Luna.

Moon.

《Siempre es levemente siniestro volver a los lugares que han sido testigos de un instante de perfección》-Ernesto Sabato.

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Pareja: Itachi x Hinata.
Categoría: K+
Aclaraciones: Los personajes no son míos, Naruto pertenece a Masashi Kishimoto.
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Los agonizantes rayos del sol se deslizaban sobre las finas piezas de vidrios que antes funcionaban como ventanales, junto al polvo del lugar la suave luz de la habitación hacía que los rincones mugrosos brillarán sobre la madera podrida. Su mirada analizó los entornos de la cabaña abandonada, mientras los recuerdos más oscuros de su mente se hacían presentes sobre los huecos rotos bajo sus pies. Itachi avanzó con cuidado, cruzando con ligeros pasos las imágenes atroces que su mente recreaba como una obra horriblemente real.

El moreno alzó la mirada hacía el cielo gris, un enorme lienzo de colores preciosos y brillantes, para nada comparado con la oscuridad que le absorbía dentro de la diminuta habitación de una cabaña podrida.

Siguió el suave movimiento de las nubes sobre el cielo, admirando lo que hace más de 20 años había dejado de observar en la extensa caja azul que acaparaba la iluminación de los egocéntricos rayos dorados del astro mayor. Una larga manta que se tornaba oscura cuando la plateada luna ocupaba el lugar del sol una vez ganaba la batalla. Estrellas adornaban el firmamento infinito, un paraíso lleno de conocimientos no descubiertos. En aquel entonces sus pequeñas manos infantiles solían alzarse tanto como podían con el deseo de tocar una minúscula parte de su propiedad, pero no importaba cuánto pareciera desearlo, todo lo bello siempre huía fuera de su alcance.

Una vez cumplió los nueve años dejo de apreciar la carrera de las nubes en el edén, su tiempo se reducía a entrenamientos, misiones, reuniones y pequeñas vistas al regordete rostro infantil de su dulce hermano menor.

A los trece, como una travesura mal hecha, se escabullia fuera de su habitación a altas horas de la madrugada solo para admirar el enorme manto oscuro en el que desfilaban los más galantes y preciosos rayos plateados que enriquecian en belleza cada lugar que era alcanzado por su suave y hechizante luz. Ese raro aparecer de un plata original, un astro que se ocultaba durante semanas para ir apareciendo poco a poco, noche tras noche.

Itachi se dedicó a esperar durante largas madrugadas hasta que la vanidosa luna deseaba aparecer completa en su propio lienzo estrellado.

Una luna que se iba dejando solas a sus estrellas, una enorme bóveda de luces blanquecinas con brillos tan preciosos como joyas esperando la plateada iluminación del protagonista más hermoso de su firmamento.

Pasados sus quince años por fin pudo comenzar su propia caprichosa travesía que lo dirigiría hacía ella, cada pequeño paso que le acercaba a una luna que solía observar todos sus suspiros, tatuando entre su inalcanzable tierra todas las lágrimas que solo bajaban frente a su presencia.

Rondando sus veinte años simplemente comenzó a tenerle mucho más deseo, una añoranza inocente que le hacía observarla a lo lejos deseando algún día acercarse para poder poseerla. Tan frágil y fuerte, tan llamativa y vanidosa, tan simplemente ella. Un color único, brillando por su propia cuenta para dar de su calidez a cada existencia que habitará sus páramos alcanzados. Tan bellamente tímida y tan sorprendentemente atrevida como para apoderarse de mares y ríos que gozaban serenos de la brillante y enorme luz que lograba regalarles. Tan fascinante, galante y amorosa, una hermosa luna que esperaba bajo las sombras cuando él se alejaba.

La política de su clan llegó a requerir innumerables tratos, incluidas peticiones caprichosas, que pudiesen favorecer hasta el más minúsculo deseo del más insignificante integrante. Itachi como miembro tenía que acatar cada orden y exigencia. Su deber siempre fue servir y no ser servido.