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Su cabello dorado hecho un hermoso desastre. Sus ojos vendados. Sus labios rojos e hinchados soltando gemidos y palabras incomprensibles. Perlas de sudor descendían por su cuello, el cual tenía un sinfín de marcas rojizas y mordiscos. Su espalda arqueada por el placer y sus manos atadas con seda roja, que contrastaba con su blanca piel.

Recorro con mis manos sus muslos, subiendo hasta su cadera. Allí apreté con fuerza, marcando el ritmo de sus movimientos. Varios gemidos agudos y llenos de placer salían de su boca.

Tomo su mentón, acercándolo más a mí. Beso con fervor sus labios, esos labios rellenos y definidos que invitan a probarlos y a pecar en ellos.

Gruño por lo bajo. El placer que me provoca tener a Jimin suplicando por más, gimoteando mi nombre, es abrumador.

—¿JiMin?

Paro bruscamente mis movimientos y observo al joven sobre mí. Me alteré al reconocerlo. Poco a poco la excitación desapareció, y el rostro del joven se me hace cada vez más difícil de detallar.

Lo siguiente que sentí fue como si cayera al vacío. La extraña sensación en mi estómago y el hormigueo en todo mi cuerpo es lo último que sentí antes de despertar.

Abrí los ojos y miré toda la habitación, intentando averiguar dónde estaba, pero la penumbra lo impedía.

Pasé mi mano por mi cabello húmedo de sudor, al igual que la funda de la almohada y las sábanas bajo mi cuerpo. Me levanté agradecido por el aire frío que sentí. Caminé, tropezando con un par de cosas, hasta llegar a la ventana y abrir las pesadas cortinas de tela. Miré el hermoso cielo estrellado.

Serían, como mucho, las dos de la madrugada.

Volví hasta mi cama con la intención de acostarme, pero me quedé absorto en mis pensamientos, recordando detalladamente el sueño. Mi sueño. Mi entrepierna dolía y maldije, dirigiéndome al baño.

Mi habitación no tenía baño propio, así que caminé por los pasillos hasta llegar a uno de los dos baños del segundo piso. Allí me encargué de mi erección.

Lavo mis manos y salgo del baño. No volví a mi habitación. El sueño y cansancio se habían esfumado. Caminé por los pasillos decorados con mármol tallado con incrustaciones de oro y algunos cuadros de los antiguos duques con sus familias. Llegué hasta el de mi padre: su rostro no reflejaba ninguna emoción, su uniforme de gala negro con botones de oro, al igual que las hombreras, y sus insignias, otorgadas por el rey por sus arduos y destacados trabajos. Apoyado en un bastón bañado en oro blanco. A su lado, mi madre, con su cabello negro recogido en un moño suelto y dos mechones al frente, lucía una sonrisa radiante, tal como la recuerdo. Llevaba un hermoso vestido verde oliva con escote cuadrado, una diminuta cintura y una larga falda. En sus brazos, una pequeña criatura de unos meses de vida: yo.

Sigo mi trayecto hasta el jardín trasero, donde hay un viejo columpio en el que solía balancearme todas las tardes cuando era niño. Me siento en la vieja tabla de madera, sostenida por dos cuerdas gruesas atadas firmemente a una rama del gran árbol a mis espaldas. Me impulso levemente con mis pies.

Cierro los ojos disfrutando del aire fresco de la noche. La luna llena iluminaba el cielo.

—Joven amo... —dijo una voz débil—. Su padre...

No esperé a que terminara de hablar. Corrí hacia la casa, tropezando con algunas cosas. Subí las escaleras y me dirigí a la habitación de mi padre.

Sobre la cama yacía su moribundo cuerpo. Me acerqué y me arrodillé a su lado, tomé sus arrugadas manos entre las mías. Las observé; se veían tan débiles, tan frágiles. Las lágrimas no tardaron en aparecer.

Dreams #1 [KOOKMIN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora