I

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Subimos las escaleras de la mano, él frente a mí, y yo admiro su trasero contonearse en esos jeans tan ajustados. Me muerdo el labio sólo de pensar lo que me espera.

Dan tiene veintidós años, y su cabello negro y lacio le cubre toda la frente. Es casi tan alto como yo, así que cuando llegamos a la sala él se voltea y queda justo a la altura de mi boca. Con delicadeza me acerco a su rostro, pero Dan me toma violentamente de la nuca y me jala hacia él. Con que así va a ser hoy, ¿eh? Muy bien, Dan, muy bien. Yo también sé jugar rudo.

Sin pensarlo le muerdo el labio inferior y siento como gime de placer. Muerdo un poco más antes de soltarlo, y siento como él me pide más, pero yo lo volteo rápidamente y subo su playera, dejando su hermosa espalda al descubierto. Lo empujo contra la pared y restriego mi enorme erección contra sus nalgas; una de sus manos ya desea tocarla, pero yo la aparto violentamente. Aún no es el momento.

Lo someto y bajo lentamente por su espalda, lamiéndola hasta llegar a sus pantalones. De golpe se los bajo y quedan al descubierto dos pequeñas y redondas nalgas, suaves y sin un solo vello encima. Siento como se me hace agua la boca. Me lanzo hacia ellas y les doy un par de suaves mordiditas, que Dan corresponde con un gemido que intenta ahogar tapándose con el brazo.

Me levanto ágilmente y lo giro de nuevo; su cuerpo se estremece al contacto con la fría pared, pero rápidamente me voy sobre sus labios y los beso, siguiendo un patrón muy específico que meses de coger con Dan me han enseñado: beso, beso, lengua, beso, mordida. El mismo patrón, repetido una y otra vez, saboreando cada centímetro de sus labios y cada soplo de su aliento.

Luego lo tomo de la nuca y lo obligo a bajar; él obedece y se arrodilla, y veo como se muerde el labio al ver el bulto en mis pantalones. Lo repasa con sus dedos un par de veces, hasta que yo me impaciento, lo saco y lo golpeo en la mejilla con mi pene. Dan hace una mueca de dolor y luego abre la boca, esperando que lo meta, intentando lamerlo, pero yo jugueteo con él frente a su cara por un rato y no lo dejo.

Cuando veo en sus ojos la agonía del placer, esa que enciende como una chispa a un rastro de gasolina, meto de golpe mis dieciocho centímetros en su boca, hasta que sus labios topan con mi ingle. Escucho como se ahoga y siento una descarga eléctrica recorrer todo mi cuerpo. Me encanta como su garganta se cierra alrededor de mi pene, como le falta el aire y un par de lágrimas escapan de sus ojos marrones. Tose un par de veces y un cuajo de saliva se derrama por las comisuras de su boca, mojándole el cuello y la playera. Introduzco mi pene una y otra vez en su boca, rápidamente, y cierro los ojos cada que lo escucho atragantarse. Estoy muy excitado, estoy a punto de venirme, así que saco mi verga y me masturbo fuertemente hasta que no puedo más y exploto sobre su rostro.

Mi semen le baña la frente, la nariz y los labios, aún húmedos e hinchados de tanto mamar. Con mi pene embarro lo que puedo y vuelvo a introducirlo en su boca hasta el fondo, mezclando mi leche con su saliva entre gemidos ahogados. Luego me agacho y lo beso, esta vez con dulzura.

Dan me mira con complicidad, sonriendo tímidamente; sabe que aún no he acabado con él, pero ese momento en el que nuestros ojos se cruzan es poderoso, y trasciende más allá del sexo o la atracción. Ahora es él quien se levanta y rodea mi cuello con sus brazos. Mis manos envuelven su cintura y lo atraen hacia mi cuerpo, envolviéndolo en un cálido abrazo. Durante ese instante me siento seguro, y sé que él también lo siente. Nos besamos y él me muerde el labio juguetonamente. Ambos sonreímos. Ambos estamos justo donde pertenecemos.

MordidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora