Ella es arte, pero no arte simplemente por su singular belleza, más bien, es arte por cada una de sus cualidades que la dotan como mujer, como ente sexual.
Ella era arte por su mirada la cual tiene esa peculiaridad de transportarme al infierno de su ser, un infierno en el cual yo soy una simple alma en pena y ella es la reina de toda esta odisea de placer.
Ella era arte, me cautiva, me domina y me enloquece todos mis sentidos. Su cuerpo es la obra más alta en el sublime arte de la sexualidad.
Ella es el estímulo que le inyecta oxitocina a mi cerebro llevando sangre hasta mis partes íntimas erectando mi órgano sexual y generando un cosquilleo placentero el cual se incrementa de manera estrepitosa cuando mi piel toca la suya, ella me llenaba de lujuria. Sus besos son como un veneno que corrompe de deseo todo mi cuerpo, donde la única salvación y antídoto se libera cuando exploto en un orgasmo dentro de su parte íntima, sintiendo como la palma de su mano acaricia su vagina tocando una hermosa sinfonía cuya música y resultado son sus ricos gemidos.
El cosquilleo generado por su lengua es otra historia, mi lengua actúa como una oveja descarriada sin hogar hasta que la suya la caza y la domina, la droga al tocarla y las millones de células nerviosas que posee funcionan como antidepresivo para tranquilizar ese descontrol. Mucho más fuerte es cuando este descontrol se encuentre más para abajo de mi ombligo, cuando la cueva de su boca se come completamente la cabeza de mi serpiente, tal y como sucede en el reino animal y la cadena alimenticia.