Alejandra

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Se había enamorado, solo que de alguien que no la quería, al menos no de momento, según sus amigas. Estaba cenando en ese preciso instante, bueno, más que comiendo estaba removiendo la comida, ya que, de tanto pensar en él, se le había quitado el hambre.
-Alejandra, hija, no has tocado la comida-. La voz de su padre la quitó de sus ensoñaciones.
-Es que no tengo hambre, papá. He merendado mucho-.
-Pero hija, si sólo te has tomado un pequeño bocata a las cinco-.
-Bueno, pues el caso es que estoy llena-.
-Vale, pero recuerda que tienes que comenzar a comer más, no quiero que te quedes en los huesos-.
-Ok, buenas noches, para estar aquí sentada, prefiero acostarme-.
-De acuerdo hija, buenas noches-. Alejandra se dirigió a su cuarto y se tumbó en la cama, con la luz apagada, sin parar de pensar en él, en su sonrisa, en su voz...
-Es que es perfecto-. Suspiró. Al día siguiente le vería, ya que iban a la misma clase, y, como normalmente, le entraron los nervios. ¿Qué se pondría? ¿Cómo entraría en la clase para que se fijara en ella? Y, con esos pensamientos en la cabeza, se durmió. A la mañana siguiente, su despertador sonó a las siete y media, como siempre, pero ella siguió, en la cama. Su madre abrió la puerta y le dijo:
-Venga, levanta, que tienes que ir al instituto-.
-Ugggggg-. El mismo cuadro de todas las mañanas. Tras cinco minutos más en la cama, se levantó y comenzó a vestirse. Tras veinte minutos, desayunó y esperó a su amiga, para irse a clase, como todas las mañanas. Luego llegó a clase, y saludó a sus amigas, como de costumbre, y se sentó, esperando a que hiciera su aparición. Tras unos instantes de espera, entró en clase. El mundo se paró, y comenzó a sonar la canción “Adán y Eva”, de Paulo Londra. Suspiró, y su compañera de al lado, le dirigió una mirada cómplice. Otro día más de clases insufribles, lo único bueno del instituto era él. Volvió a su casa, y otra vez se repitió la escena de siempre, ella sin hambre y suspirando por las esquinas. Así pasaron los meses, casi sin darse cuenta, y sus amigas le dijeron que él estaba enamorado de ella, Alejandra no acababa de creérselo, pero, soñar es gratis, ¿no? Llegó junio, y con ello, el viaje de fin de curso, y el viaje del instituto, y Alejandra, decidió confesarle su amor. Al llegar el día del comienzo del viaje, en el aeropuerto, ella se armó de valor, y fue al encuentro de su amor.
-Hola Mario-.
-Ey, hola Ale. ¿Estás nerviosa?-
-Eh, sí, la verdad es que sí, pero... No precisamente por el viaje-.
-¿Ah no? ¿Y por qué lo estás?-
-Pués... verás... es que yo...-.
-Ale, ¿estás intentando declararte?- Alejandra se quedó con la boca abierta.
-¿Cómo lo sabes?-
-A ver, no lo sabía, pero estaba deseando que lo hicieras-. Mario se sonrojó. Ale estaba que saltaba de alegría. Todo le había salido bien, una pequeña gran confesión la había ayudado a vivir uno de los mejores momentos de su vida.

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