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Algunos jóvenes daban saltos en el gabarrón, ya los últimos. El cielo se anaranjó y el sol desapareció junto a la isla. Asomaron las primeras estrellas en el cielo.

Salían barcas del puerto, luciérnagas. Y en las calles se oía un murmullo. Las gaviotas nocturnas vieron un hormigueo por las calles. Se acercaban gentes a la playa.

- ¡Vamos, vamos! ¡Que no llegamos a los fuegos!

La madre despertaba a su niño de las chuches del mostrador, la escena le recordó a su ama. Solía tirar de ella cuando cerraba la panadería.

- Muchas gracias, María. ¡Goazen, Mikel!

Se sonrió viendo al chiquillo salir correteando. Las farolas se fueron apagando, las familias y las cuadrillas ocuparon la playa, y María, en el silencio de su tienda, preparó con tenue luz la masa madre del día siguiente.

Algunas luces de colores traspasaron los cristales, iluminando en último intento los pastelillos que sobraron y los panecillos olvidados. María prefería esas luces, más que los sonidos que venían como a golpes y hacían resonar toda la tienda. El último golpe lo dio ella, bajando la persiana.

***

Había llovido algo de madrugada, pero el suelo ya estaba seco. Entre unas baldosas mal encajadas se había acumulado una pizca de agua, que permanecía, y unos pajarillos volaron a beberla.

Era de mañana, la panadería ya había abierto. Se acercaron unos jovencillos con sus bicicletas a pedir unos bocadillos para su excursión.

María cortaba el pan, separaba las lonchas de jamón, deshojaba una lechuga, los chicos comentaban el recorrido. Detrás, una anciana acompañada por Rosa, de Ecuador.

- Dice la señora que quiere un panecillo. Un panecillo blanco.

- ¿Nada más? ¿Y las palmeritas? ¿Y los croissanes que suele llevar?

- Señora, ¿no quiere palmeritas ni croissanes?

- Un panecillo blanco. Es suficiente.

- ¡Pero si siempre pide palmeritas o croissanes!

- No se preocupe, Rosa. Creo que para su señora hoy los dulces han sido los bocadillos y las excursiones de esos jovenzuelos que ya han marchado.

Y salió empujada por Rosa, en su silla de ruedas. Salió en volandas, o volando, de aquel pequeño charco, surcando el precioso aire de los recuerdos.

***

- Y, ¿cómo así han hecho tantos kilómetros para venir aquí, habiendo tan buenas playas en esa zona de Francia?

- Señora, se ve que usted no conoce aquello –respondió la madre.

- Tiene razón.

- Allí está todo lleno de pinos, tan lleno que está vacío de todo.

- ¿Qué bonita es la bahía, verdad?

- ¡No sabe usted la bonito que es!

Detrás venía Antonio. Más que entrar, embestía la panadería con sus discursos llenos de verdad.

- ¡Tenía razón, tenía razón!

Y se puso a explicar una teoría que tenía Oteiza sobre el vacío y los crómlech.

- Entonces, mientras leía, ¡me ha venido una gran luz!

- ¿Una gran luz?

- ¡Es profético! ¿No te has dado cuenta, María? ¡La escultura de Oteiza! Es el faro de la Concha, ¡es el faro simbólico de la bahía!

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⏰ Última actualización: Nov 28, 2019 ⏰

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