PRIMERA PARTE.

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LA ARAÑA.

1

Kim Jongin caminaba despacio por el sendero alfombrado de grava, en dirección al pequeño estanque encajonado entre los árboles que bordeaban la tapia de la villa. La noche era clara -una noche de julio- y el cielo aparecía sembrado de una lluvia de destellos lechosos.

Oculta tras unos nenúfares, la pareja de cisnes dormía plácidamente con la cabeza bajo el ala; la hembra se había acurrucado grácilmente contra el cuerpo imponente del macho.

Kim arrancó una rosa y aspiró un instante su perfume dulzón, casi empalagoso, antes de volver sobre sus pasos. Al otro lado del sendero flanquedo de tilos se alzaba la casa, un edificio compacto y achaparrado, desprovisto de gracia. En la planta baja se encontraba la oficina, donde Hyoyeon, la asistenta, debía de estar cenando. A la derecha, se apreciaba una luz más intensa y un ronroneo amortiguado: el garaje, donde Jongdae, el chófer, probaba el motor del Mercedes. Por último, el gran salón, cuyas oscuras cortinas tan sólo dejaban filtrar estrechos rayos de luz.

Lafargue levantó la vista hacía el primer piso y su mirada se detuvo en las ventanas de las habitaciones de Soohe. Una tenue claridad, un postigo entreabierto por donde escapaban las primeras notas de un piano, los primeros compases de esa canción, The man i love...

Reprimió un gesto de irritación y apretando el paso, entró en la casa. Tras cerrar de un portazo, se dirigió casi corriendo a la escalera y subió los peldaños conteniendo el aliento. Al llegar arriba levantó el.puño, pero en el último momento se retuvo y se resignó a llamar suavemente con el nudillo del dedo índice.

Abrió los tres cerrojos que atrancaban por fuera la puerta de la gran habitación donde vivía la que se obstinaba en hacer oídos sordos a su llamada.

Sin hacer ruido, cerró la puerta y se adentró en la salita. La estancia estaba sumida en la oscuridad; tan solo la lámpara que había sobre el piano difundía una claridad tamizada. Al fondo de la habitación contigua, la última de la gran habitación, el lívido neón del cuarto de baño arrojaba una deslumbrante mancha.

Se acercó en la penumbra al equipo de música y bajó el volumen a cero, interrumpiendo las primeras notas de la melodía que seguía en el disco.

Dominó su cólera para formular un comentario cruel -aunque expresado en un tono neutro y exento de reproches- sobre el tiempo razonable que se puede tardar en maquillarse y elegir el vestido y las joyas apropiadas para el tipo de velada a la que Soohe y él estaban invitados.

A continuación entró en el cuarto de baño y, al ver a la joven tranquilamente sumergida en una densa espuma azulada, reprimió un reniego. Exhaló un suspiro. Su mirada se encontro con la de Soohe; el desafío que intuyó en sus ojos le suscitó una carcajada de sarcasmo. Meneó la cabeza antes de salir, casi divertido por esas niñerīas.

Una vez en el salón, en la planta baja, se sirvió un whisky del bar instalado junto a la chimenea y se lo bebió de un trago. El alcohol le quemó el estómago y su rostro se contrajo en una mieca involuntaria.
Se dirigió entonces habia el interfono que comunicaba con las habitaciones de Soohe, pulso la tecla y carraspeó antes de gritar, con la boca pegada a la rejilla de plástico:

- ¡Haz el favor de darte prisa, zorra!

Soohe dio un brusco respingo cuando los dos altavoces de trescientos vatios empotrados en las paredes de la salita reprodujeron a todo volumen el berrido de Richard.
Un estremecimiento le recorrió el cuerpo mientras salía sin prisa de la inmensa bañera circular y se ponía un albornoz; luego se sentó ante el tocador y comenzó a maquillarse manejando el lápiz de ojos con rapidez y soltura.

El Mercedes, conducido por Jongdae, salió de la Villa de Le Vésinet para dirigirse a Saint-Germain. Jongin observaba a Soohe, sentada en actitud indomente a su lado. La joven fumaba distraídamente, acercando con regularidad la boquilla de marfil a sus carnosos labios. Las luces de la ciudad penetraban de forma intermitente en el interior del coche y arrancaban efímeros destellos al ajustado vestido de seda negra.

Soohe mantenía la cabeza echada hacía atrás y Richard no podía verle la cara, iluminada tan solo por el resplandor rojizo del cigarrillo.

No se quedaron mucho rato en la fiesta, organizda por algún especulador que, de este modo, pretendía darse a conocer entre la élite de la zona. Soohe y Jongin, tomados del brazo, pasearon entre los invitados. En el jardín, una orquesta tocaba una música suave. Junto a las mesas y los bufets diseminados por senderos, los invitados formaban grupos.

No pudieron esquivar a una o dos sanguijuelas mundanas y tuvieron que beber varias copas de champán para brindar en honor al anfitrión. Kim se encontró con algunos colegas, entre ellos miembros del Colegio de Médicos, quienes lo felicitaron por su último artículo, publicado en La revue du praticien. En el transcurso de la conversación, incluso prometió dar una conferencia sobre la cirugía reparadora del seno durante el congreso de especialistas que se celebraría en el hospital Bichat. Mas tarde se maldijo por haberse dejado convenser, cuando habría podido negarse educadamente a la petición.

Soohe permaneció apartada; parecía pensativa. Disfrutaba de las miradas concupiscentes que algunos invitados se arriesgaban a dirigirle y se deleitaba respondiendo a ellas con un mohín de desprecio casi imperceptible.

Se separó un momento de Jongin para acercarse a la orquesta y pedir que tocaran The man i love. Cuando sonaron los primeros compases, suaves y lánguidos, ella ya estaba de vuelta junto a Kim. Una sonrusa burlo a afloró a sus labios cuando una expresión de dolor apareció en el rostro del médico. Este la sujetó con delicadeza por la cintura para alejarla un poco de la gente. El saxofonista comenzó a ejecutar un solo quejumbroso y Jongin tuvo que frenarse de abofetear a su compañera.

Hacia medianoche se despidieron del anfotrion y regresaron a la villa. Jongin acompañó a Soohe a su habitación,. Sentadi en el sofá, contempló cómo se desnudaba, cosa que ella hizo primero de modo maquinal, luego con languidez, de cara a él mirándolo con ironía.

Soohe se plantó delante de Jongin con los puños apoyados en sus caderas y las piernas separadas. El vello de su pubis quedaba a la altura de la cara del cirujano. El se encogió de hombros y se levantó para ir a buscar una caja que estaba en una balda de la estantería. Soohe se tumbó sobre la alfombra mientras Jongin se sentaba a su lado con las piernas cruzadas. Enseguida abrió la caja y sacó una pipa y unas bolitas aceitosas envueltas en papel de plata.

Llenó cuidadosamente la pipa y sostuvo una cerilla encendida bajo la cazoleta antes de tendérsela a Soohe. Ésta dio largas caladas y un desagradable olor invadió el cuarto. Tendida de costado, en posición fetal, la joven fumaba mirando fijamente a Jongin. Al cabo de un momento, su mirada se enturbió y se volvió vidriosa... Jongin ya había empezado a preparar otra pipa.

Una hora más tarde, la dejó sola después de haber atrancado con los tres cerrojos la puerta de acceso a sus aposentos. Ya en su habitación, el médico se desnudó y contempló durante un buen rato su rostro en el espejo. Dirigió una sonrisa a su imagen, a su cabello donde ya eran visibles algunas canas, a su rostro que aún no mostraba signos de vejez. Tendió hacia delante las manos abiertas, cerró los ojos y esbozó el gesto de rasgar un objeto imaginario. Una vez acostado, se pasó horas dando vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño.

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⏰ Última actualización: Dec 02, 2019 ⏰

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