Despierto, abro los ojos y me veo en un lugar cerrado, blanco, con una ventana. Estaba tumbado en una camilla mientras doctores me rodeaban, mirándome con preocupación, confusión y alivio. No pude hablar. Mejor dicho, no sabía hablar. Me levanté de la cama y alguien me dio un abrazo fuerte, asfixiante. La puerta estaba abierta y fuera había tres policías. Detrás de ellos, la prensa mezclada con mucha, mucha gente.
- ¿Daniel? -Oí una voz cercana.
Miré a los lados y me encontré a una chica guapa, alta, morena, de ojos azules. Con una bella sonrisa. Empezó a llorar de alivio. Yo no entendía nada. Mi cabeza no pensaba nada. No sabía nada. Me sentí estúpido.
- Daniel Gómez González, dieciséis años. Hijo único. Su padre es Miguel Gómez y su madre Marta González. -Oía de lejos. La voz la reconocía como de un policía.
En ese momento, mi cabeza me dijo algo. Mi primera palabra. Escuche dentro de mí alguien que me dijo: "Daniel, duerme". Sin siquiera querer, cerré los ojos, suspiré y me marché de la realidad. Sentía como alguien me movía sin parar, como me apretaban el pecho, como me abrazaban, como me besaban en la mejilla. Oía todo lo que decían. Sobre mí y sobre los demás, pero no les veía. Veía una pantalla negra y cada poco, un recuerdo lejano. Empecé a recordar quién era, cuántos años tenía, quién era mi madre y mi padre. Recordé que tenía una novia, Gabriela. Me vino a la mente la imagen de mis abuelos y el momento de su fallecimiento. Todo el dolor emocional que sentía. Recordé a Airthon, el que me pegaba todas las mañanas en el instituto. El que me alejaba de mi grupo de amigos. Mi acosador de hacía años. Recordé como sonreía cuando por dentro estaba llorando. Cuando me preguntaban de dónde venían esos moratones y huesos rotos y yo decía que me caía de mi bicicleta. Recordé el día en el que me cansé, abrí la ventana y me asomé al balcón del instituto. Cuando toqué con mi cuerpo el suelo del patio, mi mente se quedó como una pantalla de un cine apagada. Sólo veía negro, el color de mi vida.
Empecé a oír la misma voz de antes. Era una voz rasgada.
- ¿Crees que es correcto lo que hiciste? ¿Acaso ves normal un niño abriendo la ventana del instituto con mala intención? ¿Que es te pasó por la cabeza? -me preguntaba la voz interior- desde luego, no pensaste mucho. Pero ahora, lamentablemente, sólo te queda vivir las consecuencias, queda recodar tus últimos momentos. Lo que hiciste ya no tiene remedio y no te puedo ayudar. Te voy a hacer recordar todo para que reflexiones.
Se volvió a encender mi pantalla. Vi un vídeo grabado por mi tío Juan en la penúltima navidad, cuando me regalaron la videoconsola que yo había pedido. Tenía esa falsa sonrisa característica mía que adquirí a los doce años, cuando conocí a Airthon. Desenvolvía con ganas. Al final de la cinta, cantamos un villancico en frente del árbol. A mi derecha estaba mi tía, María. Era alta, con pelo largo, negro, ojos marrones claros, piel muy blanca y una sonrisa y risa contagiosa. Era muy agradable y cantaba muy bien. La amaba. Luego, vi fotos mías desde que era pequeño hasta los dieciséis años. Por último, salió un largo vídeo grabado por un anónimo. Salía mi vida con todos los detalles.
Nací en Los Ángeles, en 1998. Era un niño sociable, gracioso y feliz, pero en quinto de primaria, conocí a un niño llamado Airthon. A primera vista, me pareció simpático, osea que me acerqué y le hablé. Le pregunté cómo se llama, cuántos años tenía, que le gustaba hacer... Nos hicimos muy amigos y estuvimos juntos hasta primero. En ese año me hice nuevos amigos. Andaba en el patio con ellos y no le prestaba tanta atención a Airthon. Él, víctima de la envidia, me fue separando de ese grupo, hasta dejarme solo. A mitad de curso, andaba sólo en los patios y Airthon aprovechaba para desahogarse conmigo. Me pegaba, me insultaba y me amenazaba cada día durante media hora. Hubo días que no volvía a casa porque me había cogido él y me pegaba. Luego, me dejaba tirado en la calle. Al ser acosado y despreciado durante tanto tiempo y tan seguido, me acabé creyendo todas sus mentiras. Me creí que era un inútil, que no servía para nada. El llanto se convirtió en lo normal para mí.
Cada día me hacía más pequeño y más tímido. Los profesores no sospechaban nada y yo me callaba por miedo a Airthon. Fue el día dieciséis de abril del año dos mil trece, cuando tenía quince años, cuando me harté. En un cambio de clase, abrí la ventana, me asomé al balcón, suspiré y me tiré. Directamente cerré los ojos y no recuerdos más hasta que hoy, dieciséis de abril del dos mil catorce, un año después de lo sucedido, abrí los ojos.
- Ya que refrescaste la memoria, vamos a ver cómo se sienten los familiares. -Interrumpió la voz.
De pantalla de cine se convirtió a una ventana. Veo a mis familiares llorando. Me sentí fatal y lloré yo también. Destrocé mi familia. Me odio.
- Te voy a dar una oportunidad. ¿Quieres que tus ojos se abran? Aunque va a conllevar unas consecuencias.
- Sí. Me dan igual las consecuencias. Quiero. -Dije por primera vez.
Desperté y vi la cara de sorpresa de todos. De nuevo, una abrazo asfixiante, esta vez grupal. Por primera vez en años, sonreí de verdad.
Esto lo estoy escribiendo yo, el Daniel de ahora, su voz interior. Porque las consecuencias eran que él no sea el que despierte. Porque sólo hay una oportunidad de vivir. Por eso, él nunca despertó.
— Iker Lamuño Fernández —
— 30-11-2019 —
— 2 págs. —
*** Espero que os haya gustado. Es el primer relato que hago de este tipo e intenté pasar a escrito lo que conlleva el suicidio. Cuando acabé d escribir este relato, me quedé con mal cuerpo, decid si vosotros también ***
ESTÁS LEYENDO
4 AÑOS PERDIDOS
RandomEl acosos nos convierte en personas solitarias. A veces nos lleva a abrir la ventana, asomarnos al balcón y dar nuestro último respiro, pero cuando nuestro cuerpo toca el suelo y nuestra vida se apaga, todos nos arrepentimos... y sólo hay una oportu...