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"Incluso si el desierto se agrieta, no importa quién sacuda este mundo, mientras no sueltes mi mano"

-1-

Louise

-Lo harás hoy.

-¿Es una pregunta?- Louise sabía perfectamente que no lo era, pero quería creer que sí. Quería decir que no. También sabía que la fuerza de voluntad de su amigo era inquebrantable, al igual que la promesa que él le había hecho hacía dos meses. "Te declararás antes de que acaben las vacaciones de navidad. Sin condición. Lo harás y punto."

-¿Y si dice que no?- había respondido ella, confundida. No quería llevarse una decepción.

-Por eso mismo lo harás sin condición. No tienes nada que perder. Si dice que sí, saldréis juntas y yo descansaré en paz.

-Pero ¿Y si dice que no?---insistió.

-Si dice que no-Marshall fulminó con la mirada a su compañera. No le gusta que lo interrumpan, y menos para repetir lo mismo una y otra vez-. Entonces seguiréis siendo amigas. No pierdes nada. O ganas, o sigues igual.

-¿Y si...?

-Tu vida es una incertidumbre constante. Cuando escribas tu autobiografía, seguro que el libro se titulará "¿Y si...?"-El joven bajito alzó la voz al pronunciar estás palabras y su eco rebotó de una pared a otra hasta perderse en la lejanía de aquel lugar.

-Menos mal que no sé escribir.

Iban caminando por las calles más inhóspitas de la ciudad el día que tuvieron aquella conversación. El calor pegajoso típico de un verano sureño empezaba a dar paso a un frío traicionero y desagradable que se metía en los huesos y te hacía temblar frenéticamente, por más que te abrigaras. El viento recogía las hojas caídas de los árboles, coloreadas de bronce y oro, y las elevaba y las dejaba caer en un caótico y confuso baile alrededor de ellos dos, como si también quisieran escuchar su conversación. Unos nubarrones grises se veían a lo lejos, esperando la llamada del otoño. Era un día perfecto para quedarse en casa, ver un maratón de películas Disney y comer sopa caliente. Sin embargo, Marshall y Louise estaban allí, rodeados de la más absoluta nada, frotando sus manos, escondidas detrás de gruesos guantes, para entrar en calor, y hablando de la humillante vida amorosa de la joven. No sería una locura pensar que ella no quería estar ahí.

Pero él la había citado urgentemente, y pocos podían decirle que no a Marshall sin ser castigados con una intensa pataleta. A veces parecía un niño pequeño, si no fuera por la sombra de una barba que se dibujaba por toda su mandíbula. El chico, a sus quince años de edad, era tan infantil como uno de seis años.

-No, no es una pregunta. Es una orden-. Afirmó tajante Marshall.

-Todos pueden llamarte pesado, pero nadie puede decir que no tienes determinación.

-Gracias-. Sonrió de oreja a oreja, y se sonrojó ligeramente. Siempre fue muy fácil hacerle sonrojar.

Caminaron un rato en un silencio que Louise agradeció. Le dio tiempo para pensar en algo que decir, para que la conversación no muriera. Necesitaba que su amigo la escuchara.

Salieron de aquella estrecha calle y llegaron a una amplia avenida escoltada por enormes naranjos que se erguían imponentes a los lados de las aceras. Una mujer hablaba con un hombre en la acera opuesta a Marshall y Louise, y se quejaba de la humedad y del aire. Dos coches negros esperaban frente a un semáforo en rojo. Una pareja de novios se abrazaba y besaba sentados en un banco cercano. Al verlos, Louise no pudo evitar apartar la mirada, y sus ojos se encontraron con los de su amigo.

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⏰ Última actualización: Mar 13, 2020 ⏰

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