Te dormiste

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TE DORMISTE

Por Ami Mercury


El despertador hizo un ruido sordo al estamparse contra la pared. Dos pilas alcalinas de tipo doble A cayeron rodando sobre la moqueta y la diminuta pantalla de cristal líquido rebotó contra la puerta abierta antes de perderse bajo la cómoda.

Perfecto: otro reloj destrozado.

Allan no era buen madrugador. De niño, solía ser el protagonista cada mañana de una batalla campal que casi siempre acababa con algún peluche inocente lanzado por los aires y la leche de los cereales desperdigada por toda la mesa de la cocina. En ocasiones por encima de su cabeza y con el cuenco como sombrero. "Se acostumbrará", pensaba la señora Aldrich, pero los años cambiaron al osito de peluche por los Madelman, después por las piezas de Lego, luego por la Game Boy y más tarde por los libros de la universidad. El caso era que, fuera como fuese, al final algún objeto inanimado acababa volando por la habitación directo a la pared más cercana.

Y eso no cambió con la edad adulta y las responsabilidades de la vida independiente. Pero, para su desgracia, las exigencias del trabajo requerían que cada mañana el despertador sonara puntualmente a las cinco menos cuarto de la mañana.

Después de terminar la carrera encontró un empleo bien remunerado como community manager en una importante empresa de cosméticos. Aquella industria no podía importarle menos, aunque supo disimular bastante bien esa indiferencia en su entrevista de trabajo. Licenciado en publicidad y con un máster en marketing online y otro en Relaciones Públicas pudo decirse que tenía el puesto asegurado incluso antes de enviar su currículum. La lástima era que la oferta de trabajo no hablaba de horarios: de lo contrario Allan ni se habría molestado. De siete de la mañana a dos de la tarde, fines de semana libres.

—¿No tienen ninguna vacante en horario de tarde?

—Ese es el horario, señor Aldrich; o lo toma o lo deja.

Tuvo que tomarlo. Treinta mil libras al año y cuatro semanas de vacaciones pagadas bien valían madrugar como un condenado de lunes a viernes.

Pero su quinto despertador en dos meses no estaba tan de acuerdo.

Se levantó rezongando como las viejas, con barba de tres días y oliendo a tigre. Los lunes eran el peor día. Ahora que pensaba, cada vez que ocurría un nuevo destrozo era lunes. Recogió los pedazos del pequeño aparato mientras pensaba seriamente en otro método; tal vez unos buenos altavoces a los que poder anclar su i-Phone, aunque no quería correr el riesgo de estampar un móvil tan caro. Arrastró los pies hasta el cuarto de baño y profirió un sonoro y tremendo bostezo mientras vaciaba la vejiga frente al inodoro con una puntería bastante deficiente. Aún no había terminado cuando algo suave y peludo se enredó en sus tobillos.

—A mí no me la das, tú lo que quieres es comer.

Un maullidito y un ronroneo parecieron darle la razón.

Trixie era una gata tricolor de ojos verdes y pelo corto que compartía apartamento con Allan y que se empeñaba en hacerle creer que era toda una mimosa. Curiosamente cuando más cariñosa se ponía era cuando su cuenco de pienso estaba vacío. Allan a menudo le recordaba lo manipuladora e interesada que era: "como tu legítimo dueño, cabrona". Porque en realidad la gata no era suya.

Su "legítimo dueño" era Sonny, medio-italiano medio-argelino. O eso decía el muy ladino para hacerse el interesante: en realidad era natural de Newcastle y lo único en italiano que sabía decir era "pizza di fromaggio" con un acento bastante penoso. Una buena mañana de noviembre se despertó, palpó su lado de la cama y descubrió un trozo de papel mal arrancado y escrito con prisas.

Te dormiste (fragmento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora