The Dark.

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31 de octubre de 2018.
La oscuridad en yacimiento de alegría.

—Esto me da mala espina, Arthur —musitó una voz, en medio de la oscuridad.

—¡A ti todo te da mala espina! —siseó otra en respuesta.

Ambas figuras se encontraban caminando en la oscuridad, entre viejos escombros y telas roídas. La luna brillaba en el cielo, opacando a las lejanas estrellas, pero sin ofrecer el brillo suficiente como para mitigar la penumbra.

—Por favor, Arthur, vámonos —rogó la primera voz. Era obvio que se trataba de una chica, quizás una adolescente, pero casi nada era visible.

—¡Por Dios, Astra, espera! —se quejó la segunda voz, esta era de un chico, quizás de la misma edad que la de la joven.

Las figuras pertenecían a Arthur y Astra Bennett, un par de mellizos, adolescentes, curiosos e irresponsables, que se habían escapado de casa, en halloween, para reunirse con sus amigos a contar historias de terror. El lugar elegido había sido el terreno baldío donde solía ubicarse el circo, el cual era rodeado por decenas de terroríficos rumores.

—¡Yo me voy! —espetó la chica y se dió la vuelta, dispuesta a irse.

—Cuidado con los espectros de las luces —canturreó el joven, sin parar de caminar.

—¿Con los qué? —cuestionó Astra.

—Con los espectros de las luces, los fantasmas del “Circus For Psychopaths” —explicó Arthur con simpleza, como si aquello no fuera algo inaudito.

—“The Circus of Lights”—corrigió Astra, con fastidio.

—Cuando las luces del circo se apagaban, solo se veían monstruos y oscuridad —relató Arthur con una sonrisa torcida.

—¡Lo que digas, vámonos! —imploró nuevamente la chica.

—¿No te das cuenta, Astra? —inquirió Arthur. —La oscuridad del circo sigue aquí y ahora somos parte de ella.

Mientras decía esto, el joven levantó su pie, mostrando la suela de su zapato, la cual estaba manchada de sangre. La joven ahogó un grito y retrocedió un par de pasos, aterrorizada. Luego de veinte años que llevaba inactivo el circo, ¿cómo era posible que hubiera sangre fresca ahí?

—Debemos irnos, Arthur, no debimos venir —lloriqueó Astra, abrazándose a sí misma y dándose la vuelta para retirarse.

—Hay que... Hay que buscar a los demás y largarnos —razonó Arthur, tomando a su hermana de la mano.

A lo lejos, un viejo folleto hacía volteretas en el frío aire nocturno. Todo estaba en calma, pero el ambiente era pesado, presagiaba que algo muy malo se tramaba entre aquellos viejos escombros.

Entre aquel silencio, escucharon una voz, era una voz fina, femenina, sin duda.

—¿Esa no es...? —comenzó Astra, mirando alrededor, buscando a aquella voz conocida.

—Allison —aceptó el joven, comenzando a caminar en dirección al lugar de donde provenía la voz.

Pasaron junto a carretas polvorientas y oxidadas, el suelo estaba cubierto por una tela húmeda y mugrienta que, anteriormente, debía haber sido roja y blanca. Una de las carretas tenía pintado el rostro de un payaso sonriente, pero las manchas de humedad y sangre seca no dejaban leer el nombre del actor. Sólo se distinguía que comenzaba con la letra «E».

Su grupo de amigos se componía de Allison Price, una chica de baja estatura y cabello negro, Kenneth Wilson e Irlanda Derry. Se suponía que los tres deberían estarlos esperando dentro de la única carpa que seguía en pie, en medio de aquel terreno.

—Es allá —señaló Arthur en dirección a la gran carpa agujereada.

Ambos adolescentes caminaron en dirección al sitio, hasta que una melodía comenzó a sonar. Era la canción típica de un circo, pero sonaba muy fuerte y se entrecortaba, dándole un toque tétrico. Sin previo aviso, una luz amarillenta comenzó a brillar dentro de la carpa y ambos chicos se miraron. ¿Qué ocurría?

—Vámonos —volvió a rogar Astra. —. Esto es lo que pasa en las películas de terror: los estúpidos protagonistas corren hacia el peligro, en lugar de tener un mínimo de apreciación por sus vidas.

—Pero hay una diferencia —razonó Arthur antes de arrastrar a su hermana hasta la entrada de la carpa. —, yo no soy estúpido.

—Si, claro —ironizó Astra.

Ambos ingresaron al lugar y se dieron cuenta de que la luz que se veía desde el exterior provenía de un reflector colgado de una estructura oxidada. Todo aquello se veía frágil, viejo, abandonado, al borde del colapso.

En el centro, donde se suponía que los artistas presentaban sus actos, un gran telón de un rojo sangre impedía la visibilidad.

—¿Chicos? —preguntó Astra y su voz resonó por el espacio.

La luz se apagó súbitamente.

—¡Bienvenidos, amigos, al Circo de Las Luces! —una voz masculina llenó el espacio, aún en penumbra. —No se decepcionarán al ver nuestros actos. A la izquierda...

En dicha dirección, una luz tenue se encendió. El telón de esa zona estaba corrido.

—¡Podrán ver a nuestra habilidosa trapecista, Allison! —Astra gritó, Arthur sonrió discretamente y la voz rió.

La mencionada llevaba puesto un traje de leotardos, su cabello negro colgaba a un lado de su rostro como brea y su cuerpo se hallaba suspendido en el aire gracias a la soga que tenía amarrada en torno a su cuello. Muerta.

—¡A la derecha podrán ver a nuestro payaso, Kenny!

Otra luz se encendió y el horror se dejó ver. El amigo de los adolescentes se encontraba en la misma situación que Allison, a diferencia que él tenía una gran sonrisa tallada en el rostro pintado de blanco. Sus ojos desorbitados. Muerto.

—¡Y, como atracción principal, Irlanda junto a nuestro maestro de ceremonias!

En el centro, otra luz se encendió, dejando ver la última escena. Todo estaba tan quieto, tan silencioso. Astra quería correr, pero no podía, sus piernas no respondían. El miedo resultaba paralizante.

Irlanda se encontraba recostada dentro de una caja de donde sólo sobresalían su cabeza, brazos y piernas, con el maquillaje corrido y la cabeza mirando hacia la zona superior de la carpa. Junto a ella, se encontraba un hombre de unos treinta años, su cabello era rubio platino y llevaba un esmoquin negro con brillantina junto a un sombrero de copa. Su corbata de pajarita era amarilla.

—¡Ahora, sus ojos presenciarán como parto a Irlanda a la mitad! —exclamó el hombre mientras reía escandalosamente y sacaba un gran cuchillo en forma de media luna.

Astra volvió a gritar y el hombre se llevó el dedo a los labios, ahogando los gritos de la joven.

—Por favor, apaguen sus celulares y presten mucha atención al acto —pidió el hombre y clavó el cuchillo dentro de la caja.

Irlanda no gritó, ni sufrió al sentir que su cuerpo quedaba partido a la mitad, estaba inconsciente al momento de morir.

—¡Monstruo, monstruo! —gritaba Astra, histérica.

—Los monstruos se esconden en la oscuridad, Astra Bennett, pero esto es el Circo de Las Luces y nadie esconde lo que es.

Arthur rió y tomó a su hermana del brazo para arrastrarla en dirección al maestro de ceremonias. Esta miró a su hermano con una expresión seria, confundida. ¿Qué estaba haciendo?

—Tranquila, hermana, la función aún no empieza.

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⏰ Última actualización: Mar 01 ⏰

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