El libro de dibujo

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Caminaba dos horas y media hasta la escuelita rural. Se iba descalzo por las trochas lodosas, embarrándose las piernas hasta las rodillas. Cuando llegaba se lavaba los pies, se los secaba con un trapito y se ponía las medias y los zapaticos de ir los domingos a misa. Se acomodaba la camisa y por fin entraba al salón.

Le gustaba estudiar. Era mucho mejor que trabajar de sol a sol en el cultivo de cebolla, o levantarse en la madrugada, en medio de una tormenta a arriar el ganado para que el río crecido no se lo llevara. Tan solo tenía ocho años, pero era un jornalero más en la parcela de su padre.

A la escuela solo podía ir tres veces a la semana, y eso claro está, si no había algo importante que hacer en la casa. Le daban algunos centavos que le alcanzaban para una gaseosa roja y un pan, pero él se los entregaba a la maestra, para que se los guardara para algo muy especial. Después de un año ahorrando, la profesora le hizo el favor de comprárselo cuando fue al pueblo.

Era un libro de dibujo. Cien hojas de Bond en blanco con sus respectivas hojas de papel mantequilla para calcar. Lloró de alegría, le encantaba dibujar aunque no tenía idea, pues nunca tuvo oportunidad de hacerlo, ahora podría.

Después de la escuela, llegó corriendo emocionado a la casa para mostrarle el libro a su papá.

—¿De dónde sacó eso? —preguntó el padre.

—Lo compré —dijo con orgullo sin percatarse aún de la molestia de su progenitor.

—Deje de decir mentiras, ¿de dónde sacó la plata?

—Ahorre medio año —contestó con la voz quebrada.

—¿Yo le he enseñado a decir mentiras? —gritó el padre.

—Se lo juro papá, pregúntele a la profesora —dijo llorando.

—Ahí está el problema, lo mando a la escuela para que sea un hombre de bien ¿y aprende a robar? —Fue la respuesta final del padre.

Enardecido por la ira, aquel señor no escuchó ninguna de las explicaciones que su pequeño hijo le estaba dando. Le rapó el libro de dibujo, lo rompió y lo echó en el fogón para que ardiera con la leña. El niño recibió una paliza con un chuco de tres patas que le dejó la sangre cuajada en piernas y espalda. Pero el castigo que más le dolió, el que recuerda con mayor tristeza fue que no lo dejaron ir más a la escuelita porque estaba aprendiendo malas mañas.

El libro de dibujoWhere stories live. Discover now