Abrí los ojos en medio de la oscuridad, era una noche fría y las nubes ocultaban la luz de la luna, era una noche hermosa, casí etérea como aquellas veladas fantásticas que relatan en cuentos de hadas; Pese a que ya había dormido un largo tiempo aún estaba muy cansado, de pronto un sonido metálico llamó mi atención y a lo lejos alcancé a observar un viejo tren, aquél que atravesaba la ciudad,al que subía a diario cuando yo era jovén, sonreí ligeramente con aquel recuerdo y desvíe mi atención hacia la melodía de los grillos, era un sonido tranquilo y agradable, casi entumecedor que me exortaba a cerrar los ojos nuevamente, estaba agobiado y dispuesto a retomar el sueño pero por desgracia mía me era imposible, la pesadez del insomnio escalaba por mis piernas y se metía entre mis ropas, algo me obligaba a quedarme despierto en ese incomodo lecho, los pensamientos invadían mi mente como un enjambre de abejas y poco a poco me enfrascaba en la desesperación; Mi burbuja explotó cuando escuché un sonido ajeno, pronto me percaté de que no estaba solo, mi vecino de al lado pasaba también una noche dura, pobre hombre, el era muchos años menor que yo, y su familia con mucho esfuerzo vivía al día, tenía una esposa jovén con la que al parecer llevaba pocos años de matrimonio y producto de esa unión un bebé regordete con apenas unos meses de vida;su esposa lloraba pidiendole perdón e instantes mas tarde sollozaba a gritos culpandolo por lo infeliz que era su vida hoy en día.
Al frente, María, una viejecita ya de muy avanzada edad atendía a sus hijos, Lucía ya muy acacabada , y era lógico; a sus 94 años lo que mas deseaba era descansar,miraba con ojos de amor a su familia, tanto que apenas se notaba que estaba algo fastidiada; ¿qué no comprenden sus hijos que deben dejarla en paz? Al parecer, nadie dormirá hoy-me dije- y solo me recoste con la vista hacia las estrellas.
Las horas pasaron y aún no lograba conciliar el sueño, mi esposa se acercó conmigo y comenzó a hablarme, comenzó a recordarme el pasado, el día de nuestra boda, el nacimiento de nuestros hijos y nuestros nietos; Pronto,los recuerdos de nostalgia invadieron mi mente, la miré, una lágrima broto de sus hermosos ojos y me dolió en el corazón-No llores viejita-le dijé, y mis ojos comenzaron a llorar junto con ella, mis palabras no tenian efecto, era como si no me escuchara pero la abrace y me limité a observarla, sus plateados cabellos lucían radiantes bajo la luz de la luna, tanto tiempo ha pasado y aun estaba enamorado de ella.
seguía llorando,-No estes triste- la consolaba- nuestros hijos ya son adultos, viven sus vidas felices junto con nustros nietos, quizá nuestro tiempo de juventud ha acabado, pero no hay que lamentarse.
Mi esposa se recostó junto a mi y me quedé pensando.hace tiempo que mis hijos no visitan la casa, ¿acaso se han olvidado de nosotros? Su madre llora porque la han dejado sola, se hizo un nudo en mi garganta y la abracé lo mas fuerte que pude, ella al parecer se dío cuenta porque aunque lloraba, una sonrisa se dibujo en sus labios.
La luna comenzaba a ocultarse y la luz del sol se asomaba por el horizonte, ya era hora, estaba amaneciendo y las velas se habían apagado, el vecino ya no escuchaba a su esposa gritar y María se despedía de sus hijos que habían venido a visitarla, en cambio yo, veía a mi querida mujer recostada al lado mío, ya no lloraba y en cambio se mostraba tranquila, en un sueño tan apacible que me hacia feliz.
Ya había amanecido, Tomás, mi vecino ya se habia ido ,su esposa cargaba a su hijo entre brazos mirando hacia la nada, estaba arrepentida quizá de la escena que habia estado haciendo. Por otro lado María caminaba tranquilamente en un camino hecho de flores , estaba feliz de poder haber visto a sus hijos y se alejaba lentamente hasta desaparecer.
Yo me quedé sentado observando a mi mujer, estaba tranquila, apacible, tanto que me hacia feliz. Observaba con cautela su respiración y sonreí, trate de safarla de entre mis brazos, aquel descanso que tanto anhelaba estaba cada vez mas cerca y aunque no quería dejar sola a mi esposa ya era hora de marcharse.
Con el corazón en la garganta la solté y comencé a alejarme de ella, ya era 3 de Noviembre y no podía quedarme ni un minuto más.
Porfín podría dormir en paz, sin nadie que me moleste,o al menos, durante un año mas; de pronto sentí como alguien tomaba mi mano, era una sensación extraña, algo que no habia sentido en un largo tiempo, mire hacia atras para toparme con la hermosa sonrisa de mi esposa, lagrimas brotaban de sus ojos, y yo, feliz de no tener que dejarla sola la abrace.
¿Es acaso ese era descanso eterno del que tanto se habla? El dolor que recorría mis extremidades se desvaneció, y junto a mi esposa recorrí aquel camino de flores que nos llevaría a la eternidad.
Las hojas caían y las aves cantaban, era un tranquilo día en el cementerio de san Bernardo, no habia nada nuevo más que el frío cascaron de doña Amparito recosado sobre la tumba del señor Ignacio.