El Maestro de Jarcia

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CAPÍTULO I: DE LA MAR A LA TIERRA  

A bordo del jabeque Gitano, puerto de Barcelona, 1 de abril de 1750  

El silbido del contramaestre rompió el ajetreo que se vivía a bordo del Gitano,mal nombre para un barco en un reino donde los gitanos a lo mejor que podían aspirar era a no romperse la espalda atados a un remo de por vida, o escupiendo sangre en las obras de los arsenales de marina. El Gitanoera un jabeque. Protegía los mares españoles patroneado por el mallorquín Antoni Barceló. Sus buenos servicios, al haber perseguido a los corsarios argelinos, le habían valido el grado de teniente de navío de la Real Armada. Aunque las malas lenguas, que abundaban en los mentideros de marina, decían que el almirantazgo había olvidado, convenientemente, incluir una paga en aquel nombramiento. Y, en parte, aquella afirmación era del todo cierta, porque al marino sólo se le había concedido el empleo, pero con la coletilla de graduado.

Así era. Antoni Barceló era oficial de una Marina de la que no recibía ni un triste vellón. Lo cual, en definitiva, no era sino la representación más clara del precario estado de los caudales del rey. La cuestión había corrido tanto entre la marinería, tan abundante en las costas catalanas, que entre chanzas decían: «Barato sale al rey Barceló, como las pelanduscas a fray Moscardó». Los que así se burlaban se referían a un religioso que dirigía un establecimiento de acogida de mujeres perdidas en Barcelona. Personajillo, putero donde los hubiera, quien, a pesar de aparentar ser un piadoso santo varón, era un mago en el negocio de prestar los sucios jergones de paja a cambio de algún que otro favor que, de seguro, haría enrojecer al marino más rudo de la Carrera de Indias.

El Gitanoera un hermoso jabeque que heredaba, en gran parte, las virtudes de este tipo de embarcaciones que habían sido diseñadas y construidas en los astilleros de la costa berberisca. Rapidez y maniobrabilidad se conjugaban en aquel ágil velero para hacerlo idóneo en acciones contra el tráfico mercante enemigo. A diferencia de sus homólogos norteafricanos, de un desplazamiento menor, las 200 toneladas de la nave española no suponían alteración alguna en sus regulares líneas. Para ello, habían sido labradas con ahínco y perfección por los carpinteros de ribera de las costas de Levante.

Aquella nave había sido dada al mar en el arsenal de Cartagena a principios de aquel año e, inmediatamente, había quedado bajo el mando directo del marino mallorquín. Sus tres mástiles estaban aparejados desde su entrega con tres velas latinas, con larguísimas entenas que rasgaban con decisión la brisa mediterránea. Su aguda proa llamaba la atención de los que la observaban, al recordar mucho a las góndolas que circulaban por los canales interiores de Venecia. Dichas formas garantizaban que la nave cortara el mar con facilidad, alcanzando mayor velocidad que cualquier mercante enemigo y, también, que muchos barcos militares de parecido diseño. El palo trinquete, justo al inicio de la proa de la embarcación, se inclinaba arriesgadamente hacia delante, como si amenazara con desprenderse sobre las aguas. Así, formaba un ángulo bastante pronunciado respecto a la horizontalidad de la cubierta, lo cual parecía indicar que el jabeque era por concepción, diseño y ejecución un buque agresivo que no vacilaría en trabar combate a la menor ocasión. Ahora se encontraba amarrado a cobijo de la fortaleza de la Ciudadela, que protegía con su artillería la zona portuaria de Barcelona y controlaba la vida diaria de la urbe. Esta imponente fortaleza se había edificado en lo que había sido el antiguo barrio de la Ribera de la ciudad. Para su construcción fue necesaria la demolición de muchos hogares y establecimientos comerciales, lo que interrumpió la vida, las ocupaciones y las tradiciones familiares de muchos siglos.

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⏰ Última actualización: Oct 17, 2012 ⏰

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