al otro lado del hilo

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PORTICO

"El problema no radica en cómo vivamos nuestras vidas, tampoco está en lo que pensemos de nuestros semejantes, ni siquiera lo que nuestros semejantes piensen de nosotros. El problema está en nosotros mismos; nuestra mente es ese duende que, a veces, nos gasta bromas muy desagradables y pesadas; y a nosotros nos compete la tarea de que nuestra realidad sea, a pesar de ello, la más confortable posible...; para lograrlo no nos debemos dejar traicionar por la realidad que suceda...

...AL OTRO LADO DEL HILO"

(Historia anterior a la generalización del teléfono móvil)

1

Cristina caminaba nerviosa por aquella calle desierta, estaba inquieta porque había advertido que le seguían desde un buen trecho. La madrugada dejó sentir su gélido aliento y ante esta adversidad se envolvió aún más en el abrigo de piel que le regaló José, su novio; pensó en él y en llegar a su casa lo antes posible. No le gustaba lo que veía en las calles por donde pasaba. En cierto modo, lo pensaba fríamente y no sabía por qué diablos había salido a aquellas horas tan inadecuadas de su casa para ir a la de José. Tal vez le echaba de menos y quería tenerle otra vez entre sus brazos. Sí, eso era, no podía negar que estaba intensamente enamorada de él.

Era muy tarde, calculaba que serían la una y media de la madrugada, y la atmósfera de aquellas calles, a pesar de que había pasado anteriormente por ellas, se le antojaba extraña, irreal... La escasa gente que caminaba a esas horas por allí, lo hacía con paso rápido y decidido; ella también iba con rapidez, pero notaba que aquél hombre no perdía su rastro y seguía sus pasos con la misma celeridad que ella.

Por lo que pudo observar, el individuo que hacía tiempo se mantenía a una prudencial distancia de sus pasos vestía una gabardina de color gris oscura y era alto, de gran corpulencia; tenía calado un sombrero de ala ancha que, a pesar de las luces de las farolas, no permitía distinguir su fisonomía y sus zapatos de suelas de cuero claveteado producían un sonido quedo y rotundo cuando pisaban la acera por la que ella caminaba, como lo hacían sus propios zapatos.

Ya no se veían gente transitando por las calles. Había llegado al barrio donde vivía el amor de su vida, pero aún quedaba una considerable distancia hasta llegar a su casa. Y aquél individuo seguía detrás de ella... Los pasos del hombre parecían llevar el mismo ritmo que los de ella; incluso si Cristina se paraba para asegurarse de la presencia de su perseguidor, el otro también se detenía. No parecía querer pasar desapercibido, sólo, tal vez, quería mantener las distancias...

Cristina decidió poner fin a aquella situación y, de improviso, se quitó los zapatos de alto tacón y se lanzó a la carrera para despistar a su perseguidor; estuvo corriendo hasta que sintió que desfallecía. Después de una veloz huida se detuvo extenuada. Mientras recuperaba el resuello miró con recelo detrás de ella. No vio a nadie. Supuso que había conseguido lo que se proponía. La calle en la que ahora se hallaba estaba totalmente desierta pero también estaba mal iluminada. Había al final otra calle que cruzaba con un muro de hormigón en la parte opuesta y una cabina telefónica pegada a él; y hacia allí dirigió sus pasos esperanzada. Era lo que necesitaba en ese momento: un teléfono para lanzar un mensaje de auxilio...

Sólo la luz del interior de la cabina era la única fuente de iluminación de la calle que se cruzaba. Entró en tromba en el pequeño habitáculo y, nerviosa, soltó los zapatos que llevaba en las manos y descolgó el auricular marcando el número de José.

Esperó un momento que le pareció interminable y después de dos pitidos de llamada, al otro lado del hilo oyó la voz de José exageradamente alta, como si estuviera de mal humor:

-¡¿Dígame?!

-José..., soy yo, Cristina...

-¡Hola, amor mío!... Perdona, nena, creía que era otra persona.

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⏰ Última actualización: Nov 12, 2014 ⏰

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