él...
Me detuve abruptamente para poder retomar equilibrio pues sentía punzadas en la cabeza y el estómago revuelto. No entendía por qué cada vez que trataba de recordar, mi mente me castigaba con dolor, como si el hecho de revivir ese momento fuera un pecado el cual no podía pagar.
—Debo hacerlo— susurré para mí dejando unas cuantas lágrimas rodar por mis mejillas y retomando mi camino.
A pesar de conocer este camino de memoria me sentía expuesta a la oscuridad, como sí en algún momento esta me pudiera envolver y llevar a un lugar del que querría huir, cómo si ya hubiera estado antes. Eso era lo que necesitaba, huir de todo este mundo y de todas estas personas pues sentía que ya nada en este mundo valiera la pena, todos son iguales y lo peor es que todos quieren serlo...
Todos son como él...
Cuando me percaté ya estaba parada justo donde lo había planeado hace meses.
Ya es hora.
Estaba pasando por un momento en mi vida donde sentía que me estaba perdiendo, donde ya no tenía control de mí.
Metí la mano en el bolsillo de la gabardina negra que llevaba puesta, mi piel reaccionó al hacer contacto con el pequeño objeto que cargaba: un encendedor. Lo saqué y lo expuse ante mis ojos, lo observé con detenimiento y solo sentí esperanza.
Con el silencio que había solo podía escuchar a la tapa abrirse, a la rueda hacer fricción y al fuego arder...
Esa sensación tan familiar...
Me dediqué unos segundos a contemplar la llama que resplandecía del encendedor. Esta me parecía sumamente bella.
Solo necesitaba soltarlo y en cuestión de minutos todo habría acabado, por lo cual estiré mi brazo en dirección a la paja para calcular hacia dónde tenía que tirar, en un segundo movimiento flexioné el brazo hacia mí para tomar impulso y entonces... Todo cambió.
Dejé de sentir el calor de la llama en la mano, el frío del metal entre los dedos...
—¡ALGUIEN TOMÓ EL ENCENDEDOR!— me alarmó una voz en mi cabeza.
Volteé rápidamente para ver qué había pasado. Qué había pasado con el encendedor.
Al dar la vuelta lo primero que vi fue la llama del encendedor...
Después oscuridad...
Luego unos ojos...
Y por último: a él...
Pero... ¿De quién son los ojos?
ESTÁS LEYENDO
No Confíes
RomanceUna fría noche bastó para cambiar mi forma de ver la vida. Él acabó con ella sin miedo a mirarme a los ojos, sabiendo que yo estaba presente en ese momento. Cuando ya no pudo más con ella, cuando dio su último movimiento... Vino a mí. Sentí que podí...