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Tenía seis años. Lloraba. ¿Cómo no hacerlo? Se había perdido en el bosque. Se había alejado de su madre por perseguir una hermosa mariposa. Nunca se dio cuenta de dónde fue a parar. Tenía miedo… no… Estaba aterrado. Y la razón era bien conocida. No estaba perdido en cualquier bosque. Estaba perdido en ese bosque. En el bosque encantado del monte de Dios. Se rumoraba que había espíritus ahí. La peor parte para el castaño. Él odiaba a los fantasmas. Les tenía pavor. Todo por una maldita broma en su cumpleaños.

-hey, ¿quién eres? ¿Estás bien?

Paró de llorar y miró a su alrededor. Un peligris con máscara de medio rostro de lobo lo observaba a una prudente distancia.

-¿qué haces aquí?

El castaño se levantó de un salto y corrió a abrazar a su salvador. Mas, cuando estuvo a nada de tocarlo, el contrario se apartó, dejándolo caer.

-no me toques… por favor…

El castaño, curioso e indignado, se lanzó contra él y trató de tocarlo. Lo intentó por más de quince minutos. En cada intento, fue esquivado.

-si me tocas, desaparezco. Si desaparezco, te quedas aquí para siempre.

Eso fue lo que bastó para que el castaño dejara de intentar tocarlo.

-¿por qué si te toco desapareces?

El peligris meditó unos segundos, pero finalmente confesó.

-porque soy un espíritu de este bosque y ese es mi hechi…

Un grito agudo se escuchó. Los pájaros, asustados, se echaron a volar. El peligris se tapó los oídos, procurando no quedarse sordo. El castaño tomó una rama de árbol gruesa y trató de pegarle al pobre espíritu.

-¡¡¡ayuda!!! ¡¡¡¡Un espíritu!!!! ¡¡¡¡¡VA A COMERME!!!!!

El peligris rió ante la actitud del chico. También se burlaba de su notable problema para alzar la pesada rama y tratar de pegarle.

-no te haré daño. Es más probable que tú me dañes a mí.

Sonrió ante el nuevo intento de ataque.

-vamos, yo te ayudo a salir de este bosque.

El castaño detuvo un golpe de la rama a medio camino, interesado en la propuesta del peligris.

-te escucho…

El espíritu sonrió.

-mira, vamos al lago para que te laves la cara. La traes demacrada.

Empezó a caminar, sabiendo que tarde o temprano el castaño le seguiría. No se equivocó. En menos de cinco segundos, el más pequeño de los dos siguió sus pasos. A una considerable distancia, claro está.

El peligris se apartó del lago, dándole espacio al castaño para que se sintiera cómodo. Éste lo miró con desconfianza, pero se lavó la cara.

Bebió un poco de agua, aliviando la sed que lo había atormentado por horas.

-bueno, ahora es cuando te llevo fuera de aquí.

El castaño le sonrió. Eso era lo único que pedía. Con más confianza, se puso al costado del peligris y caminó a compás de él.

-ya no estás asustado.

-en realidad, estoy aterrado. Pero ahora sé que no me harás daño. Sé que puedo tener un amigo en ti.

Le sonrió con ternura, mostrando sus dientes de conejito. Algo en el interior del peligris se movió.

No tardaron mucho en llegar a los límites del bosque. El castaño se sorprendió de lo fácil que en realidad fue salir.

¡No me toques!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora