Manual

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Una pequeña libreta en el estante llamó su atención. Era gris, como el humo, como la ceniza. El recuerdo que persistía tras morir su creador. Porque cuando el fuego se extinguía era el gris el que marcaba la huella de lo que pasó en el lugar.

Una sonrisa efímera se formó en sus labios cuando se dio cuenta de esa coincidencia. Tomándola entre sus dedos, la compró.

No fue el azar el que eligió el color de la tinta plasmada ahí. Negra. La elegante estilográfica negra formó parte del último regalo de cumpleaños que Alba le dio.

Posó un beso en su mejilla, agradecida. Y Alba sonrió, abrazándola delante del resto de amigos que reunidos celebraban el cumpleaños de la más joven. Cuando lo acarició con sus dedos, supo para qué la iba a utilizar. Desde ese día, la pluma de tinta oscura descansaba entre las páginas de la libreta gris. No hubo mejor labor para aquella estilográfica que la de escribir el epílogo de un amor, el prólogo de otro.



La primera vez que abrió aquella libreta, la primera vez que asió la pluma, puso lo primero que pensó. La tinta manchó, y el sentimiento fluyó.

La escuchaba en la cocina, quizás preparando los últimos retoques a la comida. Tenía la música puesta y bailaba aun con el delantal. Viéndola por el rabillo del ojo, sonrió poniendo punto final a la frase. Guardándose libreta y pluma en su bolsillo, fue hacia Alba.

Sus brazos rodearon su cintura en silencio, su pecho se posó en su espalda. Sus corazones golpetearon. E hizo exactamente lo que recetó.

"Dale un abrazo suave, cálido y de forma romántica. Una vez al día, cada día. "

Alba se giró, mirándola.

"Cuando tus ojos encuentren sus suaves ojos, sonríe."

Con su comisura estirada, el dedo de la más alta se arrastró por el pastel que la otra preparaba. Traviesa, posó la nata en su chata nariz.

-¿Qué pasa, guapa?

Su risa emanó, llenando la estancia. Alba la imitó. Ambas rieron, con sus rostros manchados de nata.

"Y di algo para hacerla reír"

Desde aquellas sencillas frases sobre el virgen papel a rayas, las inocentes instrucciones continuaron. Muchas veces eran las que se sorprendía escribiendo rápidamente en su libreta de goma gris. Muchas veces era ella la que se apoyaba en el marco de una puerta, sorprendida cuando la oía al preguntar "¿Qué vuelves a escribir?"

Y otras muchas más veces eran las que una sola sonrisa se pintaba en el rostro de la menor mientras negaba con la cabeza y tras guardar la libreta, la besaba. Y todo parecía quedarse olvidado.

La tinta fue rellenando espacio, el tiempo fue pasando.

Sus manos revolvían su cabello rubio, solo dedicándose a mirar sus ojos melosos, su rostro de porcelana. Ambas en silencio, con solo el viejo tocadiscos dejando escuchar un lento jazz.

Tras hacer el amor a su son, la mañana pasaba lánguida en su cama, iluminada por el sol. Ninguna quería moverse, pero fue ella la que estiró su rostro y la besó con ternura. Alba abrió sus ojos y la miró. Otro beso fue posado en sus labios.

"Despierta temprano en la mañana, pon jazz, bésala suave. Te corresponderá."

Las estaciones se sucedían. De vez en cuando, malas épocas pasaban. El estrés acudía, el trabajo acumulado, los días sin verse. Como siempre había hecho en aquellas situaciones, había abierto su biblioteca de licor y destapado un buen corcho. Su mano giraba lentamente el pomo de su estudio y una mirada pidiendo permiso fue aceptada por su sonrisa. Dos copas compartiendo vino, los besos se aceleraban. Como ellas solo hacían, se despojaban del estrés despojándose de ropa, evaporando el alcohol de sus labios.

Manual | Oneshot AlbaliaWhere stories live. Discover now