Estuve con el pie enyesado en mi cumpleaños, no pude jugar con mis amigos y el resto de las vacaciones me aburrí acostado.
Me las pagaría. Me arruinó todo.
Cuando entramos el colegio, tampoco pude ir. Mis amigos venían a dejarme los trabajos, prestarme sus cuadernos y pasar el rato conmigo.
Apestaba.
—¿Que piensas hacer?
Volteo a verlo.
—En dos meses me quitan esto—apunto la bota—. Dejaré pasar unas semanas y cuando menos lo espere, iré a su casa.
—¿A qué?
—A decirle a su mamá de quién fue la culpa de mi accidente. —dije simple.
Me creía más adulto por tener siete años.
El Seba me mira dudoso.
—Su mamá me da miedo—admite. Ya somos dos, amigo—. Mi papá la ve siempre apostando en las máquinas, en este negocio de la esquina.
—Las mamás son raras, no tiene importancia. Ahora tení que ayudarme a pensar que le haré después, está la pagará muy caro.
—Fabi...
—¡Ya sé!—lo ignoro—. No entiendo porque, odia los bichos, llenare el canasto de su bici con ellos. Sus grititos serán música para mis oídos.
—Yo creo que deberías dejarlo pasar. Somos muy chicos para andar haciendo estás cosas, yo apenas se andar en bici.
—Porque eres miedoso.
—No me gusta mucho el dolor cuando mi cara cae al suelo—ordena sus cosas—. Me voy, nos vemos el viernes.
—Si.
Créanme que quise rendirme pero cada vez que veía mi pierna, me daban ganas de hacerle lo mismo. Y me asome por la ventana para verla sentada en la puerta de su casa.
Frunci el ceño.
Cada martes y viernes se sienta en ese lugar, sin moverse, con las manos en sus oídos y no entra hasta la noche.
Que raro.
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Hepatitis
Teen Fiction•"Cuando te enamoras de alguien que puede morir, el destino es difícil de predecir"•