vamos juntos a la mar

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Vamos juntos a la mar

Verano 2004

Cuando era niño solían apasionarme cosas que hoy en día no: los juguetes de dinosaurio, caramelos y dibujos animados en TV se fueron desvaneciendo en el mar de mi mente como la arena cuando se lleva las pisadas. Desde que tengo memoria siempre he sentido una extraña pasión por el mar; mi película favorita siempre fue la sirenita (pese a que soy hombre) mi primera mascota fue un pececillo llamado Nemo, mis animales favorito: el megalodón y los delfines, me encantaba nadar; es mi pasión. Mi padre, un tipo brusco y estricto tenía la gran filosofía de que: "si haz de hacer algo habrá que hacerse bien"

Dignas palabras de un hombre cuya vida había sido igual que las piedras que azotan la playa, pues con el paso de los años perdía cada vez más un poco de él. Te contaré que cerca de mi casa había un rio donde al final se formaba una pequeña fosa, no era ni por mínimo parecido al mar pero al llegar la temporada de lluvia el rio se trasformaba una trampa traga hombres arrasando con árboles, puentes y autos etc. Mis hermanos Martin, Lorenzo y yo, queríamos dedicarnos a la natación y a la vida marina ¿recuerdas cuando te he contado que mi padre tenía la filosofía que si se hacía algo habría de hacerse bien? Bueno, pues mientras otros padres enseñan a sus hijos a nadar pataleando poco a poco sujetándose del borde de una piscina, aquel tipo recto y estricto nos llenaba los bolsillos del traje de baño con piedras pesadas y ¡al agua pato se dicho! Contra corriente- Ni que el agua estuviera helada, sea machito -decía el.

Así es, era un sujeto arraigado a los viejos tiempos, cuando me hallaba desfallecido, entre agobios de respiración miraba de reojo a los peces que luchaban al igual que yo contra corriente y pensaba "si ellos pueden porque yo no". Entonces me transformaba en un serenito (lo sé suena tonto) pero velo así, yo me sentía Poseidón o Tritón; los hombres más poderoso de mar. Tenía siete años por aquel entonces y a esa edad uno no entiende el por que los padres hacen lo que hacen, pero en algún momento tendría que aprender.

Te diré que recuerdo con mucho cariño una ocasión en la que de cumpleaños les rogué a mis padres que me llevasen a conocer el mar, y paso lo que jamás pasa cuando un niño pide un gusto caro (como ir a Disneyland o ver el mar) ¡me llevaron! a la hermosa bahía de "Yeniséi" un maravilloso paraje de aventuras marítimas, fruta fresca, aguas tan claras como el cristal más puro y suave arena blanca, que se te mete entre los dedos y los calzoncillos. ¡Cuánto me divertí ahí!

. Martín perdía el tiempo en la playa montando castillos de arena (la verdad que me daba envidia el talento que tenía para ello) mis padres disfrutaban de sus bebidas de coco a la sombras de las palmeras y Lorenzo no paraba de fallar en su búsqueda de un amor de verano como todo buen quinceañero que era entonces. Al caer la noche mis hermanos y yo decidimos visitar al "viejo tío" un anciano y muy respetado marinero que según los lugareños había sido bendecido por el mar, cualquier pescador de la bahía podía atrapar una carga de peses pero ese anciano bendecido sacaba las bestias ¡más extraordinarias de las aguas!, peces de 2...3... ¡Hasta 4 metros de largo!, ¿Cómo crees que lucen bestias de 3 o 4 metros en la mente de un niño que apenas sabe lo que es 1 metro?

Se decía que si eras lo suficientemente valiente lo encontrarías en su castillo en el borde del mundo a la hora mágica donde se aprecia la muerte de sol y el nacimiento de la luna. Nosotros éramos unos jóvenes muy valientes y sin pensarlo corrimos a la cima de la montaña (el borde del mundo) nos sentamos en su castillo roto (un quiosco sin terminar) y esperamos a la hora en la que el sol muere y la luna nace (el atardecer). Ya entrada las 7:00 pm pudimos conocer al viejo marinero un anciano canoso de ojos pizpiretos y humor negro, era muy amable; la verdad es que daba un aire a un santa Claus que estuvo a dieta. Encendió una fogata, nos sentamos alrededor y degustamos de unas Coca-Colas que había traído Lorenzo. Aquel sin igual hombre de barba blanca, tenía mucho que contar, escuchamos de sus acuáticas travesías mientras comíamos de la pesca de aquel día, él con una cerveza en la mano y nosotros con nuestras Coca-Colas.

proyecto sin nombre de princesa carolineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora